Paranoyas célebres.

sábado, 9 de abril de 2011

La Princesa de ojos azules

Nota de Autor: Antes de empezar a leer quiero que sepan que según vayan avanzando encontrarán faltas de ortografía que están escritas con ese propósito.


—No puede ser. Tiene que haber una cura, un remedio. —Dije entristecido cuando el médico comentó que a Alice le quedaban escasos días de lucidez mental, incluso se olvidaría de mí. Sentía que me fallaba la respiración, sentía los pulmones hincharse y deshincharse sin sentido, no solo me olvidaría a mí, también olvidaría escribir, leer, incluso comer por ella misma. Olvidaría todo aquello que hacía diariamente.

—No, Daniel, por el momento no hay cura para el alzhéimer.—Respondió el joven doctor mirándome de forma entristecida, pero plácida. Nunca entenderé la habilidad de esos hombres para permanecer serenos en situaciones así.

—Cariño —comenzó mi querida Alice—, cuando pierda facultades envíame a una residencia de ancianos, he realizado el formulario para que tú no tengas que hacerlo, incluso lo enviaré si así lo deseas. No quiero ser una carga para alguien a quién amo.

—No. —Me negué en rotundo tirando la silla hacía atrás. Ella apretó mi mano y me suplico con sus gastados y sabios ojos azules. Aquellos arrebatadores ojos.

—Hemos sido felices, concédeme ese deseo antes de morir.

—Yo… —Repliqué. No podía decirle que lo haría, pero tampoco podía negarme ante aquella mirada suya.

—Por favor, prométemelo... prométemelo delante del doctor.

—No puedo… —Le respondí apartándole la mirada. Su mano seguía apretando la mía con la delicadeza que la caracterizaba, era agradable sentir el calor de su mano en aquel momento.

—Por favor…

—Lo prometo. —Dije al fin. No podía resistirme al silencioso ruido de sus lágrimas rozándole las mejillas para desembocar en sus pálidos y rosados labios, ahora maquillados por aquella capa de angustia.

—Señor Barcrof, mañana les enviaré el recetario de medicinas con mi ayudante.

Salimos del consultorio y volvimos a casa, si mi princesa moría, si ella ya no estaba… ¿Qué haría yo sin mi princesa? Un anciano gris y triste, eso sería cuando ella no estuviera junto a mí alegrando mis mañanas con ese suave murmullo al levantarse, riñéndome por dejar las cosas desordenas, riéndose con los telediarios, buscando las noticias más interesantes para darles su toque cómico cuando me las contará… ¿Qué podía hacer yo por mi princesa?

—¡Oh, Daniel! —Me respondió ella haciendo eco de mis pensamientos. —No puedes hacer nada por mí. Ámame hasta el final de mis días.

Le devolví la mirada con el labio superior tambaleándose, sentía unas irracionales ganas de echarme a llorar, y lo haría cuando ella ya no pudiera decirme nada. —El olvido no es excusa alguna para que deje de amarte, Señora Barcrof. —No pude evitar deslizar los dedos por una de sus mejillas, marcadas por el paso de las estaciones.

Pasaron los días y Alice comenzó a olvidarse de cosas, pero nunca de mí. Yo le leía poesías y le hice recordar cómo se leía o escribía cuando comenzó a olvidarse de hacerlo. Cada día olvidaba algo diferente, pero me amaba más y más cada día que pasaba. Yo sólo podía corresponderla del mismo modo. Apenas dos meses después lo recordó todo, me habló de nuevo con aquella suspicacia suya, con su sabiduría.

—Daniel, amor mío —comenzó—, te dije que me instalaras en una residencia. Puede que mañana no, quizás el otro tampoco… pero pronto me olvidaré de ti, aunque no quiera. Es el momento, no quiero que veas cómo me olvido de la persona que más amo. —Me rogó con la anhelante mirada de sus profundos ojos azules.

—Yo… no puedo Alice.

—Lo prometiste —lloriqueó ella—, lo prometiste Daniel.

Sabía que lo había prometido, no me había olvidado ni un sólo segundo de que la mujer que amaba me había pedido que la alejase de mí en cuanto sus facultades no fuesen las apropiadas. ¿No éramos un matrimonio? ¿Dónde había quedado el famoso "en la salud y en la enfermedad"? Ella me necesitaba, pero yo la necesitaba más de lo que ella a mí.

