Paranoyas célebres.

sábado, 23 de abril de 2011

Llueve

Llueve. 

Miro por la ventana, las gotas de lluvia acaparan toda mi atención, se deslizan sinuosamente sobre la fría superficie. Los libros en los que debería estar inmersa ya no me parecen tan interesantes como antes. Malditas gotas. Maldita ventana. Maldita lluvia. 

¿Por qué eres tan ruidosa? ¿Por qué tenías que golpear mi ventana? ¿Por qué no podías dejarme estudiar? ¿Por qué…? ¿Por qué viniste a mí? 

Debería seguir estudiando, debería estar tratando de mejorar, quizás también de madurar. 

Sin embargo, mi mente se dedica a vagar entre las maravillosas imágenes que crean esas gotas de agua, entre esas pequeñas carreras que disputan entre sí. Pequeña y estúpida eso es lo que soy. Pequeña y estúpida quizás lo único a lo que puedo aspirar. 

Malditas gotas, maldita ventana, maldita lluvia, maldita nostalgia.

martes, 19 de abril de 2011

Odio...

El aburrimiento, un vínculo humano terrible que hace crear listas de cosas que ni siquiera imaginas. ¿Por ejemplo? Una lista de las cosas que te gustan, una lista de las cosas que odias, una lista de las cosas que necesitarías hacer antes de morir, una lista de todo aquello que pueda pasar por una mente insana

Odio tantas cosas... que no sabría
ni por donde empezar.
Odio fingir que estoy bien cuando me rompo por dentro.
Odio preocupar a la gente que quiero, hacerles daño.
Odio llorar cuando sé que alguien puede verme.
Odio ser mujer una semana al mes.
Odio comprar chocolate y que se me acabe enseguida.
Odio no poder ver las estrellas por culpa de las luces de la ciudad.
Odio no saber dibujar.
Odio no tener tiempo libre.
Odio no llevar la razón.
Odio no poder recuperar el tiempo perdido.
Odio no conseguir lo que me propongo.
Odio no saber qué decir.
Odio que me pregunten si estoy con la regla porque estoy de mal humor.
Odio que la hagan llorar.
Odio que maltraten a los indefensos.
Odio que rompan las promesas.
Odio que me despierten en mitad de un sueño, aunque sea una pesadilla.
Odio que me miren como si fuese comestible.
Odio que me miren por encima del hombro.
Odio que me psicoanalicen.
Odio que haya ojos que no pueden mirar al sol.
Odio que me digan “Lo siento” cuando esa persona no tiene la culpa de nada.
Odio que mis padres me miren como si les hubiese decepcionado.
Odio que mi hermano me grite o me regañe porque cometa sus errores.
Odio que me comparen.
Odio que las cosas no salgan como a mí me gusta.
Odio la falsedad, la hipocresía, a veces al mundo en general.
Odio esa sensación de que algo malo va a pasar.
Odio la distancia que nos separa cada día.
Odio lo rápido que se resquebrajan algunas relaciones.
Odio las miradas que se pierden porque nadie las responde.
Odio las sonrisas que se olvidan.
Odio las despedidas.
Odio mil cosas que pasan por mi mente.
Odio a veces quedarme totalmente blanco.
Odio sentirme frágil, inocente, diminuta…

Me gusta.

Idea original del blog de: http://nearly-witches.blogspot.com/

Me gusta sentirme libre, poderosa y fuerte.
Me gusta nadar en el océano, pasear por la playa cuando anochece.
Me gusta hundir mis pies en la arena, escuchar el sonido de las olas al romper.
Me gusta sentir el calor del Sol abrazando mi cuerpo.
Me gusta sentir la lluvia acariciando mi piel, mojando mi pelo, cubriendo mis lágrimas.
Me gusta cantar cuando sé que nadie puede oírme.
Me gusta dormir hasta la hora de comer.
Me gusta que mi madre me despierte con palabras bonitas antes de que suene el despertador cuando tengo que ir a clase.
Me gusta fingir que toco la guitarra.
Me gusta despertar a su lado, oír un “te quiero” somnoliento cuando entreabre los ojos.
Me gusta sentarme en cualquier parte y observar a la gente pasar.
Me gusta que mi hermano se preocupe por mí, y mire con tono amenazador a todo el que se acerca a mí.
Me gusta caminar por el puente de Triana y leer los candados entrelazados a él.
Me gusta caminar sin tener rumbo fijo.
Me gusta hablar horas y horas por teléfono, sin tener un tema concreto.
Me gusta poder escuchar el acento gallego.
Me gusta hablar inglés sin tener un extenso vocabulario.
Me gusta mirar las estrellas, el horizonte, perder la mirada en el enorme universo.
Me gusta mirar a la Luna y fingir que puedo encerrarla en un puño.
Me gusta leer cuentos infantiles.
Me gusta mirar series que veía cuando era pequeña.
Me gusta llevarme hasta tarde con un libro entre las manos, mirar el reloj y comprobar que no tengo sueño porque quiero terminarlo.
Me gusta reír hasta llorar.
Me gusta cantar y gritar hasta quedarme sin voz.
Me gusta tatarear canciones en medio de una biblioteca cuando me concentro.
Me gusta montarme en el coche y bajar la ventanilla para sentir el viento despeinando mi cabello.
Me gusta que me hagan sonrojar.
Me gusta que mi corazón lata desbocado.
Me gusta que los que los que me rodean me cuenten sus problemas.
Me gusta que me pidan mi opinión.
Me gusta empezar un cuaderno nuevo.
Me gusta escuchar el sonido de la lluvia golpear mi ventana.
Me gusta quedarme a oscuras, tirada sobre la cama mientras la tormenta arrecia.
Me gusta sentirme libre, poderosa y fuerte.
Me gusta soñar, vivir, discutir, hablar, reír, escuchar, leer, bailar, cantar…

lunes, 11 de abril de 2011

El único al que amo

Descubrí que el mundo podía ser un lugar perfecto gracias a él. Descubrí que mi vida tenía sentido gracias a él. El mundo es un lugar único, gracias a él.
Desde que él apareció en mi vida, tengo ganas de levantarme y sonreírme en el espejo, tengo ganas de sonreírle al mundo, porque sé que él está ahí. Él es el único por el que mi corazón late día a día.
Gracias a él vivir es la mayor aventura y soñar no tiene sentido, porque mi vida ya es un sueño.
Gracias a él tengo a alguien en quien confiar, a quien pedirle un abrazo en los momentos de malestar, porque con él... la tristeza se disipa en una nube de sonrisas.
Porque él es el único al que amo.
Porque él, es el único al que amo.

