Paranoyas célebres.

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miércoles, 17 de enero de 2018

Ella es mi llave

[Locked Clearwater~]

Nadie se me quedaba mirando cuando entraba por la puerta del enorme salón. Quizás hubo una época en la que lo hacían; en la que la gente se giraba al verme pasar. Ahora, el pomposo pelo rosa pasaba tan desapercibido como yo. Finalmente, lo había conseguido, había conseguido ser invisible. El mundo giraba según mis estúpidos designios, había querido desaparecer y desde luego que lo había conseguido. Sin embargo, había una persona, una persona capaz de verme a través incluso del tiempo.

Su mirada dulce se cruzó con la mía, anonadada y perpleja, su cuerpo se balanceó atravesando el aula casi como lo haría una bailarina de ballet, hasta finalmente, encontrarse junto a mí. Tragué saliva, cuando estaba cerca de mí se me olvidaba hasta respirar. No era capaz de entender como aquel ser humano tan perfectamente creado, me prestaba atención.
—Buenos días, Locked.

—Buenos días, Key —respondí tratando de imitar el tono dulce de su voz mientras me perdía, una vez más, en sus ojos verdes y las pecas que le llenaban el rostro. Nunca lo había dicho en voz alta, pero estaba inconfundiblemente enamorada de ella. Quizás, enamorada era decir poco, relámpagos de emociones surcaban mis brazos cada vez que sus dedos me rozaban para cogerme de la mano. Sentimientos que me hacían sonrojarme por la simple fortuna de tenerla en mi vida, de que me considerara su mejor amiga.

Se sentó sobre la mesa, inconsciente de que todos mis compañeros la admiraban gesticular. La larga melena cereza caía en forma de cascada sobre sus hombros semidesnudos, donde comenzaban tres entintados cuervos que, según ella, nos representaban a su hermano pequeño, a su madre y a mí. Un suspiro salió de entre sus labios de forma ahogada.

—¿No te resultó increíblemente difícil el trabajo de estadística? Creo que es el trabajo que más me ha costado de todo el año y ¡ni siquiera es el trabajo final de la asignatura! —. De un tímido brinco, saltó de la mesa y se sentó en su silla junto a la mía. Sacó un encuadernado documento con una caligrafía preciosa en la portada y lo dejó sobre la mesa. Adoraba su caligrafía, el color de su pelo y hasta la forma en la que bailaba al caminar. Contemplé la portada de mi trabajo, tan diferente al suyo, y me encogí de hombros. Desde luego, el arte gráfico no era la rama que mejor se me daba. —¿Me estás escuchando?

—¿Crees que sería capaz de no hacerlo? Estoy segura de que sacarás muy buena nota, Key. Siempre lo haces, a mí me hubiese gustado más un trabajo de literatura pero desde luego, estadística es tu rama favorita.

Mi respuesta pareció satisfacer la voz de sus sentidos, una disimulada sonrisa se dibujó en sus labios. Aunque quizás no era tan disimulada, al fin y al cabo, era capaz de verlo todo en ella. Desde que nos habíamos conocido, había surgido algo increíble, pero ella jamás sabría hasta que punto era increíble para mí. Y, en el fondo, eso me dolía de forma abismal. Dolía del mismo modo que lo hacían sus romances cuando le rompían el corazón, porque cada una de aquellas desilusiones la apagaban varias semanas. Semanas insufribles en las que sólo podía tratar de estar ahí para ella. Tengo que admitir, que nunca he entendido como alguien podía no ver la suerte que tenían de tenerla en su vida. Cómo eran capaces de romperle el corazón a alguien tan excepcional. Y, sin embargo, lo hacían.

—Algún día serás una gran escritora y yo, estaré en todas las firmas de tus libros para fotografiar el momento —respondió de forma risueña. Así era Key, la llave de mis sueños. Apostaba por mí de un modo que no había hecho nadie nunca antes—. Locked, vas a llegar muy lejos y estaré ahí para verlo. Créeme.

[…]

—Oye, Locked ¿has pensado con quién irás al baile de final de curso? Queda una semana para la fiesta.

—Estoy demasiado ocupada con los exámenes, mientras todos los demás os preocupáis por pequeñeces como el baile de graduación, yo necesito preocuparme por lo que viene la semana después. No puedo permitirme fallar.

—Sólo es una semana de pensar en detalles banales: peluquería, comprar un vestido o esmoquin elegante, bailar y disfrutar. No está tan mal después de un curso tan agobiante y, además, estarás más despejadas para los finales—. Respondió mientras terminaba de recoger las cosas que quedaban sobre la mesa de estudio. No sé cómo lo hacía, pero cada una de sus palabras me engatusaban como el canto de una sirena. Quizás, sólo quizás, aquel baile no fuese una estupidez sólo pensada para mantener el estatus quo y las relaciones sociales aceptadas. Quizás, si mi compañera de mesa aceptaba a ser mi pareja podíamos ir juntas.

No.

Agité la mano alrededor de mi cabeza, espantando a mis pensamientos como si fuesen molestas moscas, eso, nunca pasaría. Ella, nunca pensaría en mí de ese modo. Pero al menos, siempre la tendría en mi vida para dar cada uno de mis pasos. Con eso me valía, con eso me sobraba.

[Key Braverson~]

—Podríamos ir juntas… —murmuro mordisqueándome el labio inferior. Tal y como lo ha expresado Locked, espero que mis palabras caigan en saco roto. Sin embargo, debo intentarlo. Es el último año que estamos juntas antes de la universidad, que vamos a vernos cada día y aunque mi deseo es pasar el resto de mi vida cerca de esa joven que me acompaña, sé que nuestras universidades no están precisamente cerca.

La contemplo, decidida y un leve rubor se levanta en sus mejillas. No entiendo la razón, pero me mira y agacha la cabeza. —¿Contigo? —repite, como si no me hubiese escuchado.

—No, con mi padre —respondo—. Claro que conmigo, es nuestro último año y no quiero que ningún chico me robe el honor de llevarte al baile de graduación.

