Paranoyas célebres.

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lunes, 12 de abril de 2021

El susurro de los álamos

El inmortal mago de ojos dorados se marchaba, esta vez para siempre. El ángel pensaba que se había acostumbrado a que se marchase, era un itinerante, no podía retenerlo a su lado y había decidido vivir con ello. Pero también pensaba que tarde o temprano, siempre regresaría a su lado. Que aquel hilo que los había entrelazo, nunca tiraba demasiado, pero sí lo suficiente para mantenerlos unidos a pesar del tiempo y el espacio. Por supuesto, no fue así.

Allan no podía permanecer junto a ella por más tiempo, no porque no la quisiese, pues su corazón se desgarraba con aquella última despedida, sino porque si continuaba despertando a su lado no sería capaz de volver a irse nunca más.   «¿Tan horrible sería?» Se había preguntado alguna vez, despertar todos los días al lado de la persona a la que más quería, con quien deseaba volver después de cada hazaña. La respuesta, siempre era la misma, «lo sería», se perdería para siempre. Pero aquello, aquello no era algo que pudiese decirle al ángel, si ella lo descubría no sería capaz de dejarle ir para siempre. No, debía romper su corazón, aquello era una hazaña propia del hombre de las mil caras, del director del circo de criaturas. Tenía que volver a ser aquel hombre. Aquellos álamos habían sido la voz que le faltaba.

Había perdido el corazón bajo el susurro de las hojas de los álamos que se estremecían en el bosque en el que se conocieron. El cautivador sonido de las hojas meciéndose bajo el céfiro, se antojaba una profecía de la catástrofe que estaba por suceder, de la tormenta. Dicen que cuando un ángel se rompe, todo lo que lo rodea se resquebraja con él. Dicen que cuando no son capaces de expresar ese padecimiento, sus poderes incitan desastres descomunales. Y probablemente, eso fue lo que provocó que aquella tarde el cielo se rompiese en llanto como no había sucedido en años.

El susurro de los álamos, ya no lo era, ahora gritaba, gritaba que aquella era la última despedida.

domingo, 3 de enero de 2021

Insoportable.

Los gritos de Alaric atravesaron el apartamento, Alana presa de la curiosidad se dirigió a la habitación del demonio que se encontraba a oscuras jugando a algo en el ordenador. Esbozó una sonrisa mientras observaba como le gritaba a la pantalla o a alguien tras la pantalla, por supuesto.

—¡TE ENCONTRARÉ Y TE SACARÉ LOS OJOS Y TE CORTARÉ LAS MANOS PARA QUE NO VUELVAS A ENTRAR EN UNA PARTIDA CONMIGO! —Le gritó.

Alana lo miró entre divertida y horrorizada, aquello era algo que Alaric podía hacer sin problemas. Sin embargo, si convivían juntos era para poder controlar ese tipo de impulsos del demonio. Al podía transportarse a la misma velocidad que él, mientras dejase el rastro. Y, por supuesto, podía arreglar o evitar cualquier despropósito o maquiavélica idea que saliese de entre los cabellos dorados de su compañero de piso.

—Alaric —lo llamó, pero el demonio hizo caso omiso de su nombre—. ¡ALARIC!

Dio un brinco en la silla y sus ojos grises enfocaron a Alana, torció la cabeza como un gato y se bajó los auriculares a la altura del cuello. Esbozó una sonrisa, una de aquellas suyas, como si nunca hubiese roto un plato en su vida.

—¿Qué ocurre?

—¿Podría usted ser tan amable de bajar la voz…? O de callarse, ya que estamos.

Alaric alzó la mirada, exasperado. Y, de nuevo, aquella sonrisa sobrada que sólo disfrutaba cuando Al estaba cerca. —Cállame.

En un parpadeo, el ángel se encontraba junto a él apuntándolo con una espada irisada. Pestañeó, pícara, si es que era posible que Alana lo fuese. —Ha sido más fácil de lo que pensaba… —murmuró agachándose hasta el oído de su compañero, que recuperó la respiración al escucharla hablar. Con aquello, el ángel hizo desaparecer la espada.

