Esbozó una sonrisa torcida cuando
su obra estuvo completa, un murmullo apagado le recordó que su acompañante
seguía sin estar completamente de acuerdo con aquello. Había sido una apuesta,
una proposición a la que no había podido negarse. Si resistía a sus encantos,
si era capaz de aguantar y resistirse ante ella; tomaría su papel. Le permitiría
que la hechizase con todas aquellas armas que él decía que poseía, se rendiría
ante él. Finalmente, rompería el veto.
Lo dejó con la espalda pegada a la
pared, esposado y con los ojos vendados. Se sentó sobre sus piernas y le besó,
mordisqueándole sin ningún pudor el labio inferior. Dejó escapar un suspiro
cuando se separó de él. No quería alejarse, no podía esperar a que él la
desease; a que él se decidiese a rendirse completamente.
Se desabrochó la camisa con
lentitud, contemplando de reojo como su compañero de juegos cada vez estaba más
expectante. Expectante por ella. La larga cabellera tapaba su blanca desnudez,
aunque no importaba, al fin y al cabo, nadie más podía verla.
—Entonces gatito, ¿te gusta lo que
ves? —preguntó finalmente. Una risa se escapó de forma fugaz ante el bufido de Alaric, se enfadaba si lo
llamaba “gatito” pero actuaba como tal—. Oh, venga, no seas así...
—Lo sé —respondió en un quejido
cuando unas manos suaves y frías le acariciaron la piel, forcejeó con las
esposas en un vano intento por liberarse—, pero ¿no puedo al menos verte?
—No, es parte del juego.
Su respuesta fue tajante, pero en
su voz se mezclaba la emoción con el desesperado deseo de satisfacerle, de
llenar sus fantasías. Se sentó sobre las piernas desnudas de su “sumiso”, de no
haber tenido el papel dominante habría estado temblando como un flan, pero
sabía cómo disimular su nerviosismo. Desde que lo había conocido su relación con
el demonio había sido un tira y afloja por poseerla. Suspiró y se echó sobre
él, su corazón se desbocó tan pronto como su cabello le acarició el cuerpo
desnudo; ella esbozó una sonrisa traviesa, se humedeció los labios y dejó un
reguero de besos y lentos mordiscos a través de su cuello, los hombros y la
clavícula. Lo notó agitarse bajo el peso de su cuerpo, lo notó forcejear con
las esposas y con el irrefrenable deseo de devolverle lo que le estaba
haciendo. No se le daba bien el rol de sumiso. Era agradable ver que Alaric era malo en algo.
—Déjame ayudarte —le murmuró.
—Recuerda el trato, gatito.
Le mordisqueó el labio tras un
fugaz beso que casi podría haber sido un sueño y deslizó una de sus manos entre
las piernas de su enfurruñado acompañante. Le besó la comisura de los labios y
regresó al trabajo que sus manos estaban realizando. Los gemidos se
intensificaron y con ello, sus deseos por satisfacerle. Dejó caer los mechones
de pelo rozándole los muslos, los músculos de sus piernas se tensaron bajo su
cuidado roce. Sus labios le acariciaron con extrema dulzura y lentitud, su
lengua se deslizó ávida e inteligente por toda su extensión.
—Para… —suplicó.
Pero no le hizo caso.
Antes de empezar habían acordado la
palabra, sólo tenía que decir la palabra
y ella acabaría con todo aquello. Pero no lo decía. En aquel juego mandaba él y
desde luego, no quería que lo dejase. Lo observó morderse el labio; inquieto,
enfadado, vulnerable. Ella no dejó de manipularle, de saborearle, pero sabía
que lo estaba disfrutando, que su deseo estaba creciendo. Paró, de forma repentina
pero premeditada y contempló la mueca de consternación de Alaric.
—Habías dicho que parara, gatito
—susurró en su oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja en su paso por ella—.
¿Estás seguro? ¿Quieres que pare?
Lo rodeó con ambos brazos y lo
besó. Se lo devolvió con la necesidad de mantener sus labios donde pudiera
controlarlos, pero no duró mucho. Pronto decidió que aún no había acabado con
su castigo. Clavó los dientes en su cuello, pegándose a él y dejándole sentir
su cuerpo.
—Por favor…
—¿Por favor?