—O chica —replica, aunque no llego a comprender si eso hace referencia a sus preferencias. La observo detenidamente, es la primera vez que caigo en la cuenta de que Locked, siempre había permanecido cerrada a mí en términos amorosos. Había llegado a pensar que no deseaba compartir esa parte de su vida o, que simplemente, no había llegado el momento. Quizás, en un instituto en el que te marcan continuamente lo que debes ser, ni siquiera eres capaz de abrirte con tu mejor amiga.

—¿Irías al baile conmigo? ¿Serías mi pareja? —Vuelvo a preguntarle.

Asiente con tierna timidez y se esconde detrás del burbujeante pelo rosado. A veces no soy capaz de leer sus expresiones, desde luego es curioso que con la facilidad con la que empatizo con todo el mundo es a ella a quién no logro leer. Sus expresiones se enternecen aún más cuando comprende que la estoy mirando fijamente.

—Pues tenemos una larga semana por delante —añado con una sonrisa colgándome la mochila a la espalda. Ella se levanta en silencio, siempre hace lo mismo. Pretende que es invisible, pero conmigo no funciona. Su luz, a veces incluso me deslumbra.

—Key… —comienza.
Noto duda en su forma de hablar, algo le preocupa pero no llego a entender qué es—. Quieres ir al baile conmigo, sólo porque no me lo pedirá nadie ¿no?

Parpadeo, confundida ante esa pregunta. Y, por primera vez, puedo leer la expresión que subyace en sus ojos almendrados. Tiene miedo, miedo de que sólo la vea porque siento pena por ella.

—Desde luego que no, quiero que vengas al baile conmigo porque quiero pasar esa noche con alguien a quien quiero. Con mi mejor amiga.

—Claro, lo siento si te he ofendido—. Responde, aunque su voz suena dolida. Como si esperase algo más de mí, quizás siempre esperaba algo más de mí. Algo más que el resto nunca esperaba, por eso la quería. Por eso la veía de la forma en la que lo hacía.

—No creo que tú pudieses ofenderme… ni aunque te lo propusieses —respondo de forma burlona ante su comentario, intentando que la sonrisa asome por sus labios. Ella frunce el ceño y me da un empujón al salir. Esboza una sonrisa y me llama para que camine junto a ella a la salida. Desde luego, es lo que quiero hacer el resto de mi vida.

Caminar junto a esa increíble mujer. Y quizás, algún día pueda llamarla algo más que amiga al hablarle de mis sentimientos por ella y por la forma en la que baña de luz todo lo que toca.

sábado, 19 de octubre de 2013

The Star Crossed Lovers


Hay amantes que han nacido bajo el signo de la fatalidad. Amantes destinados a quererse para siempre, pero a no estar juntos nunca. Amantes que al estar unidos pueden llegar a desencadenar una serie de trágicos y desafortunados accidentes. Amantes que se comprenden de una forma que supera el poder del magnetismo de un imán, pero que también superan la fuerza con la que ambos polos se repelen. 

Amantes trágicos como Romeo y Julieta.

sábado, 19 de enero de 2013

Dos palabras. Ocho letras.

The only one.


Espero que puedas perdonarme por todo el daño que parece que, a veces, te hago. Espero que puedas perdonarme por ser yo misma con todo lo que eso conlleva. No soy perfecta y estaba rota antes de conocerte por lo que, a veces, me dejo llevar demasiado por mis emociones... tan rotas como yo.

Pero ¿sabes qué? Que cuando te hago daño, estoy segura de que me duele más a mí que a ti porque yo necesito hacerte reír, prefiero bromear, necesito verte siempre feliz, necesito saber que eres feliz.

Puedo decirte algo ahora que tengo tu atención? No quiero un mundo sin tu compañía. El universo tiene sentido para mí porque tú estás ahí. Desde que apareciste en mi vida tengo una razón asegurada para sobrevivir, más aún... para vivir.

Mi corazón ya es tuyo. Dos palabras. Ocho letras.
Te quiero.

viernes, 9 de noviembre de 2012

Ésta es la felicidad de la que tantos hablan

Da miedo pensar que absolutamente todo tiene un final ¿verdad? 

El amor, la amistad, la vida… todo acaba. Nadie puede evitar que los ríos sigan su curso, nadie puede interponerse ante la naturaleza de este mundo ¿no? 

A pesar de todo, no me importa. Me conformo con saber que estás aquí, ahora, en mi presente. 

Sí, claro que me acojono cuando pienso que todo ésto puede terminar. Claro que me acojono cuando pienso que algún día puede que te aburras de nuestras infantiles peleas, de nuestros ratos juntos jugando al Pro, de nuestros momentos viendo esas series “musicales” que tanto te aburren, de todas las veces que me has abrazado porque iba a ponerme a llorar. Sé que no soy perfecta. No creo que haya nadie en este mísero planeta que pueda considerarse una persona perfecta, pero para mí tú eres lo más parecido a una de ellas... por mucho que te moleste que así lo piense. 

Me acojona pensar que te has convertido en un pensamiento diario en mi vida, un pensamiento que pensé y deseé no tener por nadie más. Me acojona pensar que eres único, que nunca encontraré a alguien que me haga sentir como me haces sentir tú. Me acojona pensar que sólo me siento segura cuando estás cerca de mí, cuando sé que la seguridad de un abrazo tuyo me espera al acabar cualquier problema. Me acojona pensar en tu sonrisa, en perderla algún día de vista. Me acojona pensar lo que habría pasado si no hubieses llegado a mí en aquellos días. ¿Seguiría hoy aquí? Me acojona pensar que al abrir los ojos un día ya no pensaré “ésta es la felicidad de la que tantos hablan” porque puede que no estés a mi lado. Me acojona pensar en un final para mi cuento de hadas, para la historia interminable que quiero vivir contigo.

Sin embargo, y vuelvo a repetirme, no me importa. 

Siempre se ha dicho que se debe vivir el presente y ahora, eres tú. 