—No era la forma en la que esperaba que lo hicieses… —respondió Alaric de forma huraña, colocándose otra vez los auriculares y dándole al botón de buscar partida.

Gracias a él, o más bien, por su culpa, Alana había aprendido y experimentado sensaciones que los ángeles y muchos mortales no eran capaces de imaginar. Asimismo, por la compañía reiterada de dicho demonio de ojos dorados, había perdido parte de su magia celestial y había adquirido cierto control sobre el fuego, algo completamente fuera de lugar en un ángel. Del mismo modo, él había perdido gran parte de sus poderes y había adquirido otros que no eran apropiados para su raza.

—Eres insoportable —le recriminó antes de fijar la mirada en la pantalla. Al lo contempló, a veces lo hacía. Recordaba como se habían conocido, como habían intentado matarse unas 100 veces y como, después de todo aquello, él había muerto por ella. Literalmente. Se hizo un hueco con la mesa y se sentó en regazo del demonio, rodeándolo con los brazos.

—Será que me he acostumbrado, pero tú no estás nada mal —le respondió, dejando caer la barbilla sobre su hombro. No necesitó mirarle para saber que la había escuchado, pero cualquiera que lo mirase a la cara, podía ver chispear el brillo dorado en los ojos grisáceos de Alaric y que un leve rubor se extendía por las mejillas del muchacho.  

Con sumo cuidado de no molestar a su invitada, colocó una de las manos sobre el teclado y la otra sobre el ratón, girando la cabeza lo suficiente para ver la pantalla. El olor a cerezo, propio del champú que utilizaba el ángel, le impregnó la nariz imbuyéndolo de la paz que le proporcionaba su compañía. Curioso, desde luego, pues el inicio de su convivencia había sido todo lo contrario. Principalmente, por el temperamento de Alaric y la tranquilidad con la que Al se lo tomaba todo. Y, entre aquellas peleas, había surgido algo en el demonio. Atracción, la necesidad insostenible de hacerla suya. Cuando lo consiguió, surgió otra necesidad, algo que nunca le había pasado con ningún otro compañero de juegos, la de su compañía.

miércoles, 1 de abril de 2020

Leyes insondables

 El cielo estaba despierto, y el bosque, también. Las ramas desnudas de los árboles chocaban bajo el aullido del viento invernal. Y allí estaba ella, envuelta en una capa tan gruesa como el manto de nieve sobre el que se deslizaba. Decir que se deslizaba era, posiblemente, un eufemismo, pues sus pies descalzos hacían crujir el hielo que se había acumulado durante la noche y el día anterior. Las huellas quedaban emborronadas tan pronto como el siguiente paso acompañaba a los primeros. No tenía ninguna certeza de su destino, pero en algún sitio estaba escrito que alguien la esperaba. Lo sabía. Su voz no paraba de llamarla. Estaba allí, entre los alaridos del viento en las ramas de los árboles. Estaba allí, entre el continuo crujir de la nieve por los curiosos animales nocturnos. Estaba allí, bajo la luz blanca de la luna. Estaba allí, por supuesto que estaba allí. O eso era lo que su instinto le decía.

Escuchó un quejido. No era el sonido de la nieve rompiéndose por el aumento de la temperatura o el estímulo auditivo producido por las liebres invernales saltando sobre el hielo. No. Era algo diferente algo que conocía.

—Al…

La voz sonó aún más profunda, más herida. Su corazón se encogió de la misma forma que una mimosa púdica al ser acariciada. Sus ojos se habían acostumbrada a la tenue luz de la luna y ahora, era capaz de visualizar cada pequeña criatura que buscaba refugio en aquella tormentosa noche.

—Al… —repitió la voz. Sabía que estaba allí, su conexión había provocado que fuese a buscarle. El viento azotó su rostro y zarandeó la gruesa capa que rodeaba sus hombros. Su cuerpo no reaccionó al frío, pese a los labios azulados y los pies entumecidos. Su cuerpo, no reaccionaba a cambios mundanales como la temperatura. Aún así, temblaba. Temblaba sobrecogida por el miedo a perder a la única persona que le importaba. El sonido de una tos seca hizo que sus pies casi sobrevolasen el espacio que les separaba.