—No me dejes así —murmuró. Por
primera vez, lo vio ruborizarse, completamente vulnerable. Completamente
entregado a ella. Esbozó una sonrisa y volvió a agacharse entre sus piernas.
Era una devota complaciente, después de todo.
[…]
—Mistress —jadeó de forma
entrecortada, le temblaba todo el cuerpo y lo único que pretendía era
devolverle todo lo que le había hecho.
Había ganado. Se sentó sobre sus
piernas acariciando con sus muslos aquello que le había propiciado tantísima
satisfacción. Deslizó sus dedos y desató la venda que le cubría los ojos,
aquellos imponentes ojos grisáceos la contemplaron por primera vez. El temblor que
había estado conteniendo durante su caring-rol se extendió tan pronto como él
la devoró con la mirada.
—Las manos, por favor… Mistress.
El simple hecho de haberle devuelto
la visión lo había devuelto al juego, le había devuelto el rol de dominador. Ya
no era su gatito. Antes de perder aquellos últimos atisbos de vulnerabilidad,
lo besó y él se lo devolvió con fiereza, la imperiosa necesidad había
desaparecido. Se mordisqueó el labio y finalmente, le quitó las esposas.
Su cuerpo reaccionó como un resorte
y tan pronto como tuvo las manos libres, la levantó y la dejó tendida en una postura
donde acariciarla y besarla le resultaba mucho más fácil. La colocó en una
posición en la que podía hacer que se rindiese a él, en la que podía
persuadirla. Bajo toda aquella fachada de chica dura se vislumbraba el rubor,
la vergüenza y quizás el miedo de no estar a la altura, a su altura. Esbozó una
sonrisa y la besó extasiado, furioso, conmovido… necesitado, de nuevo. La
necesitaba, necesitaba cada fibra de su ser, cada centímetro de su cuerpo que
quedaba a la vista, cada esquiva mirada que se fugaba cuando sus ojos trataban
de encontrarla.
—Gatito… —murmuró en bajito cuando
dejó de besarla cubriéndose con las manos aquello que podía. Alaric le sujetó
ambas manos con una de las suyas.
—No.
Fue todo lo que acertó a decir. No
sabía cuánto hacía que la deseaba, pero desde luego no pensaba dejar que tapase
aquella impresionante visión. Colocó una de sus piernas entre medios para
separar las suyas. Antes de hacer nada volvió a besarla, le soltó las manos y
dejó que las enredase en su pelo. Se separó de ella y se dirigió hacia sus
senos, quienes ya habían sentido su piel minutos antes. Exhaló y ante su
respiración, se cortó la de su compañera. Se lo llevó a la boca, jugueteó y
mordisqueó su pezón. Primero un pecho, luego el otro. Se dedicó a mordisquearla
hasta que las marcas de sus besos y sus dientes dominaron toda la parte
superior de su cuerpo.
—Gatito… —comenzó, le costaba
respirar y los nervios le impedían hablar—. Te necesito.
—Todavía no.
Y lo cumplió, pese a que su cuerpo
también la deseaba y la necesitaba. La besó en la cadera y continuó bajando
hasta entrar entre sus piernas. Le mordisqueó el interior de uno de los muslos
y la besó con extremo cuidado después. Alterada, le levantó la cabeza y tiró de
él para que se reincorporará y pudiera besarlo, para tenerle al alcance de sus
manos. Pretendía distraerlo. Hacerle perder la compostura, pero en aquel ámbito
Alaric tenía mucha más experiencia.
La dejó hacer durante unos
instantes, necesitado de su contacto. Sin embargo, volvió a sujetar sus manos con
una de las suyas y lo retomó donde lo había dejado. En cuanto su lengua estuvo
en contacto con ella, la inercia la llevó a apretar los muslos. Aquello era
buena señal. La escuchó gemir, forcejear contra su agarre y forzarlo a parar.
Cedió ante su propio deseo y le soltó las manos.
—Te…
—Lo sé —respondió.
Se hundió en ella y la abrazó como
si fuese a romperse, como si fuese la criatura más frágil del planeta.
Necesitaba sentirla y aquel era el momento en el que más cerca estaría de
comprender su existencia. De comprender qué había en ella para que hubiese
cambiado de parecer con respecto al mundo, a su deber y a todo lo que le
rodeaba.