Tú eres todo lo que tengo, tú eres el oxígeno, tú eres la chispa, tú eres esa persona que ha creído en mí incluso desde antes de "conocerme". Tú eres esa persona por la que tropezarse, golpearse, caerse y herirse ha merecido la pena porque cada paso en falso me ha llevado un paso más cerca de ti. Tú eres esa persona por la que vale la pena morir... aún más, eres esa persona por la que vale la pena vivir.
No debería tener miedo de perder algo que nunca
ha sido mío.


miércoles, 7 de noviembre de 2012

Me gustaría decirte...

Me gustaría decirte que todo aquello, pasó.
Algún día me gustaría hablar contigo largo y tendido.
Me gustaría decirte todo lo que sentí por ti a partir de aquel día que hizo que fueses imprescindible para mí. Me gustaría decirte que me entraban ganas de gritarle al mundo que me habías sonreído, que me habías mirado, que me habías abrazado, que me habías cogido de las manos por tenerlas heladas. Me gustaría decirte que pensé mil veces en decírtelo todo y en dejar que arrancases todas esas emociones de mi corazón porque al fin y al cabo, sólo éramos amigos. Me gustaría decirte que siempre fuiste el más importante, que tus lágrimas me dolían más que las mías propias… que por eso, sufría cada vez que me decías que parecía que te odiaba.
¿Y sabes qué es lo peor de todo? Que a veces creo que de verdad te odiaba. Te odiaba porque sabía que no podría decirte esto sin hacer daño a un montón de personas de nuestro alrededor. Te odiaba porque me deseabas suerte en mis exámenes y me despertabas con un SMS que decía “buenos días princesa”. Te odiaba porque a pesar de mis intentos, no era capaz de odiarte ni siquiera un poco. Te odiaba por ser el centro del mundo, de mi mundo.
Algún día me gustaría hablar contigo largo y tendido.

Me gustaría decirte que ocultarte todo esto fue muy duro, que fingir que me eras indiferente era como estar encerrada en una cárcel con las puertas abiertas sabiendo que no puedes salir. Me gustaría decirte que nunca fue mi intención que sucediese, pero sucedió. Supongo que los imprevistos llegan ¿no? También me gustaría decirte que a pesar de todo lo que rondaba mi mente… estar a tu lado, abrazarte cuando las cosas iban mal y apoyarte lo hice porque te apreciaba, porque aún te aprecio. Sólo me gustaría decirte que todo eso pasó en mi mente durante meses y que por fin, soy libre de todo aquello.

lunes, 6 de agosto de 2012

No me refiero a sólo amor

El amor es un preámbulo. Lo fuerte llega después, cuándo sufres la necesidad de estar las 24 horas del día con esa persona. Y cuándo no está o no puedes hablar con él, necesitas pronunciar su nombre con otras personas, hablo de eso.
Hablo de sentir escalofríos cada vez que te roza aunque sea para estrecharte la mano, para abrazarte.
Hablo de que las horas parecen minutos cuando estás a su lado.
Hablo de que hasta el más grande de sus defectos, consigue enamorarte como si fuese la mayor virtud.
Hablo de no querer despedirte porque ni el hambre ni el sueño pueden conseguir que te separes de esa persona.
Hablo de sentir que el mundo no existe cuándo no puedes abrazarle, perderte en su mirada, sentir como te coge de las manos.
Hablo de eso, de ese algo más. 

Hablo de nosotros, hablo de ti.

sábado, 14 de abril de 2012

Tell me...

Dime lo que quiero oír, quiéreme y seré tuya para
siempre.
El mayor defecto del ser humano cuando se enamora es que tiende a ser egoísta, si le preguntas a una persona que está enamorada lo que más le gusta de su pareja te dirá: "Me gusta como sonríe (cuando sonríe por mí), sus ojos (cuando me mira a mí), los mensajes que me escribe (que me escribe a mí), las palabras que me dedica (que me dedica sólo a mí)...", por eso yo lo admito, soy una egoísta, pero quiero que tú también admitas que eres un egoísta y que juntos somos los mayores egoístas de la tierra, pero sólo cuando estamos juntos.

Lo admito y lo admitiré las veces que hagan falta, pero aunque sea una egoísta, una persona de carácter frío, de sonrisa falsa y que pase lo que pase nunca te dirá que las cosas van mal... quédate conmigo, soy lo que soy. Eso sí, hoy lo daré todo, haré cualquier cosa por ti: seré humilde, seré sincera, seré cariñosa, seré cálida, incluso y aunque lo veo difícil... seré idiota, seré tonta, sólo por ti, pero para ello sólo tienes que hacer una cosa, tienes que decírmelo, tienes que pedírmelo.
A cambio, dime que te parezco hermosa, dime que vas a ser mío, dime que me quieres, dime que no me vas a abandonar nunca, dime que no vas a dejar que te abandone, dime que nunca jamás habrá otra mujer, dime que no vas a pedirme nada que no quiera darte, dime que no vas a hacer preguntas, dime que nunca conociste a una persona como yo, dime que no tienes pasado porque nada importó hasta que me conociste, dime que durante todo este tiempo no hiciste más que esperarme, dime que no hiciste más que aprender para saber como conquistarme, dime que no me vas a hacer daño, dime que no vas a dejar que te haga daño, dime que me vas a dar tu alma a cambio de nada, dime lo que quiero escuchar porque soy una egoísta, quiéreme o déjame sola. No hagas que crea que me amas, no hagas que crezcan esperanzas en mi interior, no hagas que crea que podemos ser algo que jamás ocurrirá, no hagas que piense que podemos tener una vida juntos, no hagas que piense que el destino existe y que fue él, el que me llevó hasta ti, no hagas que piense que no habrá nadie como tú.

Soy egoísta y si no vas a darme lo que espero, al menos no me des menos de lo que merezco y mucho menos, sueños que nadie va a hacer que se cumplan.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Echaré de menos...

... los hoyuelos en tus mejillas al sonreír.
... dormir a tu lado, arropada entre tus brazos.
... algunos de tus tontos enfados.
... la facilidad que tenías para hacerme reír a pesar de las tantas que he llorado cerca de ti.
... nuestras fotos absurdas.
... la forma en la que cocinabas para mí.
... saber que en tu casa, más concretamente en tu cama siempre había un hueco para mí.
... el beso de despedida.
... los mensajes de buenas noche con infinitos te quiero.
... esos nervios por culpa de las sorpresas que me preparabas.
... los sueños de futuro.
Más claro, te echaré de menos a ti.


domingo, 22 de mayo de 2011

Esta vez es Alicia la que pierde la cabeza.

