Paranoyas célebres.

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miércoles, 17 de enero de 2018

Ella es mi llave

[Locked Clearwater~]

Nadie se me quedaba mirando cuando entraba por la puerta del enorme salón. Quizás hubo una época en la que lo hacían; en la que la gente se giraba al verme pasar. Ahora, el pomposo pelo rosa pasaba tan desapercibido como yo. Finalmente, lo había conseguido, había conseguido ser invisible. El mundo giraba según mis estúpidos designios, había querido desaparecer y desde luego que lo había conseguido. Sin embargo, había una persona, una persona capaz de verme a través incluso del tiempo.

Su mirada dulce se cruzó con la mía, anonadada y perpleja, su cuerpo se balanceó atravesando el aula casi como lo haría una bailarina de ballet, hasta finalmente, encontrarse junto a mí. Tragué saliva, cuando estaba cerca de mí se me olvidaba hasta respirar. No era capaz de entender como aquel ser humano tan perfectamente creado, me prestaba atención.
—Buenos días, Locked.

—Buenos días, Key —respondí tratando de imitar el tono dulce de su voz mientras me perdía, una vez más, en sus ojos verdes y las pecas que le llenaban el rostro. Nunca lo había dicho en voz alta, pero estaba inconfundiblemente enamorada de ella. Quizás, enamorada era decir poco, relámpagos de emociones surcaban mis brazos cada vez que sus dedos me rozaban para cogerme de la mano. Sentimientos que me hacían sonrojarme por la simple fortuna de tenerla en mi vida, de que me considerara su mejor amiga.

Se sentó sobre la mesa, inconsciente de que todos mis compañeros la admiraban gesticular. La larga melena cereza caía en forma de cascada sobre sus hombros semidesnudos, donde comenzaban tres entintados cuervos que, según ella, nos representaban a su hermano pequeño, a su madre y a mí. Un suspiro salió de entre sus labios de forma ahogada.

—¿No te resultó increíblemente difícil el trabajo de estadística? Creo que es el trabajo que más me ha costado de todo el año y ¡ni siquiera es el trabajo final de la asignatura! —. De un tímido brinco, saltó de la mesa y se sentó en su silla junto a la mía. Sacó un encuadernado documento con una caligrafía preciosa en la portada y lo dejó sobre la mesa. Adoraba su caligrafía, el color de su pelo y hasta la forma en la que bailaba al caminar. Contemplé la portada de mi trabajo, tan diferente al suyo, y me encogí de hombros. Desde luego, el arte gráfico no era la rama que mejor se me daba. —¿Me estás escuchando?

—¿Crees que sería capaz de no hacerlo? Estoy segura de que sacarás muy buena nota, Key. Siempre lo haces, a mí me hubiese gustado más un trabajo de literatura pero desde luego, estadística es tu rama favorita.

Mi respuesta pareció satisfacer la voz de sus sentidos, una disimulada sonrisa se dibujó en sus labios. Aunque quizás no era tan disimulada, al fin y al cabo, era capaz de verlo todo en ella. Desde que nos habíamos conocido, había surgido algo increíble, pero ella jamás sabría hasta que punto era increíble para mí. Y, en el fondo, eso me dolía de forma abismal. Dolía del mismo modo que lo hacían sus romances cuando le rompían el corazón, porque cada una de aquellas desilusiones la apagaban varias semanas. Semanas insufribles en las que sólo podía tratar de estar ahí para ella. Tengo que admitir, que nunca he entendido como alguien podía no ver la suerte que tenían de tenerla en su vida. Cómo eran capaces de romperle el corazón a alguien tan excepcional. Y, sin embargo, lo hacían.

—Algún día serás una gran escritora y yo, estaré en todas las firmas de tus libros para fotografiar el momento —respondió de forma risueña. Así era Key, la llave de mis sueños. Apostaba por mí de un modo que no había hecho nadie nunca antes—. Locked, vas a llegar muy lejos y estaré ahí para verlo. Créeme.

[…]

—Oye, Locked ¿has pensado con quién irás al baile de final de curso? Queda una semana para la fiesta.

—Estoy demasiado ocupada con los exámenes, mientras todos los demás os preocupáis por pequeñeces como el baile de graduación, yo necesito preocuparme por lo que viene la semana después. No puedo permitirme fallar.