—Te encontré, te lo prometí, te encontré —murmuró con voz entrecortada mientras posaba la capa sobre el cuerpo desfallecido en la nieve—. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué te has enfrentado a él? ¡No podías ganar!

Sus ojos grises la contemplaron como siempre lo hacía, con tanto amor que era imposible pensar que aquel muchacho de cabello rubio fuese un demonio. Tendió su mano, dejando que la capa de Alana se manchase aún más de sangre y acarició la mejilla de la joven.

—¡No puedo curarte! No puedo curar esa herida porque eres diferente, Alaric. Y no sanará más rápido si estás aquí.

Esbozó una sonrisa, una sonrisa que trató de alumbrar a la mismísima luna llena que los vigilaba aquella noche.

—Todo irá bien… —farfulló—. Te lo prometo.

Sus ojos se apagaron tras esas palabras, el rostro de la muchacha se hundió en la desesperación y con ello, el color carmesí tintó al astro que había estado observándoles aquella noche despierta. Despertó, por primera vez en mucho tiempo, su poder embargó la oscuridad y las alas volvieron a brotar en su espalda, imbuidas en una magia ancestral capaz de romper incluso las leyes insondables. Los ojos de Alaric recuperaron el color y un destello dorado y el cuerpo de Alana, cayó sobre él como un peso muerto y roto.

sábado, 3 de agosto de 2019

Noche estrellada

Alana nunca pensó que todo aquello fuese real. Desde su punto de vista, no era más que un sueño, un terrible sueño. Algo que se conocía como una pesadilla. Había leído que los seres humanos debían dormir una media de entre seis y ocho horas, aunque ella no podía recordar cuando había sido la última vez que sus ojos se habían cerrado en busca del descanso de un sueño reparador. De hecho, cada vez que cerraba los ojos, la invadía el pánico. La sensación de ahogo y el recuerdo de unos fríos ojos amarillos vivían en su retina cada vez que sus párpados se cerraban presas del agotamiento. También, la invadía el vacío, la sensación de no ser dueña de sí misma y estuviese perdiéndose para siempre.

Quizás, esa era la razón que la llevaba a pensar que todo aquello que vivía era una pesadilla. O quizás, era la falta de cualquier sentimiento, de cualquier dolor… incluido el físico. Sí, probablemente esa era una razón más que plausible y lógica para pensar que era una pesadilla. Un sueño terrible del que conseguiría despertarse si hacía caso a lo que había leído, tarde o temprano despertaría como todos los demás. Sin embargo, Alana seguía preguntándose algunas cosas sobre aquellos sueños ¿Cuál era el propósito de su pesadilla? ¿Despertarse la haría volver a sentir?

La noche se alzaba sobre ella y, a sus pies, la ciudad iluminada. Contempló, desde lo alto del edificio, como las farolas inundaban de luz la vacía noche sin luna. Algunas estrellas resistían la contaminación lumínica y añadían un baño tenue de luz iridiscente al firmamento en aquella noche densa, espesa y trágica. En silencio, se acercó al resquicio y dio el paso al vacío.

Cayó.

Por un instante maravilloso, su mente se despejó y lo contempló todo con claridad. Finalmente, podría despertarse. El gozo, la calma y el final de su agonía se acercaban a la misma velocidad que el suelo. El silencio se alzaría llamándola y llenándola como un ansiado deseo que se hacía realidad. Era el recuerdo de una época pasada, una época en la que los sentimientos le afloraban desde el interior y florecían sobre su piel y sus expresiones. Casi creía poder alcanzarlos, pero a pesar de todo, aquello sólo duró un instante.

Antes de que su cuerpo chocase abruptamente con el suelo, dos enormes alas blancas brotaron de su espalda golpeando el aire y evitando así, el ansiado impacto final. Se alzó, magnífica como era y desplegó su velo en aquella noche estrellada. Alana se preguntó, cómo podría encontrar su final alguien que era inmortal.




domingo, 19 de marzo de 2017

Hopelessly devoted to you






Esbozó una sonrisa torcida cuando su obra estuvo completa, un murmullo apagado le recordó que su acompañante seguía sin estar completamente de acuerdo con aquello. Había sido una apuesta, una proposición a la que no había podido negarse. Si resistía a sus encantos, si era capaz de aguantar y resistirse ante ella; tomaría su papel. Le permitiría que la hechizase con todas aquellas armas que él decía que poseía, se rendiría ante él. Finalmente, rompería el veto.