 ¿Por qué había intentando besarle? ¿Por qué no se había resistido?
Finalmente Serena y yo estábamos listas para ir al baile que tanto habíamos esperado y por el cual, mi madre y yo, no nos hablábamos.

Entramos por las inmensas puertas del gimnasio, ahora decoradas con purpurina, confeti y tiras de papel de color. En cada rincón había una pareja bailando, hablando o haciendo manitas. Kevin se acercó a mí nada más entrar por aquella puerta, mi corazón estaba a punto de desbocarse. Incluso con la máscara puesta era capaz de saber que era él quién se aproximaba a mi posición. El temblor en las piernas se hizo aún más insistente cuando pude vislumbrar con claridad sus grandes y tiernos ojos verdes y sus pasos torpes, pero decididos.

—¿Bailas conmigo, preciosa?

—Por supuesto. —Respondí en un susurro, miré a mi alrededor completamente azorada. Serena bailaba con mi mejor amigo, Adam. ¿Por qué él? Me pregunté, pero no me importó, no en aquel momento. Comenzamos a bailar, mis pasos se acompasaron a los del joven de cabello rubio y al sonido de los altavoces.

—Estás increíble, Cassie. —Me sonrojé al escuchar mi nombre, Kevin Sandford había descubierto quién era.

—Gracias, Kevin.
Me acerqué a él un poco más y comenzamos a charlar todo lo animadamente que la música nos permitía. Cuando la conversación comenzó a ponerse interesante, hubo cambio obligatorio de parejas. Adam y Serena vinieron riendo hacía nosotros. Mi amigo tomó mi mano y S’ se fue con Kevin. La miré extasiada durante algunos segundos. Si aquella increíble y perfecta víbora rubia no hubiese sido mi mejor amiga, me habría lanzado sobre ella como una leona.

—¿Qué te parece el baile? —Le pregunté a Adam, al fin y al cabo, yo lo había obligado a asistir conmigo porque no quería parecer sólo la acompañante de la futura Reina de apertura.

—Odio bailar ¿por qué narices me invitaste?

—No parecía que te disgustara bailar con Serena. —Le respondí en un reproche, la fría daga de los celos comenzaban a hacerme efecto ahora que ella bailaba con Kevin. Adam era un chico moreno de ojos azules, alto, fuerte. Todo un bombón, pero mi mejor amigo después de todo, y sentía la necesidad de protegerlo constantemente o al menos eso creía yo. 

—No entiendes nada, ¿verdad? He venido a este estúpido baile porque tú me lo has pedido.

—Eres realmente especial. —Lo abracé y empezamos a bailar siguiendo el ritmo de Dust in the Wind de Kansas. Me resultaba bastante difícil, como ya he dicho es alto, bastante más alto que yo… —Adam, gracias por estar siempre a mi lado, no sé porqué lo haces, pero te lo agradezco. —No dijo nada, pero noté como sus labios se curvaban en una sonrisa. Miré de nuevo hacia Serena y Kevin, me quedé hipnotizada por el vuelo de su vestido y por el simple hecho de que sus zapatos de cristal parecían no tocar el suelo.

—Tú eres mejor que ella. —Dijo Adam al notar que miraba a la futura reina del baile de apertura sin parar. La música se hizo más lenta y con ella, nuestro baile. Ahora bailar era agradable, como flotar entre algodones, sus pies parecían moverse solos, y los míos los seguían con gusto. Su mano tomando la mía era cálida, suave, gentil. Y aquella tímida sonrisa que asomaba en sus labios, reconfortante.

La realidad había quedado envuelta en un sueño, dónde solo existíamos él y yo. La realidad había sido burlada por el país de las maravillas y ahora la pequeña Alicia era la reina del lugar. 
Mi cabeza se aproximó a la de Adam, cerré los ojos y dejé de bailar. Quería besarlo, pero no sabía porqué. Noté como la distorsión de aquella ensoñación desaparecía, mi joven acompañante dejó de tomar mi mano, le sonreí y acerqué su rostro al mío con toda la suavidad que estar de puntillas me permitía.
Finalmente, el sueño se desvaneció, abrí los ojos… Adam estaba quieto, anonadado, absorto por la situación. Me sentí insegura, más todavía de lo que cabía esperar. ¿Qué había estado a punto de hacer? ¿Por qué había intentando besarle? ¿Por qué no se había resistido?

—Perdóname. —Le dije en un susurro y troté todo lo rápido que los adornados pies me permitieron para salir del gimnasio. Me senté en el bordillo de la pequeña fuente de la universidad, me descalcé los tacones rojos y me subí un poco el vestido para observar mis pobres e hinchados pies por culpa de aquellos hermosos zapatos. —Eres una idiota Cassie, ¿cómo se te ocurre? ADAM es tu mejor amigo, y sólo puede ser tu mejor amigo. —Me dije a mí misma en voz alta.

Escuchaba la música de aquel baile, pero aquello no era para mí. Esta vez, el cuento no terminaba con “y vivieron felices y comieron perdices”, esta vez Alicia se quedaba sin su cabeza.

lunes, 11 de abril de 2011

El único al que amo

Descubrí que el mundo podía ser un lugar perfecto gracias a él. Descubrí que mi vida tenía sentido gracias a él. El mundo es un lugar único, gracias a él.
Desde que él apareció en mi vida, tengo ganas de levantarme y sonreírme en el espejo, tengo ganas de sonreírle al mundo, porque sé que él está ahí. Él es el único por el que mi corazón late día a día.
Gracias a él vivir es la mayor aventura y soñar no tiene sentido, porque mi vida ya es un sueño.
Gracias a él tengo a alguien en quien confiar, a quien pedirle un abrazo en los momentos de malestar, porque con él... la tristeza se disipa en una nube de sonrisas.
Porque él es el único al que amo.
Porque él, es el único al que amo.

sábado, 9 de abril de 2011

Cartas para Alicia

Canción de fondo: http://www.youtube.com/watch?v=OSZCFFpix2g


Sevilla, a 6 de Febrero de 2011.