—Sólo es una semana de pensar en detalles banales: peluquería, comprar un vestido o esmoquin elegante, bailar y disfrutar. No está tan mal después de un curso tan agobiante y, además, estarás más despejadas para los finales—. Respondió mientras terminaba de recoger las cosas que quedaban sobre la mesa de estudio. No sé cómo lo hacía, pero cada una de sus palabras me engatusaban como el canto de una sirena. Quizás, sólo quizás, aquel baile no fuese una estupidez sólo pensada para mantener el estatus quo y las relaciones sociales aceptadas. Quizás, si mi compañera de mesa aceptaba a ser mi pareja podíamos ir juntas.

No.

Agité la mano alrededor de mi cabeza, espantando a mis pensamientos como si fuesen molestas moscas, eso, nunca pasaría. Ella, nunca pensaría en mí de ese modo. Pero al menos, siempre la tendría en mi vida para dar cada uno de mis pasos. Con eso me valía, con eso me sobraba.

[Key Braverson~]

—Podríamos ir juntas… —murmuro mordisqueándome el labio inferior. Tal y como lo ha expresado Locked, espero que mis palabras caigan en saco roto. Sin embargo, debo intentarlo. Es el último año que estamos juntas antes de la universidad, que vamos a vernos cada día y aunque mi deseo es pasar el resto de mi vida cerca de esa joven que me acompaña, sé que nuestras universidades no están precisamente cerca.

La contemplo, decidida y un leve rubor se levanta en sus mejillas. No entiendo la razón, pero me mira y agacha la cabeza. —¿Contigo? —repite, como si no me hubiese escuchado.

—No, con mi padre —respondo—. Claro que conmigo, es nuestro último año y no quiero que ningún chico me robe el honor de llevarte al baile de graduación.

—O chica —replica, aunque no llego a comprender si eso hace referencia a sus preferencias. La observo detenidamente, es la primera vez que caigo en la cuenta de que Locked, siempre había permanecido cerrada a mí en términos amorosos. Había llegado a pensar que no deseaba compartir esa parte de su vida o, que simplemente, no había llegado el momento. Quizás, en un instituto en el que te marcan continuamente lo que debes ser, ni siquiera eres capaz de abrirte con tu mejor amiga.

—¿Irías al baile conmigo? ¿Serías mi pareja? —Vuelvo a preguntarle.

Asiente con tierna timidez y se esconde detrás del burbujeante pelo rosado. A veces no soy capaz de leer sus expresiones, desde luego es curioso que con la facilidad con la que empatizo con todo el mundo es a ella a quién no logro leer. Sus expresiones se enternecen aún más cuando comprende que la estoy mirando fijamente.

—Pues tenemos una larga semana por delante —añado con una sonrisa colgándome la mochila a la espalda. Ella se levanta en silencio, siempre hace lo mismo. Pretende que es invisible, pero conmigo no funciona. Su luz, a veces incluso me deslumbra.

—Key… —comienza.
Noto duda en su forma de hablar, algo le preocupa pero no llego a entender qué es—. Quieres ir al baile conmigo, sólo porque no me lo pedirá nadie ¿no?

Parpadeo, confundida ante esa pregunta. Y, por primera vez, puedo leer la expresión que subyace en sus ojos almendrados. Tiene miedo, miedo de que sólo la vea porque siento pena por ella.

—Desde luego que no, quiero que vengas al baile conmigo porque quiero pasar esa noche con alguien a quien quiero. Con mi mejor amiga.

—Claro, lo siento si te he ofendido—. Responde, aunque su voz suena dolida. Como si esperase algo más de mí, quizás siempre esperaba algo más de mí. Algo más que el resto nunca esperaba, por eso la quería. Por eso la veía de la forma en la que lo hacía.

—No creo que tú pudieses ofenderme… ni aunque te lo propusieses —respondo de forma burlona ante su comentario, intentando que la sonrisa asome por sus labios. Ella frunce el ceño y me da un empujón al salir. Esboza una sonrisa y me llama para que camine junto a ella a la salida. Desde luego, es lo que quiero hacer el resto de mi vida.

Caminar junto a esa increíble mujer. Y quizás, algún día pueda llamarla algo más que amiga al hablarle de mis sentimientos por ella y por la forma en la que baña de luz todo lo que toca.

martes, 28 de noviembre de 2017

Hielo.

Su mirada la golpeó con la misma fuerza que un témpano de hielo, siguiendo el ritmo de la danza que sus pies dibujaban bajo la bóveda de nubes que era aquella noche. Frío cual glacial, la observó desde el linde de los terrenos; las puertas de piedra permanecían cerradas a su espalda, impidiéndole continuar su camino al interior del castillo.