Ella

Ella es incluso más que yo misma.
Ella me hace sonreír cuando mi mundo desaparece entre el polvo del suelo, ella llena mi corazón del más dulce calor. Ella es única en su condición, ella permanece a mi lado incluso cuando no merezco que su sonrisa ilumine la oscuridad de mi habitación. Ella disipa la tormenta cuando me dice “Te quiero”. ELLA es tan especial que pese a que mis problemas sean enormes siempre consigue que se vuelvan ligeros.
Ella es capaz de hacer del mundo un lugar mejor, ella cumple todo lo que promete.
Ella es mi mejor amiga, porque la historia la eligió a ella para que fuera su protagonista.
Ella es especial porque sé que hay un destino, que nos unió y nos hizo conocernos. Ella sabe que no puedo mentirle en ninguna circunstancia, que todos mis suspiros significan algo, que mi mente a veces se queda totalmente en blanco.
Ella comprende que mi vida no siempre es perfecta, ella escucha mis quejas y las consuela… ella sabe que a veces necesito llorar a solas, ella lo sabe todo de mí.
Ella simplemente es tan especial para mí, que aunque todo fuera ideal y no la hubiese conocido, seguiría sin estar completa. Ella es la gota que colmo mi vaso, la razón por la que siempre lo veo medio lleno, a punto de desbordarse. Ella es la razón por la que para mi sale el sol aunque el día esté nublado, la razón por la que anhelaba ver Robin Hood, pero únicamente con ella.
Ella es la fe que precede a mi milagro, mi Julieta, el hermoso jardín de girasoles en el que mi vida se convierte cuando está cerca. Es el trébol de cuatro hojas que tanta gente desea, el pedazo de alma que perdí cuando llegue a este mundo, el pedazo del mejor sueño que esperaba recordar. Ella es la prolongación absurda de mi mente, la que cuando no está me hace sentir terriblemente vacía. Ella es algo más que una estrella para mí, ella es todo mi universo, es como el retrato que Dorian Gray protegía con esmero.
Ella es única porque está hecha para mí. Ella es perfecta porque me prometió que me cuidaría siempre y aún cumple su promesa.
Ella es para mí... incluso más que yo misma.

Soñar, imaginar, fantasear, colorear...

Leemos decenas de libros, miramos cientos de películas, escuchamos miles de historias con tramas y personajes distintos. Algunas nos fascinan, nos absorben y, en ocasiones, nos enamoran; otras, simplemente se unen al montón que jamás volveremos a evocar, y entonces, surge esa pregunta, ¿cómo lo consiguen? ¿Cómo crean entes tan maravillosos o entrañables que pasan de generación en generación? ¿Cómo construyen escenarios y paisajes tan fabulosos? ¿Cómo…?

Primero: soñar, imaginar, sentir, emocionar, fantasear, idear, esbozar, investigar… luego, cuando tu mente está llena de retazos e ideas, de sueños y pequeñas piezas, unirlas para que encajen y se ajusten es bastante más sencillo.

Otra pregunta que debemos responder antes es ¿por dónde empezar a encajar? ¿en qué basarnos para investigar? ¿qué hacer? O mejor dicho, ¿cómo hacerlo de la misma forma que esos que consiguen fascinarnos? La respuesta está en la pluma del que construye, en el corazón del que se aventura en el infinito, en un mundo que no tiene límites, es decir, en cada escritor, en cada guionista, en cada persona se encuentra la llave para abrir ese mágico portal a la imaginación.
En cuanto a la investigación, en muchas ocasiones, los protagonistas de esas historias son descripciones de personas reales, personas cercanas al autor en cuestión. ¿Por ejemplo? Muy fácil, la pequeña Alicia de Lewis Carroll o Christopher Robin de la famosa historia de Winnie the Pooh. También hay que tener en cuenta los escenarios, es decir, si serán lugares reales o si serán lugares nacidos al completo de esa poderosa arma que surge del corazón convirtiéndolo en un mundo mejor. En el primero de los casos, es aconsejable informarse, estudiar totalmente edificios, calles y bares. Por el contrario, si es un mundo fantástico, el juego de colores, sensaciones y olores tienen que tratar de ser lo más reales posibles para transmitir ese efecto al lector, al observador, al oyente.

A parte de la trama, los personajes son una de las bases del trabajo, en ocasiones incluso más importantes. ¿Por qué? Podemos preguntarnos, quizás la respuesta sea porque son ellos los que van a vivir la historia por nosotros, quizás porque son ellos los que van a crecerse en la adversidad, quizás porque son ellos los que volarán libres como aves rapaces, quizás porque serán ellos los que se enamorarán, los que llorarán, los que gritarán, los que al fin y al cabo, nos transmitirán todos esos sentimientos, esas ilusiones, esos sueños, esas emociones. Ellos serán esas semillas que poco a poco crecerán y más tarde florecerán junto al lector, junto al espectador, junto a nosotros.

En resumen, el poder de la creación reside en el maravilloso don de la imaginación y es que, incluso Einstein dijo “La imaginación es mucho más importante que el conocimiento”. Tenía razón ya que, en el punto en el que la ciencia no puede seguir, un lápiz pinta con mil colores nuevos caminos por los que caminar y gobernar el mundo, un mundo con un horizonte distinto, un horizonte con un tinté diferente, un horizonte con una gama única que se abre paso en la imaginación.

domingo, 10 de abril de 2011

Habrá poesía...

Mientras exista un alma
enamorada... habrá poesía.
¿Qué es la poesía? Tomando conciencia de la palabra en sí, podemos decir que es un tipo de género literario que actualmente suele designar a la lírica, aunque éste sea realmente un subgénero de la poesía, y que plasma los pensamientos en materia para crear algo bello. ¿Qué es verdaderamente para nosotros? ¿Qué es lo que representa? Es un sentimiento, que desbordado por el corazón surge en forma de escrito, de canción. Es un sentimiento que nace del miedo, del amor, de los recuerdos, de los deseos, del dolor. Es un eco, que según Tagore, escritor indio, se convierte en el sonido del universo dentro del corazón humano.