“Para ti, es este cuento
para ti, querida Alicia,
guárdalo junto a tus sueños
entre otras flores marchitas.”
(Lewis Carroll – Alicia en el país de las maravillas)


Querida princesa de ojos azules:
No sabía cómo empezar a escribir, por eso puse ese fragmento de Alicia en el país de las maravillas, porque espero que guardes esta carta entre tus sueños, pero por favor… cuida de que no se marchite.
Alicia, quería decirte que desde hace cuatro horas no paro de dar vueltas por Sevilla, que he recorrido todos los rincones que te he enseñado y que ahora sin ti, me siento totalmente extraviado, confundido. Quería decirte que en este instante te escribo sentado en el bar en el que nos conocimos, en el que cambiaste mi vida. El bar en el cual me inundaste el corazón con tus profundos ojos azules. Todo sucedió demasiado deprisa. Viniste hacía mí, perdida. Me miraste y me sonreíste. Dulce, encantadora. Luego simplemente me preguntaste en que calle estabas exactamente. La Calle Betis, te dije yo. Sólo eso bastó para que quisiera conocerte más, sólo eso para que me intrigaras y marcaras mi alma como ninguna mujer ha hecho jamás.

Temo pensar que sólo hace cuatro horas que has tomado la carretera que te aleja de mí, la maldita vía que te lleva a Madrid y… ¿sabes qué? Que ya me arde el pecho, que ya siento que en mi interior algo no va bien, que… te necesito.
También tengo miedo de pensar que mi corazón ya no late por mí, que lo hace únicamente por ti y que, de un momento a otro saldrá de mi interior y cabalgará en la distancia que nos separa.

Hoy, después de despedirte con la mirada vacía, me he quedado observando el caudal del Guadalquivir, apoyado en la barandilla del puente de Triana, justo donde anoche me dijiste que te marchabas, que volvías a casa.
Cuando yo volví a la mía, no pude dormir pensando que no volvería a ver tu sonrisa, tus brillantes ojos lucir al sol invernal, tus manos heladas camufladas en esos llamativos guantes. Rompí a llorar como un infante de tres años que ha perdido lo que más le importa en la vida. He tratado de odiarte, te juro que he tratado de hacerlo, pero soy incapaz de hacerlo a pesar de que me has dejado aquí.

Alicia, no quiero que pienses que me siento despechado o que estoy enojado contigo, ya te he dicho que no puedo hacerlo. Esta carta es para que recuerdes que me has devuelto la esperanza, para que sepas que te debo una nueva vida y que, aunque no estés, te tendré siempre en mi mente. Esta carta es para que no olvides que aunque no volvamos a vernos, te encontraré. Puede que no en esta vida o en la siguiente, pero lo haré. No importará la edad, o la forma en la que te halles. Te prometí que te encontraría y lo haré. Pensarás que lo digo por decir, pero gracias a ti he podido apreciar este sentimiento que me ha llenado de vida en unas pocas semanas, que me ha hecho vivir lo que yo sólo no he podido en veintidós años.

Sí princesa, sólo un par de semanas y mira como me has dejado. Sin ti parezco un viajero sin brújula; un vagabundo en New York; un Dorian Gray sin retrato, ni patria, ni bandera. Soy Romeo sin Julieta, pero ¿sabes qué? Que a pesar de que estés en la gran capital… no envidio a esa ciudad. Y… ¿sabes por qué? Porque ella no ha sido testigo de nuestros paseos a pedales por el río, porque ella no ha disfrutado de la Macarena en su basílica, porque aunque ella te posee todos los días –y eso es por lo que jamás le perdonaré–, sé que yo he podido deleitarme con la mejor parte de ti y sé que guardarás todo esto, en un rincón de tu corazón, como el tesoro de un viejo pirata.

He de recordar que en un principio no sabía lo que decir, y ahora no dejan de surgir temas, recuerdos, imágenes y deseos que tengo para ti, pero el mayor de todos. El deseo que más anhelo, es volverte a ver porque a decir verdad, una foto inerte y suspendida en el tiempo no es capaz de plasmar lo que yo aprecio con mis maravillados ojos. No puede mostrar tus hoyuelos, tus destellos, tus miradas, tus añoranzas. No puede retratar tu alma.

Bueno Alicia, temo que ahora que no estás hace más frío aquí y no es algo que me agrade, aunque eso ya lo sabes, así que únicamente y con ésto me despido, mencionar que aspiro a tenerte entre mis brazos nuevamente, deshacerme en tu sonrisa, a perseguir mis sueños junto a ti, junto a la más bella princesa de ojos azules que jamás he conocido y de ésto estoy seguro, jamás conoceré.


Atentamente: Marco.

Dream with you


—Tengo que marcharme, ya es la hora. —Miré por la ventana por última vez. El dolor de la imborrable pérdida de mi amado y de ese patético sueño aún perduraban como sonoras burlas en mi mente. ¿Qué sería de mí sin un príncipe que aún no sabía que lo era? El dolor me quemaba en el pecho, no podía respirar bien... ¿eran esos mis últimos momentos antes del final? ¿Era ese el destino que tenían las doncellas en el nuevo siglo? Una cristalina lágrima corrió por mi pómulo deslizándose entre mis labios, me senté en el suelo al ver que las piernas me fallaban.

—Etienne. —Susurré al momento en que las lágrimas se desbordaban de mis ojos como los ríos tras una lluvia torrencial, inundando mi regazo de un intenso dolor que me desgarraba el corazón. Sentí unas tremendas ganas de acabar con mi vida, pero ¿cómo podía morir si ya estaba muerta? ¿cómo podía haberme enamorado de alguien tan puro como lo era como él?