—¿Lo sabías? —Le preguntó mientras su mirada se clavaba en los ojos adamantinos de Catherine. Sabía que Gael podía intimidar a cualquiera, que podía con cualquiera que se interpusiese en sus planes… pero no con ella; después de todo, se había criado con personas como él.
Suspiró, estoico y disciplinado. —Claro que lo sabía —afirmó, finalmente—. Estaba allí para mí, era mi prueba y la he pasado con creces.
La joven asintió, se había dado cuenta de que Gael estaba esperando a la criatura desde el momento en el que sus pies se internaron en el bosque. Había podido observarlo durante los últimos tres años, era capaz de reconocer aquellos pequeños detalles en el ruso.
Las comisuras de sus labios temblaron en su rostro redibujando su expresión. —Deberías tener cuidado cuando no estoy para cubrirte las espaldas —comentó con elegante sorna la escocesa.

La sombra de una sonrisa pestañeó en el cincelado rostro del ruso, aunque imperceptible para cualquiera que no mirase con atención. La atención con la que siempre lo contemplaba el joven Archie Coy, por ejemplo.
—Por supuesto, Miss Bathory, nada me complacería más que su presencia la próxima vez… ya lo sabe.

Gael tendió su brazo y Catherine lo tomó con cuidado mientras se permitía desviar la adamantina mirada a la entrada del bosque donde se escondía un encorvado muchacho entre las sombras. Le pesase a quién le pasase, Gael seguía siendo su pareja de baile aquella noche e iba a disfrutar de su presencia y de todo lo que tenía que contarle hasta que saliesen los primeros rayos de sol.

La luna se despidió de ellos con timidez entre la espesura de las nubes mientras las puertas de piedra se abrían con estruendosa prudencia permitiéndoles pasar. Archie, por su parte, permaneció oculto en el cobijo de las sombras durante el tiempo que tardaron en entrar en el castillo. No era eso lo que quería hacer, por supuesto; su único deseo era estar también la estancia en la que se encontraba Gael. Ver que el ruso era capaz de contemplarlo por encima de su invisibilidad habitual, que podían encontrarse con la misma facilidad que lo hacían en una habitación vacía. 
Pero aquello no sucedió, no tuvo la confianza necesaria para afrontarlo aquella noche y como siempre sucedía, permaneció invisible y derrotado en la oscuridad.

domingo, 19 de marzo de 2017

Hopelessly devoted to you






Esbozó una sonrisa torcida cuando su obra estuvo completa, un murmullo apagado le recordó que su acompañante seguía sin estar completamente de acuerdo con aquello. Había sido una apuesta, una proposición a la que no había podido negarse. Si resistía a sus encantos, si era capaz de aguantar y resistirse ante ella; tomaría su papel. Le permitiría que la hechizase con todas aquellas armas que él decía que poseía, se rendiría ante él. Finalmente, rompería el veto.

Lo dejó con la espalda pegada a la pared, esposado y con los ojos vendados. Se sentó sobre sus piernas y le besó, mordisqueándole sin ningún pudor el labio inferior. Dejó escapar un suspiro cuando se separó de él. No quería alejarse, no podía esperar a que él la desease; a que él se decidiese a rendirse completamente.

Se desabrochó la camisa con lentitud, contemplando de reojo como su compañero de juegos cada vez estaba más expectante. Expectante por ella. La larga cabellera tapaba su blanca desnudez, aunque no importaba, al fin y al cabo, nadie más podía verla.

—Entonces gatito, ¿te gusta lo que ves? —preguntó finalmente. Una risa se escapó de forma fugaz ante el bufido de Alaric, se enfadaba si lo llamaba “gatito” pero actuaba como tal—. Oh, venga, no seas así...

—Lo sé —respondió en un quejido cuando unas manos suaves y frías le acariciaron la piel, forcejeó con las esposas en un vano intento por liberarse—, pero ¿no puedo al menos verte?

—No, es parte del juego.