Ahora bien, si es una emoción que rebosa de nosotros y llega hasta nuestros dedos ¿cuál es su intención? ¿Qué es lo que pretende? En ocasiones sólo pretende comunicar algo, mostrar esa exaltación, ese vestigio de pena o afecto. Aunque su objetivo acaba viéndose distinto a los ojos de los demás. 
Unos podemos pensar que lo que procuraba era hacernos sentir cada verso, cada palabra, cada sílaba y entonación del poema; otros que lo que anhela es mostrar algo bello, un pedazo de arte plasmado en un papel de una forma distinta, diferente; y algunos que lo que el poeta trataba de enseñarnos era la forma en la que los hechos debieron haber pasado, convirtiéndose en una queja a quemarropa, directa, aunque muchas veces oculta bajo un manto de palabras que repiten una y otra vez, una desdicha grabada en el tiempo.

Bien, llegados a este punto nos preguntamos ¿quiénes son aquellos designados para escribir poesía? Los poetas, responderéis muchos, pero a decir verdad, esta afirmación no es del todo cierta, ya que un poeta o una poetisa son aquellos que son capaz de hacer poesía de las cosas más cotidianas, que riman y juegan con la libertad del verso como quien juega un partido de tenis sin red, por eso decía Bécquer “podrá no haber poetas pero siempre habrá poesía”. ¿Por qué? Porque todos en algún instante de nuestra vida hemos escrito algún fragmento sin hacer carrera de ello, todos en algún momento hemos estado o estaremos enamorados, nos hemos sentidos exaltados por el miedo, el deseo, el dolor. Hemos escrito estrofas o versos que, quizás sin rimar, son la viva expresión de este arte, ya que en ocasiones hacer versos “malos” depara más felicidad que leer los versos más hermosos. Citando de nuevo a este gran poeta llamado Bécquer aclaramos el punto aludido, “mientras haya en el mundo primavera, habrá poesía; mientras haya un misterio para el hombre, habrá poesía; mientras se llore, mientras se ría, mientras haya esperanzas y recuerdos, habrá poesía; mientras exista una mujer hermosa, un alma enamorada, habrá poesía”.

En definitiva, este arte es una expresión del alma que le da libertad como cual ave rapaz que vuela, soberano del cielo y de sí mismo. Una expresión que huye de los muros, y que anida en el corazón, en los sueños, en la piel, en el tiempo. Que arraiga en una memoria y, que al ser leída regresa al presente para más tarde volver a un pasado intemporal, a su sublime eternidad. Es, por decirlo de alguna manera una enorme ventana, que se abre para todos y que a veces puede presentar vecinos que dentro de cincuenta años escucharán el eco de una voz que les exprese sus penas, pasiones y quejas.

Memories

Los recuerdos, un cúmulo de imágenes, sonidos y sensaciones que se mantienen en nuestra memoria durante días, meses e incluso años. Memorias que en ocasiones perdemos y en otras tantas nos avivan la esperanza.

Hay momentos en la vida cuyo recuerdo es suficiente para borrar años de sufrimiento, decía François Arouet Voltaire, famoso escritor francés. Y es que en ciertos momentos de nuestra vida esos recuerdos felices, esos anhelos de ver a la persona amada, de regresar a un recóndito lugar o simplemente de volver a realizar nuestras acciones cotidianas, mantienen la esperanza y nos hacen avanzar con fuerza hacia un mañana incierto en instantes de crisis, guerra, depresión, en momentos en los que te sientes desvanecer y caes en un foso profundo y oscuro. Un pozo, vacío de sueños y repleto de miedos, del que nadie puede sacarte. Ahora bien, ¿qué pasaría si de un día a otro perdiésemos esas memorias? ¿qué pasaría si se resquebrajarán como un cristal y acabarán despedazados en minúsculos trozos, incapaces de volver a unirse? ¿qué?.

A lo largo de nuestra vida hemos sido capaces de comprobar con tristeza que bien por la edad, un accidente, o una enfermedad, personas de todas partes pierden parte de su vida, olvidan nombres, fechas y sucesos que les han acaecido durante días o años como quien pierde una aguja en un pajar. Sin embargo, en muchas ocasiones olvidar es lo único que nos queda, la única salida, ya que, a decir verdad… la vida sería imposible si todo se recordase.
¿Por qué? nos preguntamos.
Podemos responder de dos formas.
Primero: según estudios científicos el cerebro, más concretamente el hipocampo, es el encargado de hacernos recordarlo todo, desde el nombre de nuestros padres, hasta lo que hemos comido esta mañana. Según esos estudios mencionados, el hipocampo es incapaz de retener toda la información en el cerebro y, por tanto, en ocasiones toma la “decisión” de olvidar aquello que no considera importante, ya sea por el desgaste o el sobreesfuerzo del mismo.
Segundo: a veces, algunos recuerdos son tan dolorosos y terribles, que el hecho de no olvidarlos, es decir, el simple suceso de que permanezcan por y para siempre en nuestra mente puede ocasionar que nos atormenten, convirtiendo nuestros temores en pesadillas y fobias que nos impidan ser felices día a día.

Sin embargo, el problema está en cuando olvidamos a alguien a quien amamos, o en el caso inverso, ellos nos olvidan a nosotros. Cuando esto ocurre sentimos que una parte de nuestra alma, nuestro corazón o simplemente una parte de nosotros mismos se entristece, se resquebraja y finalmente se rompe. Entonces… ¿qué podemos hacer? Cierto escritor decía que aunque las personas que nos rodeen nos olviden, el recuerdo siempre permanecerá con ellos, oculto, pero junto a ellos hasta el final de sus días, y posiblemente, el día más inesperado, lo recordarán todo.