Necesitaba despedirme de él, decirle lo que había soñado. Necesitaba decirle lo que sentía, tenía que hablar con él antes de irme. Lo necesitaba más que cualquier otra cosa. Mi mente divagó entre los dulces recuerdos que había vivido a su lado. Cuando el último de ellos se desvaneció cogí mi teléfono móvil y con extremo cuidado marqué los dígitos de su número. Esperé los tonos hasta que su adormilada voz me contestó.
—¿Etienne? Necesito hablar contigo... —noté la voz temblorosa, pero él debía estar demasiado dormido como para notarlo. Si algo sabía de Etienne Bachelard era que nunca prestaba atención cuando se despertaba.
—¿A estas horas?
—Es urgente, en el parque cercano a tu casa. —Colgué sin mediar más palabra, no quería que supiera que estaba llorando.

De nuevo sola. Sola en este inmenso mundo lleno de oscuridad, de almas errantes que necesitan ser purificadas… ojalá hubiese podido hacer algo por ellas, por esas pobres almas sin sol, sin vida, carentes de sentimientos al no haber  podido descansar en paz. Todos aquellos que habían sido convertidos de la misma manera que yo.
Me sentí rota. Nunca me había enfrentado al hecho de que me habían convertido contra mi voluntad. Había disfrutado de los placeres de la noche, de mi eterna juventud. Y en aquel momento me di cuenta de lo equivocada que estaba. Ojalá hubiese muerto cuando debí hacerlo. Mis padres, mi hermano pequeño, mis amigos... todos ellos habían pasado meses buscando un cadáver inexistente. Y yo... yo había sobrevivido al veneno de un vampiro y su sangre ahora corría por mis frías venas.

Llegué al parque, pues pese a que podía correr sin cansarme había ido andando con excesiva lentitud. Me limpié las lágrimas con el puño de la sudadera y ojeé la distancia que me separaba del lugar. Pestañeé un poco y lo vi sentado en el banco, despeinado y con el chándal puesto. Se notaba que no había reparado en arreglarse para verme. No pude evitar esbozar una sonrisa, su aspecto resultaba encantador. Incluso así, en el momento en el que debía alejarme de él conseguía que la simple visión de su rostro me alegrase.

—Hola. —Dije acercándome a él. Emití un suspiro ante su seca respuesta, pero era normal... lo había despertado. Me senté en el banco y comencé a decirle lo que planeaba hacer. Abracé mis piernas con los brazos, pegándolas a mi pecho en un intento de no echarme a llorar delante de él.
—¿Qué soñaste? —Preguntó interrumpiéndome cuando mis palabras se cortaron al hablar del sueño que había tenido... el sueño que me impedía quedarme a su lado ante la imposibilidad de tal hecho.
—Soñé contigo. —Respondí yo tratando de sonar cortante, seca.
—¿Qué soñaste
—Soñé que me querías.
—¿Te quería? ¿Cómo pudiste soñar esa estupidez?
—¡No lo sé! —No sabía si estaba enfadada por la forma que tenía de responderme o si aquello acababa de terminar por romperme el corazón. Cerré los puños apretándolos contra las rodillas. Apenas se había inmutado cuando le había dicho que me iba, apenas había hablado hasta que había dicho aquello. Me sentí pequeña e indefensa a pesar de la natural fuerza que me daban mis poderes.
—Jamás podría quererte, —Añadió como si su "pregunta" no hubiese sido demasiado para mí. ¿De quién me había enamorado? ¿Y por qué no había sido capaz de ver quién era hasta aquel momento?
—¿Por qué? —El temblor regresó a mi voz, sentía que algo en la garganta me asfixiaba ante la idea de que Etienne me odiaba por ser quién era. Estaba desesperada por hacerle entender que no era una asesina o una mala persona, que seguía siendo la misma Clarissa que él había conocido. Lo contemplé tratando de mantenerme serena, tarea imposible cuando te acaban de romper el corazón. Sus ojos verdes se reflejaron achispados, vivos. Una mueca que consideré una sonrisa se esbozó entre sus angulosos rasgos.
—Porque no te quiero, te amo. Jamás podría quererte porque nunca dejare de amarte.
El tono solemne de su voz hizo que me acabase derrumbando. Toda mi postura defensiva cedió ante el chantaje emocional de sus palabras. Me aferré a él. A su altura, a su sudadera y a la camiseta negra que llevaba puesta. Dejé que las lágrimas bañasen su ropa durante unos eternos segundos en los que su olor me inundó la nariz. Él sólo acarició mi pelo, esperó pacientemente a que los temblores dejasen de multiplicarse a través de mi columna vertebral. Nunca habría esperado esa respuesta de él: mi ángel, mi amigo, mi amado.

Sus dedos cálidos acariciaron mi mejilla con extremada delicadeza. Sus increíbles ojos verdes se posaron sobre los míos. Todo había sido culpa de aquellos arrebatadores ojos esmeralda. Se apagaron durante unos instantes en los que sus labios se aproximaron a los míos, le imité. No había nadie bajo el manto de estrellas que fuese testigo de aquel pequeño, cálido, agradable y suave beso. No había nadie que pudiese hablar sobre la brevedad del contacto o de las mil cosas que me hizo sentir. Se separó de mí y volví a enfocar sus dulces rasgos. Me rodeó con los brazos y dejé que mi respiración se acompasara al diapasón que tenía por corazón.

—Me iré contigo. —Murmuró con voz ronca.

La Princesa de ojos azules

Nota de Autor: Antes de empezar a leer quiero que sepan que según vayan avanzando encontrarán faltas de ortografía que están escritas con ese propósito.


—No puede ser. Tiene que haber una cura, un remedio. —Dije entristecido cuando el médico comentó que a Alice le quedaban escasos días de lucidez mental, incluso se olvidaría de mí. Sentía que me fallaba la respiración, sentía los pulmones hincharse y deshincharse sin sentido, no solo me olvidaría a mí, también olvidaría escribir, leer, incluso comer por ella misma. Olvidaría todo aquello que hacía diariamente.

—No, Daniel, por el momento no hay cura para el alzhéimer.—Respondió el joven doctor mirándome de forma entristecida, pero plácida. Nunca entenderé la habilidad de esos hombres para permanecer serenos en situaciones así.

