Paranoyas célebres.

martes, 28 de noviembre de 2017

Hielo.

Su mirada la golpeó con la misma fuerza que un témpano de hielo, siguiendo el ritmo de la danza que sus pies dibujaban bajo la bóveda de nubes que era aquella noche. Frío cual glacial, la observó desde el linde de los terrenos; las puertas de piedra permanecían cerradas a su espalda, impidiéndole continuar su camino al interior del castillo.

—¿Lo sabías? —Le preguntó mientras su mirada se clavaba en los ojos adamantinos de Catherine. Sabía que Gael podía intimidar a cualquiera, que podía con cualquiera que se interpusiese en sus planes… pero no con ella; después de todo, se había criado con personas como él.
Suspiró, estoico y disciplinado. —Claro que lo sabía —afirmó, finalmente—. Estaba allí para mí, era mi prueba y la he pasado con creces.
La joven asintió, se había dado cuenta de que Gael estaba esperando a la criatura desde el momento en el que sus pies se internaron en el bosque. Había podido observarlo durante los últimos tres años, era capaz de reconocer aquellos pequeños detalles en el ruso.
Las comisuras de sus labios temblaron en su rostro redibujando su expresión. —Deberías tener cuidado cuando no estoy para cubrirte las espaldas —comentó con elegante sorna la escocesa.

La sombra de una sonrisa pestañeó en el cincelado rostro del ruso, aunque imperceptible para cualquiera que no mirase con atención. La atención con la que siempre lo contemplaba el joven Archie Coy, por ejemplo.
—Por supuesto, Miss Bathory, nada me complacería más que su presencia la próxima vez… ya lo sabe.

Gael tendió su brazo y Catherine lo tomó con cuidado mientras se permitía desviar la adamantina mirada a la entrada del bosque donde se escondía un encorvado muchacho entre las sombras. Le pesase a quién le pasase, Gael seguía siendo su pareja de baile aquella noche e iba a disfrutar de su presencia y de todo lo que tenía que contarle hasta que saliesen los primeros rayos de sol.

La luna se despidió de ellos con timidez entre la espesura de las nubes mientras las puertas de piedra se abrían con estruendosa prudencia permitiéndoles pasar. Archie, por su parte, permaneció oculto en el cobijo de las sombras durante el tiempo que tardaron en entrar en el castillo. No era eso lo que quería hacer, por supuesto; su único deseo era estar también la estancia en la que se encontraba Gael. Ver que el ruso era capaz de contemplarlo por encima de su invisibilidad habitual, que podían encontrarse con la misma facilidad que lo hacían en una habitación vacía. 
Pero aquello no sucedió, no tuvo la confianza necesaria para afrontarlo aquella noche y como siempre sucedía, permaneció invisible y derrotado en la oscuridad.