En definitiva, para poder ser feliz entre los recuerdos, no podemos recordarlo todo, pero obviamente tampoco olvidarlo todo. ¿Entonces? Lo inteligente, es saber lo que necesitamos omitir y lo que debemos evocar y es que como decía Paul Geraldy, poeta y dramaturgo francés: “Llegará un día en el que nuestros recuerdos serán nuestra riqueza”.

Sólo queda el miedo

El miedo es una emoción caracterizada por un sentimiento desagradable, provocado por la percepción de un peligro, real o supuesto, presente, futuro o incluso pasado, una emoción deriva de la aversión natural al riesgo o la amenaza, y se manifiesta tanto en los animales como en el ser humano, por tanto, existen tantos miedos como habitantes de ambas especies en el mundo.

Ahora bien, en ocasiones nos preguntamos el miedo ¿es bueno? O ¿es malo? Según el punto desde el que lo observemos, podemos considerarlo de ambas formas, es decir, como algo beneficioso o como algo perturbador para el ser humano.

En el primer caso podemos considerarlo beneficioso porque se manifiesta en forma de un mecanismo de supervivencia y defensa, en forma de ese sentido que nos mantiene alerta y nos advierte de que algo no va bien y de que debemos huir o enfrentarnos a un problema que traerá consecuencias.

En el segundo caso podríamos decir que es una emoción que nos coarta y que nos impide desarrollarnos totalmente, pues de alguna manera nos prohíbe hacer aquello que nos da pánico, citando a Burke, escritor y político irlandés podríamos decir que el miedo es el más ignorante, el más injurioso y el más cruel de los consejeros, ya que, nos obliga a retractarnos en nuestras decisiones por temor a que nos pase algo terrible y, por ende, es como si un muro infranqueable se opusiera a nuestros sueños y nuestras metas. 

Y entonces, nos surge otra pregunta. ¿Por qué surge el miedo? ¿Cuál es el origen? Bien, podemos decir que el origen de todo somos nosotros mismos, como decíamos al principio el miedo surge en cada persona o animal por un motivo distinto, pero de alguna manera observamos que el motivo más obvio son nuestras pertenencias y sentimientos, es decir, tenemos miedo de perder lo que tenemos, por ejemplo, tenemos miedo de estar solos porque estamos rodeados de gente; tenemos miedo de perder a la persona amada porque hemos sentido cada latido de su corazón, cada respiración suya; tenemos miedo de destrozar lo que nos rodea, lo que, de alguna manera nos protege. Aunque hay otras fobias que surgen de interacciones determinadas con sentimientos de angustia, por ejemplo el miedo a los insectos o a los arácnidos se debe de alguna manera a un suceso acaecido tiempo atrás, generalmente en la infancia.

A pesar de todo esto, el problema se encuentra en las soluciones, en los caminos que muchas veces se vuelven inaccesibles para nosotros. Bien, cuando esas pesadillas te persiguen, puedes optar por huir, correr hasta desfallecer, llorar, gritar; puedes elegir enfrentarlo, encararlo y quizás vencer; o simplemente puedes dejarte caer en un amargo pozo de complicaciones, que surgen y no se superan. Y posiblemente el camino que muchos hemos tomado a lo largo de nuestra vida es el más sencillo, el que elige bordear el problema, el que elige huir de él. Pero… éste no es el camino acertado. En ese mismo instante es como si te dejases vencer, es como si aplazases el juicio final, es como si el río eligiese otro cauce antes de desembocar en el mar, pese a que sabe, que finalmente deberá volver a él. 

Entonces ¿qué debemos hacer? La respuesta es sencilla, elegir la opción que al miedo dice basta, elegir la opción que obliga al miedo a temerse a sí mismo, elegir la opción que hace que ni seas agresivo, ni sumiso, elegir la opción que te ayuda a encontrar el equilibrio. En definitiva, elegir la opción que nos hace valientes, porque también es cierto que sin miedos no cabría la posibilidad de la valentía.

En conclusión, el miedo es un sufrimiento que produce la espera de un mal, un mal que conduce a la destrucción total, un mal que debemos afrontar, un mal al cual debemos permitir que pase sobre nosotros y lo más importante, a través de nosotros. Y cuando haya pasado, podremos girarnos y entonces sólo quedaremos nosotros, sin barreras como aves rapaces que vuelan libre a través de los cielos, enfrentándose al tiempo. Y así podremos decir “Ten cuidado, pues me he enfrentado al miedo y soy, por ende un alma poderosa y redimida”.

sábado, 9 de abril de 2011

Oscuro despertar

Mostraban la marca de la peor de las pesadillas.
La realidad.
La luz se adentró con sonora calidez por la ventana, abrí los ojos desbordada por la dulce imagen de mi habitación rodeada de aquel halo celestial, de aquella paz luminosa que me obligaba a entrecerrar los ojos para evitar el dolor en la retina, una sensación tan profunda y sublime que fue desapareciendo a medida que el sonido atronador de un motor fue tomando el suelo. Sólo se me ocurrió pensar que estaban haciendo prácticas de vuelo, aunque a decir verdad, solían seguir un horario y eran como mucho las tres y media de la mañana. Me giré suavemente para darle la espalda a la atronadora luz que entraba por la ventana y así poder seguir durmiendo.

Una fría ráfaga de aire entró por la cristalera. Aún no me explico cómo ocurrió, como el viento entro por una vidriera cerrada y con el cerrojo echado, pero lo hizo. Ahora, la ventana proyectaba una sombra alargada y desgarbada creada por aquella luz, una sombra que parecía encontrarse dentro de mi pequeño habitáculo. No fui capaz de mirar, más que nada porque no podía moverme, aquella repentina figura me producía temor, no sé porque, pero sí que aquello no era normal, sentía como los escalofríos me recorrían la piel cada vez con más frecuencia, comenzando por la punta de los dedos de los pies y terminando en la nuca, erizándome el vello a su paso. 