Lo dejó con la espalda pegada a la pared, esposado y con los ojos vendados. Se sentó sobre sus piernas y le besó, mordisqueándole sin ningún pudor el labio inferior. Dejó escapar un suspiro cuando se separó de él. No quería alejarse, no podía esperar a que él la desease; a que él se decidiese a rendirse completamente.

Se desabrochó la camisa con lentitud, contemplando de reojo como su compañero de juegos cada vez estaba más expectante. Expectante por ella. La larga cabellera tapaba su blanca desnudez, aunque no importaba, al fin y al cabo, nadie más podía verla.

—Entonces gatito, ¿te gusta lo que ves? —preguntó finalmente. Una risa se escapó de forma fugaz ante el bufido de Alaric, se enfadaba si lo llamaba “gatito” pero actuaba como tal—. Oh, venga, no seas así...

—Lo sé —respondió en un quejido cuando unas manos suaves y frías le acariciaron la piel, forcejeó con las esposas en un vano intento por liberarse—, pero ¿no puedo al menos verte?

—No, es parte del juego.

Su respuesta fue tajante, pero en su voz se mezclaba la emoción con el desesperado deseo de satisfacerle, de llenar sus fantasías. Se sentó sobre las piernas desnudas de su “sumiso”, de no haber tenido el papel dominante habría estado temblando como un flan, pero sabía cómo disimular su nerviosismo. Desde que lo había conocido su relación con el demonio había sido un tira y afloja por poseerla. Suspiró y se echó sobre él, su corazón se desbocó tan pronto como su cabello le acarició el cuerpo desnudo; ella esbozó una sonrisa traviesa, se humedeció los labios y dejó un reguero de besos y lentos mordiscos a través de su cuello, los hombros y la clavícula. Lo notó agitarse bajo el peso de su cuerpo, lo notó forcejear con las esposas y con el irrefrenable deseo de devolverle lo que le estaba haciendo. No se le daba bien el rol de sumiso. Era agradable ver que Alaric era malo en algo.

—Déjame ayudarte —le murmuró.

—Recuerda el trato, gatito.

Le mordisqueó el labio tras un fugaz beso que casi podría haber sido un sueño y deslizó una de sus manos entre las piernas de su enfurruñado acompañante. Le besó la comisura de los labios y regresó al trabajo que sus manos estaban realizando. Los gemidos se intensificaron y con ello, sus deseos por satisfacerle. Dejó caer los mechones de pelo rozándole los muslos, los músculos de sus piernas se tensaron bajo su cuidado roce. Sus labios le acariciaron con extrema dulzura y lentitud, su lengua se deslizó ávida e inteligente por toda su extensión.

—Para… —suplicó.

Pero no le hizo caso.

Antes de empezar habían acordado la palabra, sólo tenía que decir la palabra y ella acabaría con todo aquello. Pero no lo decía. En aquel juego mandaba él y desde luego, no quería que lo dejase. Lo observó morderse el labio; inquieto, enfadado, vulnerable. Ella no dejó de manipularle, de saborearle, pero sabía que lo estaba disfrutando, que su deseo estaba creciendo. Paró, de forma repentina pero premeditada y contempló la mueca de consternación de Alaric.

—Habías dicho que parara, gatito —susurró en su oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja en su paso por ella—. ¿Estás seguro? ¿Quieres que pare?

Lo rodeó con ambos brazos y lo besó. Se lo devolvió con la necesidad de mantener sus labios donde pudiera controlarlos, pero no duró mucho. Pronto decidió que aún no había acabado con su castigo. Clavó los dientes en su cuello, pegándose a él y dejándole sentir su cuerpo.

—Por favor…

—¿Por favor?

