Creo que me siento mejor cuando escribo que
cuando hablo porque no me gusta hablar de lo que siento, porque no me gusta
hablar de todo aquello que siento y me estalla por dentro.
Estoy rota, llevo rota tanto tiempo que me
aterra empezar a olvidar como era estar bien. Estoy rota, pero no recuerdo
cuando empecé a estarlo o el porqué empecé a estarlo. Recuerdo aún, por suerte,
una época en la que disfrutaba de los pequeños placeres de la vida, de las
risas y las cosas divertidas. Y, de un día para otro, todo dejó de tener
sentido. De un día para otro, no hay pequeños placeres y el único pensamiento
constante es la forma en la que debería de dejar de existir para no dañar a
otros. Para no crear efectos colaterales que sufran por mi culpa, siempre por
mi culpa.
No sé a quién quiero engañar. Tampoco creo
que fuese una gran perdida. Tarde o temprano, todo el mundo recuperaría el
curso de su vida y yo ni siquiera sería un recuerdo. Simplemente nunca habría
estado, ni siquiera sería una anécdota de momentos felices.
Desde luego, he aprendido que soy una
persona reemplazable. Tanto en el plano romántico como en el amistoso, siento
que soy más fácil de tirar que una pila usada (ojo, siempre al punto limpio,
soy un trozo de basura contaminante… después de todo). Me doy cuenta con
frecuencia, que al final todo el mundo se aburre de mí, de mi compañía o de
aquello que tengo para aportar en sus vidas. Ha habido decenas de personas que
aseguraban que nunca me borrarían de su camino, que no me sustituirían o se
olvidarían de mí. A día de hoy, me pregunto si aún recuerdan siquiera mi nombre.
Ha habido tantos casos, que la cuenta he perdido.
Soy una persona de paso, eso no es malo,
cumplo una función en la vida de una persona y dejo de ser de utilidad. Sólo soy,
una persona de paso.