La luz se hizo más intensa y el sonido de un arrastrar de pies me puso en alerta, aquello que antes creía que se encontraba fuera, había entrado y arrastraba su cuerpo hacía mí, haciendo que el parqué resonara bajo sus decididos pasos. Esperaba que pensara que estaba dormida, si es que aquello no era producto de una pesadilla. Cerré los ojos con fuerza y apreté mis puños contra el pecho, un acto reflejo que tenía desde que era pequeña. Tenía el cuerpo contraído en posición fetal y poco a poco los músculos estaban respondiendo agarrotándose con el lento paso del tiempo. 
Noté la mano helada sobre las sábanas, unos dedos huesudos que la agarraban intentando destaparme, empezaba a faltarme el aire en los pulmones, la sensación de angustia crecía con la secuencia de los latidos de mi corazón. De repente, todo se quedó en silencio, la luz se desvaneció poco a poco y los pasos se dirigieron a la puerta, no escuché que se hubiera abierto, pero supe que se había ido porque pude volver a estirarme sin temor a que pensara que estaba despierta. Cogí el inhalador y lo apreté varias veces para que el mentol me despejara los pulmones, notaba un ambiente extraño en el aire, un ambiente diferente —la calma que precede a la tempestad—, pensé. Ojalá me hubiese equivocado.

Un grito desgarrador rompió el silencio sepulcral que se había creado en el manto nocturno, un alarido que me reventó los tímpanos y me hizo perder el equilibrio, pues en cuanto noté el alivio que me denotaba que aquella presencia se había marchado me había reincorporado de un salto para poder respirar. El sabor amargo de la bilis se iba acentuando en mi boca, ¿quién había gritado? ¿Qué estaba pasando? Y de nuevo otro chillido que hubiese helado la sangre hasta al mismísimo Conde Drácula. Los temblores iban volviendo según me acercaba a la puerta, aquella voz… era mi hermana pequeña ¿qué le estaban haciendo?

Saqué la cabeza al pasillo con excesiva lentitud y caminé hasta el cuarto de mis padres. No había nadie, la cama estaba deshecha, así que supuse que se habían levantado al escuchar los gritos. La habitación de mi hermana estaba al final del pasillo, justo al lado del gran ventanal que daba al patio y a la escalera que daba al altillo. De nuevo caminé con pasos lentos y controlados sobre la madera para no hacer ruido. Sin embargo, algo falló. Una mano alargada y fría me agarró y me tiró hacia la oscuridad, sucedió demasiado rápido, ni siquiera puede verle el rostro. Mi corazón latía desbordado, los temblores se multiplicaban con fuerza y sólo acerté a cubrirme la cara con ambos brazos. 

Una voz familiar me llamó, mi madre con cara de pánico me abrazó. No lloraba, no reía, simplemente estaba asustada, aterrorizada y… me abrazaba. 

—¿Qué ocurre? —Me atreví a preguntar.
—Ha ocurrido demasiado deprisa. La luz, el ruido, los gritos y salió corriendo hacia el cuarto de tu hermana y... ¡Oh, cariño! —Balbuceó.
No entendí nada, no podía procesar aquella información, pero el pánico que me mostraban sus ojos hablaban por sí solos. 

—Tenemos que salir de aquí. —Dijo con un tono cortante y la voz temblorosa.
—No, ¿y Sara? ¿Y papá? 
—Es demasiado tarde para ellos. 
A los gritos de Sara se sumaron los de un hombre de mediana edad, unos sonidos que ojalá nunca hubiese escuchado, pues me obligaron a comprender que aquello que nos tenía recluidos en nuestra propia casa los iba a matar, los estaban torturando. No imagino nada más espantoso que aquellos terribles gritos. Sin embargo, había algo en mí que me obligaba a preguntarme ¿por qué? ¿Por qué a ellos? ¿Por qué me habían dejado a mí seguir “durmiendo”? ¿Por qué habían ido a por ella?

—Por qué? —Pregunté en voz alta, mi tono de voz se mantuvo inexpresivo, tan ido como mis propios pensamientos.
—No... no lo sé. —Respondió, le temblaba el labio al hablar y mi corazón me golpeaba el pecho al verla en aquel estado.
—Mamá ¿qué has visto?
Negó con la cabeza, no quería hablar. Quizás quería olvidarlo, quizás aquello se había convertido en un suceso tan terrible que necesitaba extirparlo como si fuese un tumor maligno. Oí pasos. Nos adentramos entre los abrigos del armario en el que estábamos metidas. Escuche voces, voces que no hablaban nuestro idioma, ni tampoco francés, griego, alemán, inglés o cualquiera de sus variantes. No, no hablaban ningún idioma que existiese o que yo pudiese conocer en la actualidad. No me atreví a mirar por la rendija, pese a que anhelaba hacerlo. Un impulso mucho más sabio que yo no me dejó hacerlo. ¿Cómo íbamos a salir de allí? ¿CÓMO?

Cuando dejé de escuchar ruidos, salí de aquel sitio pese a las insonoras quejas de mi madre. Caminé con decisión, hasta que de nuevo se repitieron los gritos. No fui capaz de mirar dentro de la habitación de mi hermana pequeña, volví a aquel escondite con la mirada vacía. Me temblaba el cuerpo, me abracé a las rodillas tratando de retomar la compostura y me balanceé como sólo hacía los enfermos mentales o una persona que está completamente rota. Miré a la mujer que me había dado la vida. Tenía que sacarla de allí y tenía que recuperar al resto de mi familia, pero ¿cómo se le puede decir a una chica de dieciocho años que haga eso? Además, ¿qué era aquello que había en mi propia casa? ¿Fantasmas? ¿Alienígenas? Aún no los había visto y no sabía lo que eran, así que no podía hacer nada. 
Centré la mirada sobre los ojos vacíos de la hermosa mujer de melena negra y ondulada que tenía frente a mí. Le dije que se quedará allí, que dejase echado el cerrojo, y sobretodo que no hiciese ruido. Volvería a por ella con ayuda. 

Cogí un chubasquero de color negro para camuflarme en la noche y bajé a la primera planta, estaba desierta. Descolgué el teléfono, no había línea. Salí de la vivienda, pero ya era demasiado tarde para escapar. Ante mí se encontraba una figura encapuchada de llameantes y fieros ojos negros y manos huesudas. Sentí su fuerza sin acercarme a él y comencé a correr. A cada zancada que daba, más se acercaba a mí… parecía trabajar a la inversa, cuanto más corría y corría, cuanto más saltaba para alejarme de allí, más cerca parecía estar la criatura. No podía seguir corriendo eternamente, además me atraparía. Iba a atraparme, mi corazón, mis piernas, mis pulmones, todo mi cuerpo sabía que aquello era inútil. 
La fatiga y un frío insustancial me rodearon cuando me tocó, atrapándome entre unas fuertes y pesadas garras. Me arrastró por el suelo, pues las piernas no querían obedecerme. Grité todo lo que mis pulmones me permitieron, de nuevo la bilis y la falta de oxígeno empezaron a hacer mella en mi cuerpo. 