Su respuesta fue tajante, pero en su voz se mezclaba la emoción con el desesperado deseo de satisfacerle, de llenar sus fantasías. Se sentó sobre las piernas desnudas de su “sumiso”, de no haber tenido el papel dominante habría estado temblando como un flan, pero sabía cómo disimular su nerviosismo. Desde que lo había conocido su relación con el demonio había sido un tira y afloja por poseerla. Suspiró y se echó sobre él, su corazón se desbocó tan pronto como su cabello le acarició el cuerpo desnudo; ella esbozó una sonrisa traviesa, se humedeció los labios y dejó un reguero de besos y lentos mordiscos a través de su cuello, los hombros y la clavícula. Lo notó agitarse bajo el peso de su cuerpo, lo notó forcejear con las esposas y con el irrefrenable deseo de devolverle lo que le estaba haciendo. No se le daba bien el rol de sumiso. Era agradable ver que Alaric era malo en algo.

—Déjame ayudarte —le murmuró.

—Recuerda el trato, gatito.

Le mordisqueó el labio tras un fugaz beso que casi podría haber sido un sueño y deslizó una de sus manos entre las piernas de su enfurruñado acompañante. Le besó la comisura de los labios y regresó al trabajo que sus manos estaban realizando. Los gemidos se intensificaron y con ello, sus deseos por satisfacerle. Dejó caer los mechones de pelo rozándole los muslos, los músculos de sus piernas se tensaron bajo su cuidado roce. Sus labios le acariciaron con extrema dulzura y lentitud, su lengua se deslizó ávida e inteligente por toda su extensión.

—Para… —suplicó.

Pero no le hizo caso.

Antes de empezar habían acordado la palabra, sólo tenía que decir la palabra y ella acabaría con todo aquello. Pero no lo decía. En aquel juego mandaba él y desde luego, no quería que lo dejase. Lo observó morderse el labio; inquieto, enfadado, vulnerable. Ella no dejó de manipularle, de saborearle, pero sabía que lo estaba disfrutando, que su deseo estaba creciendo. Paró, de forma repentina pero premeditada y contempló la mueca de consternación de Alaric.

—Habías dicho que parara, gatito —susurró en su oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja en su paso por ella—. ¿Estás seguro? ¿Quieres que pare?

Lo rodeó con ambos brazos y lo besó. Se lo devolvió con la necesidad de mantener sus labios donde pudiera controlarlos, pero no duró mucho. Pronto decidió que aún no había acabado con su castigo. Clavó los dientes en su cuello, pegándose a él y dejándole sentir su cuerpo.

—Por favor…

—¿Por favor?

—No me dejes así —murmuró. Por primera vez, lo vio ruborizarse, completamente vulnerable. Completamente entregado a ella. Esbozó una sonrisa y volvió a agacharse entre sus piernas. Era una devota complaciente, después de todo.

[…]


—Mistress —jadeó de forma entrecortada, le temblaba todo el cuerpo y lo único que pretendía era devolverle todo lo que le había hecho.

Había ganado. Se sentó sobre sus piernas acariciando con sus muslos aquello que le había propiciado tantísima satisfacción. Deslizó sus dedos y desató la venda que le cubría los ojos, aquellos imponentes ojos grisáceos la contemplaron por primera vez. El temblor que había estado conteniendo durante su caring-rol se extendió tan pronto como él la devoró con la mirada.

—Las manos, por favor… Mistress.

El simple hecho de haberle devuelto la visión lo había devuelto al juego, le había devuelto el rol de dominador. Ya no era su gatito. Antes de perder aquellos últimos atisbos de vulnerabilidad, lo besó y él se lo devolvió con fiereza, la imperiosa necesidad había desaparecido. Se mordisqueó el labio y finalmente, le quitó las esposas.

Su cuerpo reaccionó como un resorte y tan pronto como tuvo las manos libres, la levantó y la dejó tendida en una postura donde acariciarla y besarla le resultaba mucho más fácil. La colocó en una posición en la que podía hacer que se rindiese a él, en la que podía persuadirla. Bajo toda aquella fachada de chica dura se vislumbraba el rubor, la vergüenza y quizás el miedo de no estar a la altura, a su altura. Esbozó una sonrisa y la besó extasiado, furioso, conmovido… necesitado, de nuevo. La necesitaba, necesitaba cada fibra de su ser, cada centímetro de su cuerpo que quedaba a la vista, cada esquiva mirada que se fugaba cuando sus ojos trataban de encontrarla.

—Gatito… —murmuró en bajito cuando dejó de besarla cubriéndose con las manos aquello que podía. Alaric le sujetó ambas manos con una de las suyas.

—No.