—Alice… —Asentí levemente sopesando la posibilidad del suicidio en cuanto ella no estuviera allí. Si teníamos que separarnos elegía el camino más oscuro, la muerte.

—No hagas nada que pueda herir tu salud: tanto física como mental. Lisa cuidará de mí en la residencia, ella te mantendrá informado. —Nunca he sabido como lo hacía, pero Alice tenía la habilidad de saber en qué pensaba con sólo mirarme una vez. Quizás era eso lo que había hecho que me enamorase de ella, que a pesar de lo que era capaz de hacer se hacía la sorprendida cuando le preparaba algo.

Al día siguiente la casa ya estaba vacía, mi princesa ya no estaba allí. Me sentía completamente solo, era como estar sumido en la oscuridad. Algo dentro de mí deseaba borrar todo recuerdo hermoso de Alice para evitar sufrir. Necesitaba respuestas, necesitaba mantener la cabeza activa para proteger la imagen que tenía de la mujer de mi vida.

Fui a ver al joven doctor, el cual me habló de un experimento en el que cogían ciertas células para luchar contra la enfermedad que padecía Alice. Luego experimentaban el resultado en los humanos. Fue suficiente. Busqué toda la información que me permitían mis reducidas fuentes y me fui al lugar del encuentro.

Un hombre vestido con una bata blanca me abrió la puerta del departamento.

—¿Señor Barcrof? —Preguntó el hombre arrastrando las sílabas. Asentí ante su pregunta sin mediar más palabra con él. —¿Sabe de qué se trata el experimento qué estamos llevando a cabo? —Cabeceé de nuevo sin articular palabra alguna ante el miedo de echar a correr si se me presentaba ocasión. Estaba allí por ella, tenía que quedarme hasta el final.

—Pase por aquí. —Me instó con un suave gesto de mano.

Lo seguí por un largo y sinuoso pasillo sin cuadros, aséptico. El pasillo desembocaba en dos únicas habitaciones. Una de ellas estaba tan limpia como el corredor en el que nos encontrábamos. Sólo podía apreciarse en su interior una camilla y material quirúrgico. La otra, a la que nos dirigíamos, parecía mucho más confortable que todo lo que habíamos dejado atrás. Tenía fotografías de familia, una mesa con un par de sillas e innumerables papeles desperdigados sobre ella, tenía toda la pinta de ser el despacho de aquel hombre.

Me señaló una de las sillas y él se sentó en la otra. Me habló del experimento, del resultado en ratones de laboratorio de la farmacéutica y de mil cosas que no llegué a entender. No importaba que me sucediese, deseaba poder ayudar a las personas como Alice. Antes de citarme para el día siguiente me entregó el certificado en el que autorizaba a los médicos a realizar el tratamiento, firmé con manos temblorosas y salí de allí guiado por el Doctor.

Una vez fuera dejé que el aire me inundase los pulmones. No sabía que iba a ser de mi vida en aquellas semanas o meses, tenía que aprovechar aquellos placeres mundanos. Me dirigí a la papelería que había junto al parque al lado de mi casa y compré un cuaderno de notas y un bolígrafo. Me senté en uno de los bancos y decidí que era el momento de escribir. ¿El qué? No lo sabía, simplemente lo necesitaba.

DÍA 0.

Mañana comienza el experimento. No estoy seguro de que vaya a gustarme, pero tampoco me importa demasiado. Lo cierto es que si a algo tengo miedo, además de no tener a Alice, es a las agujas quirúrgicas. Lo único importante para mí es que lo hago por mi princesa, quizás esto sea la cura que necesitan los que como ella padecen esta enfermedad. Volveremos a estar juntos, lo sé. No he conseguido avisar al doctor que atendió a mi querida Alice para avisarle de mis planes. Tampoco he podido hablar con Lisa, pero espero que todo salga bien.
DANIEL BARCROF.

DÍA 1.

Acabó de salir de la operación, me han comentado que todo parece ir bien. Dicen que mi cuerpo se ha adaptado bien tanto a las células que me han inyectado como a los medicamentos para combatir este mal. Sé las consecuencias que conlleva el hecho de que esté realizando esto, pero por Alice no me importa. 

Si algo tengo en claro es que no me olvidaré de ella. La amaré eternamente, incluso si me olvido de su nombre o su rostro, siempre quedará conmigo lo mucho que la amo.
DANIEL BARCROF.