—No me dejes así —murmuró. Por primera vez, lo vio ruborizarse, completamente vulnerable. Completamente entregado a ella. Esbozó una sonrisa y volvió a agacharse entre sus piernas. Era una devota complaciente, después de todo.

[…]


—Mistress —jadeó de forma entrecortada, le temblaba todo el cuerpo y lo único que pretendía era devolverle todo lo que le había hecho.

Había ganado. Se sentó sobre sus piernas acariciando con sus muslos aquello que le había propiciado tantísima satisfacción. Deslizó sus dedos y desató la venda que le cubría los ojos, aquellos imponentes ojos grisáceos la contemplaron por primera vez. El temblor que había estado conteniendo durante su caring-rol se extendió tan pronto como él la devoró con la mirada.

—Las manos, por favor… Mistress.

El simple hecho de haberle devuelto la visión lo había devuelto al juego, le había devuelto el rol de dominador. Ya no era su gatito. Antes de perder aquellos últimos atisbos de vulnerabilidad, lo besó y él se lo devolvió con fiereza, la imperiosa necesidad había desaparecido. Se mordisqueó el labio y finalmente, le quitó las esposas.

Su cuerpo reaccionó como un resorte y tan pronto como tuvo las manos libres, la levantó y la dejó tendida en una postura donde acariciarla y besarla le resultaba mucho más fácil. La colocó en una posición en la que podía hacer que se rindiese a él, en la que podía persuadirla. Bajo toda aquella fachada de chica dura se vislumbraba el rubor, la vergüenza y quizás el miedo de no estar a la altura, a su altura. Esbozó una sonrisa y la besó extasiado, furioso, conmovido… necesitado, de nuevo. La necesitaba, necesitaba cada fibra de su ser, cada centímetro de su cuerpo que quedaba a la vista, cada esquiva mirada que se fugaba cuando sus ojos trataban de encontrarla.

—Gatito… —murmuró en bajito cuando dejó de besarla cubriéndose con las manos aquello que podía. Alaric le sujetó ambas manos con una de las suyas.

—No.

Fue todo lo que acertó a decir. No sabía cuánto hacía que la deseaba, pero desde luego no pensaba dejar que tapase aquella impresionante visión. Colocó una de sus piernas entre medios para separar las suyas. Antes de hacer nada volvió a besarla, le soltó las manos y dejó que las enredase en su pelo. Se separó de ella y se dirigió hacia sus senos, quienes ya habían sentido su piel minutos antes. Exhaló y ante su respiración, se cortó la de su compañera. Se lo llevó a la boca, jugueteó y mordisqueó su pezón. Primero un pecho, luego el otro. Se dedicó a mordisquearla hasta que las marcas de sus besos y sus dientes dominaron toda la parte superior de su cuerpo.

—Gatito… —comenzó, le costaba respirar y los nervios le impedían hablar—. Te necesito.

—Todavía no.

Y lo cumplió, pese a que su cuerpo también la deseaba y la necesitaba. La besó en la cadera y continuó bajando hasta entrar entre sus piernas. Le mordisqueó el interior de uno de los muslos y la besó con extremo cuidado después. Alterada, le levantó la cabeza y tiró de él para que se reincorporará y pudiera besarlo, para tenerle al alcance de sus manos. Pretendía distraerlo. Hacerle perder la compostura, pero en aquel ámbito Alaric tenía mucha más experiencia.

La dejó hacer durante unos instantes, necesitado de su contacto. Sin embargo, volvió a sujetar sus manos con una de las suyas y lo retomó donde lo había dejado. En cuanto su lengua estuvo en contacto con ella, la inercia la llevó a apretar los muslos. Aquello era buena señal. La escuchó gemir, forcejear contra su agarre y forzarlo a parar. Cedió ante su propio deseo y le soltó las manos.

—Te…

—Lo sé —respondió.