Fue todo lo que acertó a decir. No sabía cuánto hacía que la deseaba, pero desde luego no pensaba dejar que tapase aquella impresionante visión. Colocó una de sus piernas entre medios para separar las suyas. Antes de hacer nada volvió a besarla, le soltó las manos y dejó que las enredase en su pelo. Se separó de ella y se dirigió hacia sus senos, quienes ya habían sentido su piel minutos antes. Exhaló y ante su respiración, se cortó la de su compañera. Se lo llevó a la boca, jugueteó y mordisqueó su pezón. Primero un pecho, luego el otro. Se dedicó a mordisquearla hasta que las marcas de sus besos y sus dientes dominaron toda la parte superior de su cuerpo.

—Gatito… —comenzó, le costaba respirar y los nervios le impedían hablar—. Te necesito.

—Todavía no.

Y lo cumplió, pese a que su cuerpo también la deseaba y la necesitaba. La besó en la cadera y continuó bajando hasta entrar entre sus piernas. Le mordisqueó el interior de uno de los muslos y la besó con extremo cuidado después. Alterada, le levantó la cabeza y tiró de él para que se reincorporará y pudiera besarlo, para tenerle al alcance de sus manos. Pretendía distraerlo. Hacerle perder la compostura, pero en aquel ámbito Alaric tenía mucha más experiencia.

La dejó hacer durante unos instantes, necesitado de su contacto. Sin embargo, volvió a sujetar sus manos con una de las suyas y lo retomó donde lo había dejado. En cuanto su lengua estuvo en contacto con ella, la inercia la llevó a apretar los muslos. Aquello era buena señal. La escuchó gemir, forcejear contra su agarre y forzarlo a parar. Cedió ante su propio deseo y le soltó las manos.

—Te…

—Lo sé —respondió.

Se hundió en ella y la abrazó como si fuese a romperse, como si fuese la criatura más frágil del planeta. Necesitaba sentirla y aquel era el momento en el que más cerca estaría de comprender su existencia. De comprender qué había en ella para que hubiese cambiado de parecer con respecto al mundo, a su deber y a todo lo que le rodeaba.

martes, 10 de junio de 2014

La bailarina


Le encantaba bailar, dar piruetas en sus bailarinas había sido siempre su única pasión. Había descubierto que al bailar, ella era un universo de sensaciones y pasiones. Además, había descubierto que bailando podía hacer sentir a otros, todo lo que ella sentía: todos sus sueños, sus deseos, sus tristezas y alegrías. 

Cada uno de sus estereotipados giros sobre la punta de los pies, hacía que el público se estremeciese sin importar la composición que sonara; no obstante, la melodía que acompañaba sus giros sobre la plataforma era siempre la misma. Sus diminutos pies giraban constantemente al son de la danza del hada del azúcar, después de todo era la perfecta bailarina para recrearlo: piel aterciopelada, mirada soñadora y grandes ansias de volar. 

Sí, quería volar. Quería mostrarse en los grandes escenarios dónde ya se habían mostrado cientos de bailarinas; quería poder realizar la danza de los cines, el vals de las flores; quería ser la Reina de las Nieves, Giselle, la Lechera; quería ser una estrella en el firmamento. 

Y allí seguía, bailando sobre la misma plataforma del color de las nubes en un día de lluvia. Dejó caer la mirada sobre el suelo mientras continuaba imitando posturas de pliés y relevés. En aquel instante no bailaba, sólo descansaba sobre posturas extremadamente incómodas. 

Dos ojos de color esmeralda se centraron en ella y la misma música comenzó a sonar, la joven bailarina con su tutú y su perfecto moño comenzó a realizar piruetas con los ojos cerrados ante la expectante mirada de su acompañante. Los dos minutos que duró la canción, sólo existió aquella joven que soñaba estar frente a una inmensa multitud en un reconocido teatro. Abrió los ojos y se encontró en el mismo pedestal de siempre, rodeada de bisutería y de una mano cerniéndose sobre su diminuto cuerpo. 

La oscuridad y el silencio la envolvieron. Su sitio estaba en aquel joyero con la música de “El Cascanueces” y no en los grandes escenarios que tanto ansiaba.

viernes, 4 de octubre de 2013

Un día azul


«¿Qué le ocurre a esa chica? ¿Por qué va siempre con esa expresión en el rostro?» Era lo que a menudo se preguntaban los que la contemplaban caminar con aire decidido.