El silencio sepulcral se rompió cuando entramos por la puerta, me llevó a la habitación de mi hermana. La habitación en la que no había tenido el valor de entrar. Cerré los ojos ante el pánico y la asfixia que empezaba a sentir, noté las manos frías y huesudas sujetando mis extremidades. No podía moverme. Algo húmedo y pegajoso me mojó el pelo cuando me tendieron sobre la blanda superficie. El olor a hierro aromatizaba la habitación, hierro y sal. Un olor tan desagradable que empezó a picarme la nariz, pero fue poco el tiempo que pude notarlo. Una serie de descargas eléctricas me hicieron perder el conocimiento. 
No sé lo que paso después, pero me desperté en mi cama con la frente empapada en sudor y la imagen de aquellos fríos y exuberantes ojos negros penetrándome la cabeza como si pretendiese perforarme el cerebro. El dolor y la quemazón por aquella mirada se hicieron insoportables, pero no grité, no podía. No tenía voz para gritar, era una sensación confusa, me asustaba. Busqué el inhalador en la mesilla, no estaba allí. 

Una sensación de déja vù me golpeó: mi cuerpo dolorido, el mentol desaparecido… sentí esos severos escalofríos y miré bajo la cama. No esperaba encontrar al hombre del saco allí, pero el pánico me invadió al agacharme, allí estaba mi vía a la salvación, oculto bajo lo que sobraba de las sábanas. Inhalé para abrir los pulmones y me volví a la cama, un arrastrar quejumbroso de pies me sobresaltó. Una mujer con el pelo alborotado, oscuro y la mirada vacía empujó la puerta. 

—¿Sandra?
—¿Mamá?
—Creí que tu padre había venido hacia aquí ¿no está?
—No, como puedes ver aquí sólo estoy yo.
—Entonces estará en el cuarto de Sara.

¡Sara! ¡Mi hermana! Menos mal que todo había sido una pesadilla. Cuando mi madre salió del cuarto, volví a apretujarme entre las mantas, un grito desgarrador me heló la piel. —¡MAMÁ! —Grité. 

Me levanté de un salto y cogí el paraguas del paragüero. No era una defensa, pero era mejor que nada. La vi apoyada en el marco de la puerta del cuarto de mi hermana menor, un olor a hierro que me resultaba familiar me penetró en la nariz. Me tambaleé al contemplar como las paredes sólo mostraban la marca de la peor de las pesadillas: la realidad.

Cartas para Alicia

Canción de fondo: http://www.youtube.com/watch?v=OSZCFFpix2g


Sevilla, a 6 de Febrero de 2011.




“Para ti, es este cuento
para ti, querida Alicia,
guárdalo junto a tus sueños
entre otras flores marchitas.”
(Lewis Carroll – Alicia en el país de las maravillas)


Querida princesa de ojos azules:
No sabía cómo empezar a escribir, por eso puse ese fragmento de Alicia en el país de las maravillas, porque espero que guardes esta carta entre tus sueños, pero por favor… cuida de que no se marchite.
Alicia, quería decirte que desde hace cuatro horas no paro de dar vueltas por Sevilla, que he recorrido todos los rincones que te he enseñado y que ahora sin ti, me siento totalmente extraviado, confundido. Quería decirte que en este instante te escribo sentado en el bar en el que nos conocimos, en el que cambiaste mi vida. El bar en el cual me inundaste el corazón con tus profundos ojos azules. Todo sucedió demasiado deprisa. Viniste hacía mí, perdida. Me miraste y me sonreíste. Dulce, encantadora. Luego simplemente me preguntaste en que calle estabas exactamente. La Calle Betis, te dije yo. Sólo eso bastó para que quisiera conocerte más, sólo eso para que me intrigaras y marcaras mi alma como ninguna mujer ha hecho jamás.

Temo pensar que sólo hace cuatro horas que has tomado la carretera que te aleja de mí, la maldita vía que te lleva a Madrid y… ¿sabes qué? Que ya me arde el pecho, que ya siento que en mi interior algo no va bien, que… te necesito.
También tengo miedo de pensar que mi corazón ya no late por mí, que lo hace únicamente por ti y que, de un momento a otro saldrá de mi interior y cabalgará en la distancia que nos separa.

Hoy, después de despedirte con la mirada vacía, me he quedado observando el caudal del Guadalquivir, apoyado en la barandilla del puente de Triana, justo donde anoche me dijiste que te marchabas, que volvías a casa.
Cuando yo volví a la mía, no pude dormir pensando que no volvería a ver tu sonrisa, tus brillantes ojos lucir al sol invernal, tus manos heladas camufladas en esos llamativos guantes. Rompí a llorar como un infante de tres años que ha perdido lo que más le importa en la vida. He tratado de odiarte, te juro que he tratado de hacerlo, pero soy incapaz de hacerlo a pesar de que me has dejado aquí.

Alicia, no quiero que pienses que me siento despechado o que estoy enojado contigo, ya te he dicho que no puedo hacerlo. Esta carta es para que recuerdes que me has devuelto la esperanza, para que sepas que te debo una nueva vida y que, aunque no estés, te tendré siempre en mi mente. Esta carta es para que no olvides que aunque no volvamos a vernos, te encontraré. Puede que no en esta vida o en la siguiente, pero lo haré. No importará la edad, o la forma en la que te halles. Te prometí que te encontraría y lo haré. Pensarás que lo digo por decir, pero gracias a ti he podido apreciar este sentimiento que me ha llenado de vida en unas pocas semanas, que me ha hecho vivir lo que yo sólo no he podido en veintidós años.