DÍA 5

Ayer me encontraba mal. 

He empezado a notar que algo no va bien en mí, puede que las células estén empezando a hacer de mi cuerpo algo muerto. Además, para ser sinceros no he escrito nada en estos días porque me olvidé de donde había colocado el cuaderno. Tampoco he tenido tiempo, la verdad. 

Asimismo, esta mañana me pasó que perdí las llaves del coche. Luego resulto que las había dejado puestas en el mismo coche… siempre he sido muy despistado para esas cosas, pero tenía a Alice para ayudarme a mantener los pies en la tierra.
DANIEL BARCROF.

DÍA 20.

Me parece extraño no recordar dónde estaba mi casa, pero una hermosa jovencita de cabello rubio hasta la espalda me llevó a mi casa. Me dijo que su nombre era Lisa y pareció muy ofendida ante el hecho de que no recordase su nombre. Me ayudó a limpiar la casa y a preparar algo de comer. 

En un post-it en la pared pude ver que ponía que tenía que escribir en el cuaderno que estaba en el primer cajón de la cocina lo que me había pasado en el día, así que aquí estoy, escribiendo mis andanzas por el mundo. Me pregunto dónde estará Alice, hace un par de días que no la veo. Lo más seguro es que se haya ido con algunas amigas a pasar un tiempo en algún balneario, ella es así de imprevisible, pero podría haberme avisado. Cuando no está me preocupo mucho más.

Un dato curioso sobre mi día es que Lisa me llamó "Señor Barcrof", sé que soy mayor, pero podría haberme llamado Daniel. No me gusta sentirme como un abuelo.
DANIEL BARCROF. 

DÍA 31.

Según marca mi calendario hace un mes que me dejé llevar por el impulso de realizar el experimento. Aún conservo las capacidades de leer y escribir, pero no sé cuanto me durarán. Me recomendaron hacer sudokus y sopas de letras para no perder esa agilidad mental. No obstante, empiezo a tener dificultades a la hora de buscar sinónimos o palabras que digan lo que quiero expresar. 

No he vuelto a ver a la Lisa que describí hace once días. Tampoco he visto a Alice estos días, que yo recuerde. He leído que estaba enferma y pensé que estaría en el hospital, pero allí no había nadie con nuestro apellido.

¿Dónde estará mi princesa? Sé que me espera en algún lugar, no sé donde, pero sé que me espera.
DANIEL.

DÍA X.

Tengo la sensación de que se me olvida algo importante sobre lo que escribir, pero aún así hoy ha sido un día muy interesante. He conocido a un caballero llamado Alex, era un doctor muy simpático, alegre y vivaracho. Me ha recordado mucho a mí cuando apenas era un niño, aunque no hace mucho de eso. Alex comenzó a decirme que no era propio de mí, que había abandonado la única cordura que me quedaba, pero a pesar de que yo no lo recordaba ha realizado unos papeleos porque dice que no puedo vivir solo en estas condiciones. ¡YO NO PUEDO VIVIR SOLO! No sé quién le ha dado derecho a hacer lo que ha hecho, pero el caso es que ahora estoy en un nuevo hogar.

¡Ah, ya recuerdo lo importante! En mi nuevo hogar hay una joven preciosa. Tiene unos ojos. Ay, que ojos. Esos arrebatadores ojos azules me van a traer muchos problemas, lo sé.

 DÍA XX.

Al fin e ablado con ella. No me dijo su nombre, me dijo que no tenía ninguno que le gustase, yo la e llamado Alice… es bonito ¿verdad? Ella me llamó Daniel. A mí me gusta mucho como me llama, me gusta como lo pronuncia, como me mira con sus lindos ojos azules. Estoy enamorándome de ella, sus ojos me lo han mostrado. No sé porqué, pero me siento completo de nuevo. Estar junto a Alice me hace pensar que mi hogar está dónde ella esté. Ahora me siento en casa.

Daniel.

DÍA XXX.

Le e pedido salir a Alice. Y me ha dicho que sí. Soy completamente feliz. Ella dice que siempre me a esperado, que sabe que estábamos destinados a encontrarnos. Es inteligente y tiene una extraña habilidad para saber lo que estoy pensando. Le he dicho que ella es mi princesa, como las que aparecen en los cuentos. Mi princesa de ojos azules. Mi único amor por siempre jamás.

Daniel.

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