Melena al viento, ojos fijos en sus pies que alzaba de vez en cuando y una sonrisa que habría enamorado hasta al corazón más helado. Era un alma cándida, llena de dulzura y amor por los demás. No obstante, ella nunca fue capaz de verlo al mirarse al espejo. Sólo veía un reflejo roto y que el tiempo había hecho jirones. No tenía opción ninguna para verse como la veían los demás, nunca había visto la preciosa sonrisa o los brillantes ojos verdes. Nunca había admirado su increíble melena negra ni su figura curvilínea. A sus ojos no era lo suficientemente buena para nada, la historia que la acompañaba la había desvalijado años atrás. Aun así, no dejaba que la tristeza inundase su rostro o que los demás apreciasen lo rota que estaba. 

Era un día cualquiera. 
Un día azul. Le gustaba pasear en los días azules porque hacia frío, pero el sol siempre alumbraba sus pasos por lo que realmente no lo sentía. Era una de las mejores sensaciones del mundo. Llevaba el volumen de la música lo suficientemente alto como para no escuchar los comentarios de las personas que la rodeaban, pero sonreía a todos y cada uno de los que se cruzaban con ella. No importaba que se sintiese identificada con las canciones más tristes del mundo, su barrera emocional era tan elevada que no dejaba traspasar ni un poco de toda esa tristeza.

Contemplaba el mundo desde una ventana distinta a los demás. A pesar de sus contradictorios sentimientos, veía un mundo maravilloso lleno de sueños y esperanzas. Ojalá las personas que la rodeaban hubiesen podido verlo como ella lo hacía. Ojalá ella hubiese podido ver en aquel día azul, como el resto de las personas la miraban con admiración.

sábado, 7 de septiembre de 2013

No era un azul común

Nunca se lo había dicho, pero aquellos ojos, aquellos arrebatadores ojos me habían capturado desde el momento en el que mi pupila se posó sobre ellos. No era un azul común. Era como contemplar un mar en calma, ese era el color azul de sus ojos. Una persona podía perderse en ellos en cuestión de segundos. Alguien debería haberle dicho que la bandera roja era obligatoria, pero nadie lo hizo. Eran capaces de volver loca a cualquiera que se fijara en ellos, pero él no parecía darse cuenta de ello. 

Había algo de magia en ellos, a mí al menos me parecían mágicos... sino, no comprendo como sucedió.


sábado, 22 de junio de 2013

The White Owl


La lechuza blanca.

Las estrellas apenas relucían entre las tinieblas, pero su tenue brillo mantenía alejadas a la más peligrosa de todas las sombras. Allá dónde mirase sólo había oscuridad, pues la Luna tampoco se había dignado a salir aquella noche. En la quietud del crepúsculo una figura tan reluciente que dolía al mirar se elevó por el cielo desgarrando con su blancura la penumbra. Una figura que en comparación con las estrellas que se observaban parecía una pequeña supernova. Nadie la oyó mientras se deslizaba con alas aterciopeladas acariciando el cielo. Nadie la vio mientras sobrevolaba como una exhalación el pequeño claro de bosque. 

Se posó en uno de los árboles que lo bordeaban, las garras aferradas a la rama con tal fuerza que los surcos quedarían marcados allí para siempre. El viento gimió meciendo las ramas, las hojas susurraron para la pequeña figura alada. Ella las imitó. Su suave ulular se unió a la rugiente brisa en un cántico temible para cualquiera que la hubiese podido escuchar aquella noche, aunque el mundo seguía ajeno a su paso. Las nubes temblaron y se agitaron en el oscuro cielo cuando la lechuza clavó sus grandes, redondos y oscuros ojos en él. No sabía lo bien que hacían sintiendo aquel pavor ante la profunda y vacía mirada de la criatura alada, pues estaba allí por una razón. Ella tenía una misión. Observó todo a su alrededor con perspicacia hasta que encontró lo que buscaba.

Una doncella mecía un carrito dónde un niño de ensortijados cabellos rubios luchaba por hacer frente a un terrible enemigo, el sueño. La lechuza los contempló como si la vida le fuese en ello, centró la mirada en el bebé. «Ah, aquel niño era perfecto». Hubiese pensado de haber podido hacerlo. 