—Cariño —comenzó mi querida Alice—, cuando pierda facultades envíame a una residencia de ancianos, he realizado el formulario para que tú no tengas que hacerlo, incluso lo enviaré si así lo deseas. No quiero ser una carga para alguien a quién amo.

—No. —Me negué en rotundo tirando la silla hacía atrás. Ella apretó mi mano y me suplico con sus gastados y sabios ojos azules. Aquellos arrebatadores ojos.

—Hemos sido felices, concédeme ese deseo antes de morir.

—Yo… —Repliqué. No podía decirle que lo haría, pero tampoco podía negarme ante aquella mirada suya.

—Por favor, prométemelo... prométemelo delante del doctor.

—No puedo… —Le respondí apartándole la mirada. Su mano seguía apretando la mía con la delicadeza que la caracterizaba, era agradable sentir el calor de su mano en aquel momento.

—Por favor…

—Lo prometo. —Dije al fin. No podía resistirme al silencioso ruido de sus lágrimas rozándole las mejillas para desembocar en sus pálidos y rosados labios, ahora maquillados por aquella capa de angustia.

—Señor Barcrof, mañana les enviaré el recetario de medicinas con mi ayudante.

Salimos del consultorio y volvimos a casa, si mi princesa moría, si ella ya no estaba… ¿Qué haría yo sin mi princesa? Un anciano gris y triste, eso sería cuando ella no estuviera junto a mí alegrando mis mañanas con ese suave murmullo al levantarse, riñéndome por dejar las cosas desordenas, riéndose con los telediarios, buscando las noticias más interesantes para darles su toque cómico cuando me las contará… ¿Qué podía hacer yo por mi princesa?

—¡Oh, Daniel! —Me respondió ella haciendo eco de mis pensamientos. —No puedes hacer nada por mí. Ámame hasta el final de mis días.

Le devolví la mirada con el labio superior tambaleándose, sentía unas irracionales ganas de echarme a llorar, y lo haría cuando ella ya no pudiera decirme nada. —El olvido no es excusa alguna para que deje de amarte, Señora Barcrof. —No pude evitar deslizar los dedos por una de sus mejillas, marcadas por el paso de las estaciones.

Pasaron los días y Alice comenzó a olvidarse de cosas, pero nunca de mí. Yo le leía poesías y le hice recordar cómo se leía o escribía cuando comenzó a olvidarse de hacerlo. Cada día olvidaba algo diferente, pero me amaba más y más cada día que pasaba. Yo sólo podía corresponderla del mismo modo. Apenas dos meses después lo recordó todo, me habló de nuevo con aquella suspicacia suya, con su sabiduría.

—Daniel, amor mío —comenzó—, te dije que me instalaras en una residencia. Puede que mañana no, quizás el otro tampoco… pero pronto me olvidaré de ti, aunque no quiera. Es el momento, no quiero que veas cómo me olvido de la persona que más amo. —Me rogó con la anhelante mirada de sus profundos ojos azules.

—Yo… no puedo Alice.

—Lo prometiste —lloriqueó ella—, lo prometiste Daniel.

Sabía que lo había prometido, no me había olvidado ni un sólo segundo de que la mujer que amaba me había pedido que la alejase de mí en cuanto sus facultades no fuesen las apropiadas. ¿No éramos un matrimonio? ¿Dónde había quedado el famoso "en la salud y en la enfermedad"? Ella me necesitaba, pero yo la necesitaba más de lo que ella a mí.

—Alice… —Asentí levemente sopesando la posibilidad del suicidio en cuanto ella no estuviera allí. Si teníamos que separarnos elegía el camino más oscuro, la muerte.

—No hagas nada que pueda herir tu salud: tanto física como mental. Lisa cuidará de mí en la residencia, ella te mantendrá informado. —Nunca he sabido como lo hacía, pero Alice tenía la habilidad de saber en qué pensaba con sólo mirarme una vez. Quizás era eso lo que había hecho que me enamorase de ella, que a pesar de lo que era capaz de hacer se hacía la sorprendida cuando le preparaba algo.

Al día siguiente la casa ya estaba vacía, mi princesa ya no estaba allí. Me sentía completamente solo, era como estar sumido en la oscuridad. Algo dentro de mí deseaba borrar todo recuerdo hermoso de Alice para evitar sufrir. Necesitaba respuestas, necesitaba mantener la cabeza activa para proteger la imagen que tenía de la mujer de mi vida.

Fui a ver al joven doctor, el cual me habló de un experimento en el que cogían ciertas células para luchar contra la enfermedad que padecía Alice. Luego experimentaban el resultado en los humanos. Fue suficiente. Busqué toda la información que me permitían mis reducidas fuentes y me fui al lugar del encuentro.

Un hombre vestido con una bata blanca me abrió la puerta del departamento.

—¿Señor Barcrof? —Preguntó el hombre arrastrando las sílabas. Asentí ante su pregunta sin mediar más palabra con él. —¿Sabe de qué se trata el experimento qué estamos llevando a cabo? —Cabeceé de nuevo sin articular palabra alguna ante el miedo de echar a correr si se me presentaba ocasión. Estaba allí por ella, tenía que quedarme hasta el final.

—Pase por aquí. —Me instó con un suave gesto de mano.

Lo seguí por un largo y sinuoso pasillo sin cuadros, aséptico. El pasillo desembocaba en dos únicas habitaciones. Una de ellas estaba tan limpia como el corredor en el que nos encontrábamos. Sólo podía apreciarse en su interior una camilla y material quirúrgico. La otra, a la que nos dirigíamos, parecía mucho más confortable que todo lo que habíamos dejado atrás. Tenía fotografías de familia, una mesa con un par de sillas e innumerables papeles desperdigados sobre ella, tenía toda la pinta de ser el despacho de aquel hombre.

Me señaló una de las sillas y él se sentó en la otra. Me habló del experimento, del resultado en ratones de laboratorio de la farmacéutica y de mil cosas que no llegué a entender. No importaba que me sucediese, deseaba poder ayudar a las personas como Alice. Antes de citarme para el día siguiente me entregó el certificado en el que autorizaba a los médicos a realizar el tratamiento, firmé con manos temblorosas y salí de allí guiado por el Doctor.