Sí princesa, sólo un par de semanas y mira como me has dejado. Sin ti parezco un viajero sin brújula; un vagabundo en New York; un Dorian Gray sin retrato, ni patria, ni bandera. Soy Romeo sin Julieta, pero ¿sabes qué? Que a pesar de que estés en la gran capital… no envidio a esa ciudad. Y… ¿sabes por qué? Porque ella no ha sido testigo de nuestros paseos a pedales por el río, porque ella no ha disfrutado de la Macarena en su basílica, porque aunque ella te posee todos los días –y eso es por lo que jamás le perdonaré–, sé que yo he podido deleitarme con la mejor parte de ti y sé que guardarás todo esto, en un rincón de tu corazón, como el tesoro de un viejo pirata.

He de recordar que en un principio no sabía lo que decir, y ahora no dejan de surgir temas, recuerdos, imágenes y deseos que tengo para ti, pero el mayor de todos. El deseo que más anhelo, es volverte a ver porque a decir verdad, una foto inerte y suspendida en el tiempo no es capaz de plasmar lo que yo aprecio con mis maravillados ojos. No puede mostrar tus hoyuelos, tus destellos, tus miradas, tus añoranzas. No puede retratar tu alma.

Bueno Alicia, temo que ahora que no estás hace más frío aquí y no es algo que me agrade, aunque eso ya lo sabes, así que únicamente y con ésto me despido, mencionar que aspiro a tenerte entre mis brazos nuevamente, deshacerme en tu sonrisa, a perseguir mis sueños junto a ti, junto a la más bella princesa de ojos azules que jamás he conocido y de ésto estoy seguro, jamás conoceré.


Atentamente: Marco.

Juntas para siempre


Existió una vez dos amigas inseparables, inocentes, soñadoras. Su único deseo constaba en permanecer juntas hasta el fin de los tiempo, pues ambas eran princesas de países vecinos. Es más, lo único que separaba a las princesas de permanecer siempre juntas era un bosque entre ambos castillos. Un día esos países entraron en guerra, justo cuando una de las doncellas se dirigía al bosque, en el fraguar de la batalla la muchacha desapareció. La otra al enterarse rogó a su padre parar aquella estúpida masacre, el hombre no le hizo caso y ella se marchó.

Se internó en el bosque, ahora contaminado por la pólvora y la muerte y comenzó a buscar a su amiga, se interno en la espesura y encontró a un pequeño lobo herido con el perdigón de una bala. La princesa lo cuido hasta que estuvo sano y tuvo conciencia para poder cuidarse a sí mismo, pero cuando llego el momento de la despedida… el lobo no quiso separarse de ella, así que juntos, continuaron la búsqueda.

Pasaron días de insufrible camino a través de los páramos, los bosques y las montañas cercanas a su antiguo reino del cual ya nada sabía. Pese a todo su viaje no encontró jamás a su amiga, aunque el cariño que le profesaba, no paraba de crecer. Llego el día en que la princesa regresó a su hogar. Su cuerpo y su ropa habían cambiado y sus ojos azules, compartían color con el marrón. Su padre la recibió llorando, pues hacía tanto que se había marchado que ya la habían dado por muerta. Incluso habían cesado las guerras debido a la desaparición de las dos niñas. Poco después de abrazar y alabar a la hija prodiga, el hombre se percató de la presencia del animal que acompañaba a la doncella y quiso apartarlo de su heredera. Ésta se negó en rotundo a que separan al lobo de ella y aseguró que como tocaran un solo pelo de su acompañante se marcharía para nunca más volver.

Días más tardes a su regreso al palacio, llegó la noticia de que una doncella hermosa como ninguna vista antes se acercaba al reino. El rey preparó una audiencia inmediata a la llegada de la desconocida. La joven era rubia y de cabello largo, piel clara y ojos tan azules como el mismo cielo. Apenas al verla el hombre le pidió que se casara con él, pues era viudo y necesitaba una madre para su hija. La muchacha se negó, pero quiso hablar con la princesa.
Al encontrarla corrió hacia ella con gracilidad y la estrechó en un amistoso abrazo, un abrazo confidencial, un abrazo único. La princesa permaneció rígida ante el frío, pero agradable contacto con la desconocida. El lobo se abalanzó contra la desconocida mostrándole los dientes y haciéndola separarse de su compañera de viaje. La joven sintió repulsión por el animal y lo golpeó, a pesar de su aspecto su fuerza hizo que el animal impactara contra un mueble y comenzara a escupir algo de sangre, la princesa para su sorpresa sangró también.

—¡Tú estás ligada a él! —Afirmó la rubia.
—Yo… le entregue mi alma a cambio de que me ayudará a sobrevivir para encontrar a mi mejor amiga, a mi hermana. Sí él muere, yo muero... —hizo una pausa y se quedó en silencio. —¿Cómo lo sabes?
—¿Por qué la sigues buscando? —Preguntó claramente intrigada evitando responder.
—Porque ella es la única razón para que yo siga con vida, es la única capaz de darme fuerzas para seguir viviendo. —Respondió con sinceridad. ¿Por qué le contaba aquellas cosas a una desconocida?
—Deberías dejar de buscarla
—No puedo. ¿No lo entiendes?
—No, no lo entiendes tú. Ya has encontrado a la persona que buscabas
—¿Qué? —La chica no pudo evitar que se le nublaran los ojos.
—Sam, me perdí, pero en el desasosiego de no encontrar ningún lugar en el que esconderme en la fragua de la batalla tuve miedo. Miedo por ti, así que intenté encontrarte, pero ya era tarde. Te habías marchado. No sabes lo que viví.
—Sophie… no es cierto, no me encontraste, no me buscaste.
—Claro que lo hice, y si ese animal no te hubiese acompañado todo habría sido más fácil.
—¿Por qué…? ¿Tú eres…?
—Ya sabes que los lobos tienen un único enemigo…
—No, no es verdad.
—Sí, soy lo contrario a lo que eres tú. Y ahora tengo que matarme, pero jamás sería capaz de hacerte daño.
—No lo hagas.
—¿A caso no sabes nada?
—¿Qué debería saber? —Preguntó Sam.
—¡SOMOS ENEMIGAS! ¡TIENES QUE MATARME!
—¿Sabes cuánto tiempo llevo buscándote? Jamás te haré daño Sophie. Me niego a volver a perderte.
—Lo siento, Sam.
La joven princesa se esfumó allí mismo, dejando una nota con una rosa marchita que decía “Perdóname, ahora que nos habíamos reencontrado tengo que abandonarte, ojalá nunca me hubiera pasado aquello. Ojalá nunca nos hubiésemos separado.”