–Oh, Vincent… si mi madre pudiese verte, ya estás enorme. –Le dijo con voz suave la muchacha, siguió meciendo el carrito mientras enroscaba uno de sus propios bucles en un dedo, lo engarzó hasta que le pareció suficiente. Sus ojos se centraron en el cielo, el cual cada vez se espesaba más entre las nubes y la oscuridad. –Es tarde ya, espero que hayas disfrutado de la visita, pues si tu madre descubre que hemos salido tan tarde, no le va a gustar. –Finalizó con una pequeña sonrisa que se empezó a abrir paso en sus sonrosadas mejillas. Con ambas manos empujó el carrito por la ladera del claro hacia el pequeño pueblo junto al río.

La lechuza les observó  durante unos amplios segundos más y a continuación, elevó el vuelo de la forma más majestuosa que sabía. De nuevo, nadie la vio y nadie la oyó. Sin embargo, ella ya lo sabía absolutamente todo. O al menos, todo lo necesario para poder informar a quién la había enviado a tan importante misión. 


sábado, 9 de febrero de 2013

The Guardian

The Guardian es un proyecto de novela que llevo escribiendo desde que tenía ocho años. A día de hoy ya llevo 19 otoños a mi espalda por lo que este proyecto ha estado madurándose desde hace 11 años aproximadamente. Juzguen con ojo crítico, pero siempre en post de una crítica constructiva. Y bueno, espero que se queden con ganas de más. 
En ese caso, sólo tienen que decírmelo y les diré dónde pueden seguir leyendo...
Saludos y ¡sed felices!


SINOPSIS:
Según una antigua leyenda, cuando el mal se alce para reclamar su poder y el reino de Wiccana, renacerán los guardianes para mover sus fichas. La Tierra está a punto de sucumbir en una temible guerra de la que nada sabe y en la que sólo unos pocos elegidos pueden participar para salvarla.

viernes, 24 de febrero de 2012

Goodbye wonderland

Goodbye Wonderland, one day I will come back.
En otro tiempo, en otro lugar, en la época de las maravillas.
En otro tiempo, en otro lugar, el mundo era bueno, verde y fértil. El tiempo giraba y de vez en cuando se paraba regalándonos algunos minutos más de felicidad, regalándonos algunos sueños más en una bonita noche.
En otro tiempo, en otro lugar, en la época de las maravillas, el sombrero tomaba el té independientemente de la hora que marcase su defectuoso reloj. La remilgada reina roja se comportaba más allá de su "Que le corten la cabeza" e incluso a mí me cantaba sus poesías y me invitaba a jugar al croquet.
En otro tiempo, en otro lugar, el mágico mundo de las maravillas existió para escapar de la realidad, para merendar bajo los árboles y no tenerle miedo a nada.
Y entonces algo extrañó pasó, el mundo comenzó a girar demasiado deprisa y el país de las maravillas se desmoronó naipe a naipe, ficha a ficha... hasta que la cabeza más sana se fundió con la insensatez; con el rojo carmesí que pintó los nuevos ríos, antaño puros y brillantes. Los buenos pasaron a ser malos y los malos, se volvieron poderosos. Y así, mi maravilloso mundo se volvió violento, más oscuro y oprimido, atando con los brillantes grilletes de Efesto a los antes libres y grandiosos sueños que vivían allí.
Los habitantes de mi país de ilusión me pidieron que mantuviera las esperanzas, pero ¿quién puede ser sensata rodeada de malvada locura? ¿quién puede ser sensata rodeada de gatos que sonríen y tiempos que se fugan? ¿quién puede mantener la cordura rodeada de reinas que amenazan con cortarte la cabeza? ¿Quién?
Yo no, pero volveré cuando deje de tenerte tanto miedo a ti como a la realidad, cuando recupere la esperanza y las ganas de soñar, cuándo deje de tener miedo a mirar lo que guarda mi corazón.
Lo siento, no sabes cuanto lo siento.
Atentamente, tu asustada y novata Alicia, puedes llamarme Cinta.

domingo, 22 de mayo de 2011

Esta vez es Alicia la que pierde la cabeza.

 ¿Por qué había intentando besarle? ¿Por qué no se había resistido?
Finalmente Serena y yo estábamos listas para ir al baile que tanto habíamos esperado y por el cual, mi madre y yo, no nos hablábamos.

Entramos por las inmensas puertas del gimnasio, ahora decoradas con purpurina, confeti y tiras de papel de color. En cada rincón había una pareja bailando, hablando o haciendo manitas. Kevin se acercó a mí nada más entrar por aquella puerta, mi corazón estaba a punto de desbocarse. Incluso con la máscara puesta era capaz de saber que era él quién se aproximaba a mi posición. El temblor en las piernas se hizo aún más insistente cuando pude vislumbrar con claridad sus grandes y tiernos ojos verdes y sus pasos torpes, pero decididos.