Se hundió en ella y la abrazó como si fuese a romperse, como si fuese la criatura más frágil del planeta. Necesitaba sentirla y aquel era el momento en el que más cerca estaría de comprender su existencia. De comprender qué había en ella para que hubiese cambiado de parecer con respecto al mundo, a su deber y a todo lo que le rodeaba.

miércoles, 3 de junio de 2015

Y ella, ella no debería haberlo sabido nunca

Le había roto el corazón por última vez, aquella era la última vez que la abandonaba sin decir a dónde iba o si regresaría junto a ella. Aquella era la última vez que soportaba la agonía de la soledad.
Las lágrimas brotaron de sus ojos azules con las primeras luces del alba, no podía sostenerlas más tiempo. Sin embargo, por primera vez no le importaba derramarlas pues todos estaban aún durmiendo. Nadie podía verla, así que seguiría siendo la chica de mármol, frío y suave. Comprobó, con gran pesar, que las gotas que caían de sus ojos no la libraban del dolor y eso hizo que éste se anidase aún más en el fondo de su pecho.

—No llores más, por favor—. El eco de una voz familiar hizo que se frotase los ojos con ambos puños, pero la hinchazón y el color rojo la declaraban culpable.

—¿Tú te habrías ido? ¿Me habrías abandonado?

—Yo jamás te habría dejado sola, me habría quedado contigo hasta el fin del mundo…

—Yo… yo no lo sabía.

—No deberías haberlo sabido nunca, no mientras Allan estuviese junto a ti para protegerte y hacerte feliz.

¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Cómo no había sido capaz de ver como la miraba? ¿Cómo no se había dado cuenta de que se había enamorado de ella? La convivencia había sido difícil aquellos últimos meses, pero Alaric había estado a su lado en todo momento. Había sido egoísta, no había sido capaz de ver los sentimientos de su mejor amigo a pesar de que siempre había estado junto a ella.

—Perdóname.

Él se rió y la estrechó con más fuerza entre los brazos. No podía evitar amarla, aquellos ojos a pesar de estar rojos e hinchados, daban color a su vida cada vez que le miraban. La amaba, era algo indiscutible. —No tengo nada que perdonarte, no es culpa tuya que me haya enamorado cuando tu corazón ya estaba ocupado.

—Pero yo… —las lágrimas no le permitían articular más de dos palabras seguidas y por primera vez, a pesar de tener un corazón hecho pedazos, se sentía a salvo; aunque Alaric sabía que jamás podría corresponderle.

lunes, 18 de mayo de 2015

Mi pequeño ángel

A veces era como una estrella fugaz, destinada a desvanecerse en el infinito de su propia y efímera existencia. Otras veces era como el ave fénix, renaciendo de sus cenizas tras cada error. Sin embargo, la mayor parte del tiempo era sólo ella y no un fénix o una estrella fugaz.

Era una aficionada a los rostros en blanco y negro, en color sepia. Una amante de la literatura que la había precedido varios siglos atrás. Una visionaria de imágenes en veloz movimiento. Una fugitiva del tiempo sin pasado ni presente. Era, desde luego, una adelantada a su tiempo, pues vislumbraba la paz en aciagos tiempos de guerra. Era, a su vez, una viajera a la que no le habría importado convivir con Jane Austen en sus orgullosos tiempos.

La mayor parte del tiempo sólo era ella, y le asustaba no ser nada más. Tenía miedo de ser poca cosa, de que nadie la quisiese porque no era nada especial. Sin embargo, he de admitir que ella era más que suficiente para mí y quizás por eso os hablo de ella si fuese la persona más interesante de toda la ciudad.

Ella era, mi pequeño ángel.

lunes, 22 de agosto de 2011

Frágil

Frágil es un beso
Frágil es una promesa, dos corazones, el amor
Frágil es un ángel, el veto, las normas
Frágil es un demonio, la tentación, un error.
Frágil es un beso.
Frágil es la frontera entre abismo y realidad.
Frágil es el destino, el futuro, lo que será.
Frágil es llegar al límite.
Frágil es un beso.
Frágil es jugar con el deseo.
Frágil es un sueño, luchar, cumplirlo.
Un beso es frágil como un juego, un encantamiento roto, un anhelo prohibido que al fin ha sido cumplido.