Una vez fuera dejé que el aire me inundase los pulmones. No sabía que iba a ser de mi vida en aquellas semanas o meses, tenía que aprovechar aquellos placeres mundanos. Me dirigí a la papelería que había junto al parque al lado de mi casa y compré un cuaderno de notas y un bolígrafo. Me senté en uno de los bancos y decidí que era el momento de escribir. ¿El qué? No lo sabía, simplemente lo necesitaba.

DÍA 0.

Mañana comienza el experimento. No estoy seguro de que vaya a gustarme, pero tampoco me importa demasiado. Lo cierto es que si a algo tengo miedo, además de no tener a Alice, es a las agujas quirúrgicas. Lo único importante para mí es que lo hago por mi princesa, quizás esto sea la cura que necesitan los que como ella padecen esta enfermedad. Volveremos a estar juntos, lo sé. No he conseguido avisar al doctor que atendió a mi querida Alice para avisarle de mis planes. Tampoco he podido hablar con Lisa, pero espero que todo salga bien.
DANIEL BARCROF.

DÍA 1.

Acabó de salir de la operación, me han comentado que todo parece ir bien. Dicen que mi cuerpo se ha adaptado bien tanto a las células que me han inyectado como a los medicamentos para combatir este mal. Sé las consecuencias que conlleva el hecho de que esté realizando esto, pero por Alice no me importa. 

Si algo tengo en claro es que no me olvidaré de ella. La amaré eternamente, incluso si me olvido de su nombre o su rostro, siempre quedará conmigo lo mucho que la amo.
DANIEL BARCROF.

DÍA 5

Ayer me encontraba mal. 

He empezado a notar que algo no va bien en mí, puede que las células estén empezando a hacer de mi cuerpo algo muerto. Además, para ser sinceros no he escrito nada en estos días porque me olvidé de donde había colocado el cuaderno. Tampoco he tenido tiempo, la verdad. 

Asimismo, esta mañana me pasó que perdí las llaves del coche. Luego resulto que las había dejado puestas en el mismo coche… siempre he sido muy despistado para esas cosas, pero tenía a Alice para ayudarme a mantener los pies en la tierra.
DANIEL BARCROF.

DÍA 20.

Me parece extraño no recordar dónde estaba mi casa, pero una hermosa jovencita de cabello rubio hasta la espalda me llevó a mi casa. Me dijo que su nombre era Lisa y pareció muy ofendida ante el hecho de que no recordase su nombre. Me ayudó a limpiar la casa y a preparar algo de comer. 

En un post-it en la pared pude ver que ponía que tenía que escribir en el cuaderno que estaba en el primer cajón de la cocina lo que me había pasado en el día, así que aquí estoy, escribiendo mis andanzas por el mundo. Me pregunto dónde estará Alice, hace un par de días que no la veo. Lo más seguro es que se haya ido con algunas amigas a pasar un tiempo en algún balneario, ella es así de imprevisible, pero podría haberme avisado. Cuando no está me preocupo mucho más.

Un dato curioso sobre mi día es que Lisa me llamó "Señor Barcrof", sé que soy mayor, pero podría haberme llamado Daniel. No me gusta sentirme como un abuelo.
DANIEL BARCROF. 

DÍA 31.

Según marca mi calendario hace un mes que me dejé llevar por el impulso de realizar el experimento. Aún conservo las capacidades de leer y escribir, pero no sé cuanto me durarán. Me recomendaron hacer sudokus y sopas de letras para no perder esa agilidad mental. No obstante, empiezo a tener dificultades a la hora de buscar sinónimos o palabras que digan lo que quiero expresar. 

No he vuelto a ver a la Lisa que describí hace once días. Tampoco he visto a Alice estos días, que yo recuerde. He leído que estaba enferma y pensé que estaría en el hospital, pero allí no había nadie con nuestro apellido.

¿Dónde estará mi princesa? Sé que me espera en algún lugar, no sé donde, pero sé que me espera.
DANIEL.

DÍA X.

Tengo la sensación de que se me olvida algo importante sobre lo que escribir, pero aún así hoy ha sido un día muy interesante. He conocido a un caballero llamado Alex, era un doctor muy simpático, alegre y vivaracho. Me ha recordado mucho a mí cuando apenas era un niño, aunque no hace mucho de eso. Alex comenzó a decirme que no era propio de mí, que había abandonado la única cordura que me quedaba, pero a pesar de que yo no lo recordaba ha realizado unos papeleos porque dice que no puedo vivir solo en estas condiciones. ¡YO NO PUEDO VIVIR SOLO! No sé quién le ha dado derecho a hacer lo que ha hecho, pero el caso es que ahora estoy en un nuevo hogar.

¡Ah, ya recuerdo lo importante! En mi nuevo hogar hay una joven preciosa. Tiene unos ojos. Ay, que ojos. Esos arrebatadores ojos azules me van a traer muchos problemas, lo sé.

 DÍA XX.

Al fin e ablado con ella. No me dijo su nombre, me dijo que no tenía ninguno que le gustase, yo la e llamado Alice… es bonito ¿verdad? Ella me llamó Daniel. A mí me gusta mucho como me llama, me gusta como lo pronuncia, como me mira con sus lindos ojos azules. Estoy enamorándome de ella, sus ojos me lo han mostrado. No sé porqué, pero me siento completo de nuevo. Estar junto a Alice me hace pensar que mi hogar está dónde ella esté. Ahora me siento en casa.

Daniel.

DÍA XXX.

Le e pedido salir a Alice. Y me ha dicho que sí. Soy completamente feliz. Ella dice que siempre me a esperado, que sabe que estábamos destinados a encontrarnos. Es inteligente y tiene una extraña habilidad para saber lo que estoy pensando. Le he dicho que ella es mi princesa, como las que aparecen en los cuentos. Mi princesa de ojos azules. Mi único amor por siempre jamás.

Daniel.