—¿Bailas conmigo, preciosa?

—Por supuesto. —Respondí en un susurro, miré a mi alrededor completamente azorada. Serena bailaba con mi mejor amigo, Adam. ¿Por qué él? Me pregunté, pero no me importó, no en aquel momento. Comenzamos a bailar, mis pasos se acompasaron a los del joven de cabello rubio y al sonido de los altavoces.

—Estás increíble, Cassie. —Me sonrojé al escuchar mi nombre, Kevin Sandford había descubierto quién era.

—Gracias, Kevin.
Me acerqué a él un poco más y comenzamos a charlar todo lo animadamente que la música nos permitía. Cuando la conversación comenzó a ponerse interesante, hubo cambio obligatorio de parejas. Adam y Serena vinieron riendo hacía nosotros. Mi amigo tomó mi mano y S’ se fue con Kevin. La miré extasiada durante algunos segundos. Si aquella increíble y perfecta víbora rubia no hubiese sido mi mejor amiga, me habría lanzado sobre ella como una leona.

—¿Qué te parece el baile? —Le pregunté a Adam, al fin y al cabo, yo lo había obligado a asistir conmigo porque no quería parecer sólo la acompañante de la futura Reina de apertura.

—Odio bailar ¿por qué narices me invitaste?

—No parecía que te disgustara bailar con Serena. —Le respondí en un reproche, la fría daga de los celos comenzaban a hacerme efecto ahora que ella bailaba con Kevin. Adam era un chico moreno de ojos azules, alto, fuerte. Todo un bombón, pero mi mejor amigo después de todo, y sentía la necesidad de protegerlo constantemente o al menos eso creía yo. 

—No entiendes nada, ¿verdad? He venido a este estúpido baile porque tú me lo has pedido.

—Eres realmente especial. —Lo abracé y empezamos a bailar siguiendo el ritmo de Dust in the Wind de Kansas. Me resultaba bastante difícil, como ya he dicho es alto, bastante más alto que yo… —Adam, gracias por estar siempre a mi lado, no sé porqué lo haces, pero te lo agradezco. —No dijo nada, pero noté como sus labios se curvaban en una sonrisa. Miré de nuevo hacia Serena y Kevin, me quedé hipnotizada por el vuelo de su vestido y por el simple hecho de que sus zapatos de cristal parecían no tocar el suelo.

—Tú eres mejor que ella. —Dijo Adam al notar que miraba a la futura reina del baile de apertura sin parar. La música se hizo más lenta y con ella, nuestro baile. Ahora bailar era agradable, como flotar entre algodones, sus pies parecían moverse solos, y los míos los seguían con gusto. Su mano tomando la mía era cálida, suave, gentil. Y aquella tímida sonrisa que asomaba en sus labios, reconfortante.

La realidad había quedado envuelta en un sueño, dónde solo existíamos él y yo. La realidad había sido burlada por el país de las maravillas y ahora la pequeña Alicia era la reina del lugar. 
Mi cabeza se aproximó a la de Adam, cerré los ojos y dejé de bailar. Quería besarlo, pero no sabía porqué. Noté como la distorsión de aquella ensoñación desaparecía, mi joven acompañante dejó de tomar mi mano, le sonreí y acerqué su rostro al mío con toda la suavidad que estar de puntillas me permitía.
Finalmente, el sueño se desvaneció, abrí los ojos… Adam estaba quieto, anonadado, absorto por la situación. Me sentí insegura, más todavía de lo que cabía esperar. ¿Qué había estado a punto de hacer? ¿Por qué había intentando besarle? ¿Por qué no se había resistido?

—Perdóname. —Le dije en un susurro y troté todo lo rápido que los adornados pies me permitieron para salir del gimnasio. Me senté en el bordillo de la pequeña fuente de la universidad, me descalcé los tacones rojos y me subí un poco el vestido para observar mis pobres e hinchados pies por culpa de aquellos hermosos zapatos. —Eres una idiota Cassie, ¿cómo se te ocurre? ADAM es tu mejor amigo, y sólo puede ser tu mejor amigo. —Me dije a mí misma en voz alta.

Escuchaba la música de aquel baile, pero aquello no era para mí. Esta vez, el cuento no terminaba con “y vivieron felices y comieron perdices”, esta vez Alicia se quedaba sin su cabeza.