Todo se acaba tan rápido que incluso da miedo volver la vista atrás y recordar. Los años vividos sucumben en un lago de imágenes y recuerdos que antes creíamos nunca podrían cambiar, que antes pensábamos que eran únicos porque nadie podría hacerlos desaparecer, años de tu vida que desaparecen al zumbido del corazón. Nos creíamos invencibles y nos dimos cuenta de que cuando un hilo se rompe, la costura se deshace en cuestión de segundos. 


Fragilidad, esa es la palabra. Los recuerdos, la amistad, el amor... todo es frágil.

A forbidden desire

Él, era el único capaz de tentarla,
capaz de hacer que se replantease el lugar que debía ocupar.

Se quedó mirándolo, había algo en él de lo que seguía desconfiando pese a que no llegase a temer por su propia vida en su presencia. Quizás era la forma en la que la miraba cuando estaban solos, quizás que a veces le parecía demasiado atractivo y ese simple hecho la asustaba, quizás que no tenía forma de combatir lo que empezaba a sentir por él, quizás… Suspiró levantándose del suelo. El rubio la cogió de la mano impidiendo que se separara de él, la sujetó por la espalda. Ella lo miró. Él negó con la cabeza. Le temblaban las piernas por lo que se sentó otra vez apoyando la espalda en la pared.

De nuevo aquel pánico comenzó a recorrer hasta el último centímetro de su cuerpo.

La atravesó con la mirada cuando estuvo lo suficientemente cerca de él. La joven notó como le ardía la piel al sentir el brillo de sus ojos sobre sí misma. Abrió la boca para quejarse, pues quería alejarse de aquel muchacho antes de que perdiese la cabeza y sus emociones dejaran de obedecerla. Él se apoyó sobre ella, presionándola entre su cuerpo y la pared, tapándole la boca con una mano.

—Tranquila. —Su voz era dulce, melosa.

Un escalofrío comenzó a recorrerla al tiempo que él deslizaba los dedos de la otra mano por la pálida piel de sus muslos. El calor febril se instaló en su cuerpo ante aquel pequeño gesto. Emitió un inquieto jadeo tratando de eliminar los nervios y la presión que él ejercía sobre ella, estaba prohibido.

Ella no debía tener una relación con él, no podía. Sin embargo, lo deseaba.

Dream of freedom


Dream of freedom.
A su alrededor, los ciudadanos de aquel lugar llamado mundo comenzaban a agolparse con contenido fervor y cámaras fotográficas para inmortalizar el eclipse lunar que estaba a punto de dar lugar. Se cruzó de piernas observando a la luna todavía blanquecina mientras comenzaba a oscurecerse y a tornarse de un potente color rojo. 

—¡Mamá, mamá! ¡La Luna! ¡La luna está sangrando! —Exclamó un niño cercano a ella mirando la luna a través de la lente de la cámara.

—Sí, tesoso. Por eso la llaman la luna de sangre. —Respondió su madre.

Alana los oía, pero en aquel momento sus ojos eran incapaces de apartarse de la llameante figura del cielo. La heterocromía de sus ojos comenzó a desaparecer al mismo tiempo que la luna completaba el cambio de color y, sin que pudiese hacer nada sus ojos se volvieron de un furioso color azul. Su cuerpo, oculto bajo el enorme chaleco gris, adoptó una forma más voluminosa.  
Por primera vez en mucho tiempo, comenzó a sentirse libre y poderosa como si de golpe todas las normas, las leyes, y los límites de su raza hubiesen desaparecido. La única regla que debía proponerse mantener en pie era no enamorarse, pues así evitaría caer de nuevo en la jaula en la que había estado encerrada tanto tiempo.

La luna comenzaba a volver a su color original y la gente había empezado a abandonar el césped de aquel parque. Aún quedaban algunos, pero para ella casi habían desaparecido. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Cuánto tiempo había estado ensimismada en sí misma? Pensó para sí. Se desperezó y se quitó el enorme chaleco que tapaba su antes infantil cuerpo, admirándose de nuevo.

Se alejó de los mundanos que quedaban adormilados. Cerró los ojos y desplegó unas enormes y cegadoras alas, sus alas, las alas de un ángel, de un híbrido como era ella. —Ahora... éste es mi mundo. —Murmuró, alzándose de forma majestuosa y perdiéndose a gran velocidad en el horizonte.