Mientras tanto, la joven regresó a su hogar. Habló con su padre y se despidió de él, pues su fin estaba más cerca de lo que jamás podría haber imaginado.
—Darkrai. —Susurró al llegar a sus aposentos, se sentó sobre la cama y esperó a que él apareciese.
—Pequeña, no cumpliste con tu cometido. —Dijo una voz suave emergiendo de las sombras. El hombre iba vestido con su habitual traje de chaqueta. Para variar, el cabello oscuro como el carbón caía desordenado sobre la frente y el cuello, era como si no reparase en arreglarlo. Sophie asintió atemorizada.
—Entonces hoy se acaba todo para nosotros. Pensé que el odio hacía esas bestias sería mucho más grande que el amor que te une a ella. Podríamos haber sido grandes, dominar sobre ellos. Podríamos haber creado nuestro propio reino.
—¿REINO? ¿Qué reino? ¿Un reino de sangre? —Preguntó Sophie. No sabía si gritaba por el enojo, por el miedo o por la indignación. Ella se había enamorado de él y la trataba como si fuese un juguete de usar y tirar. El vampiro hizo un gesto con el dedo y siguió hablando.
—Podríamos haber vivido para siempre. Tú y yo, juntos. Tenía la esperanza de que me amaras solo a mí, de que fueras mi chica, eternamente. —Los ojos de la chica se dilataron ante aquel comentario. Su corazón latía apresuradamente, nervioso. Una embestida tras otra sobre su pecho. Había decidido no matar a nadie y por culpa de ello, aún seguía siendo medio humana. Más frágil que Darkrai, con menos fuerza.
—¡CÁLLATE! No sabes nada, no entiendes de amor ni de odio… —El vampiro la cogió por el cuello. Sus formas demostraban que apenas estaba utilizando fuerza, pero el agarre era completamente perfecto.
Sophie sintió como el aire dejaba de llegar a sus pulmones, pataleó para liberarse, pero cualquier muestra de fuerza era inútil en aquella situación.
—¡SUÉLTALA! —La voz de Samantha la sacó de su estado casi vegetativo al embestir al apuesto hombre que trataba de matarla.
—¡LÁRGATE! —Gritó la chica. Su intervención acababa de salvarle la vida, pues el vampiro había aflojado el agarre permitiéndole a sus pulmones renovar el aire. —HUYE MIENTRAS PUEDAS.

El vampiro soltó a la joven con un empujón y se lanzó en contra de la chica loba, pues su alma ya no era humana. El lobo se interpuso entre ambos, gruñendo y mostrándole los dientes. Aquello sólo podía acabar mal para uno de ellos a pesar de que ambos se enzarzaron en la batalla. Como era de esperar, el lobo no era capaz de predecir los movimientos del moreno y Sam se retorcía en el suelo en movimientos imposibles.

—¡DÉJALA EN PAZ! —Gruñó la muchacha más recuperada de la agresión anterior. Sabía que enfrentarse al vampiro no serviría de nada. Él la había hecho. Él era el que tenía el poder entre ambos. Sus movimientos felinos y ágiles la hicieron estremecerse. Se sentía como un ratón que está a punto de ser devorado por una criatura mucho más grande, inteligente y rápida.
Los ojos grises de él se clavaron sobre los suyos azules. En un par de movimientos sus dientes atravesaron la piel de su cuello de la forma más dolorosa posible. Sophie ahogó el grito de dolor, los ardientes pinchazos que su cerebro estaba procesando ante el mordisco. Sintió toda su fuerza venirse abajo, pero allí estaba ella. La razón de su existencia.
En un último alarde de valentía y haciendo aplomo de sus últimas fuerzas la chica golpeó al hombre para tirarlo al suelo. Con el peso de su cuerpo cayó sobre él, extrajo una daga que solía llevar oculta y la clavó con toda la agresividad que en su estado era capaz de mostrar. Aquello lo mataría si no bebía y la sangre de Samantha era tan venenosa como la de una persona muerta. Con el último suspiro del vampiro, ella exhaló también. Así debía haber sido.

Tras despertar, la princesa encontró la bella figura de su amiga consumiéndose en su propia sangre. El vampiro le había desgarrado una arteria, quizás una vena. Junto al cuerpo inerte había una nota.
Las lágrimas inundaron su corazón al comprobar las letras rojo escarlata y algunas gotas que perlaban de forma dispersa el papel, aquella joven con la que tanto había compartido le había dedicado sus últimas palabras con su propia sangre.
Sam comenzó a leer el pequeño papel, llenándose las manos con la tinta carmesí de su amiga:

Simplemente quiero que sepas que no podía dejarte morir de ninguna manera. Cuídate y no hagas estupideces, recuerda que si tú mueres estarías condenando a esa mascota que tienes. Perdóname... no quería que las cosas acabaran así, pero estoy segura de que nos volveremos a encontrar y estaré más cerca de lo que nunca antes he estado.
Te quiere Sophie.

Con un profundo dolor en el corazón Samantha se alejó del palacio y su padre le construyó una casita en el campo. Allí pasaba las horas muertas con la criatura que la acompañaba. En uno de sus viajes a través del bosque encontró una pequeña criatura de pelaje amielado y ojos azules. Unos familiares ojos azules. El pequeño animal se acercó hasta ella a trote y le lamió la mejilla. —Hola, Sophie. —Acertó a decir ante toda respuesta al cariñoso gesto.

Dream with you


—Tengo que marcharme, ya es la hora. —Miré por la ventana por última vez. El dolor de la imborrable pérdida de mi amado y de ese patético sueño aún perduraban como sonoras burlas en mi mente. ¿Qué sería de mí sin un príncipe que aún no sabía que lo era? El dolor me quemaba en el pecho, no podía respirar bien... ¿eran esos mis últimos momentos antes del final? ¿Era ese el destino que tenían las doncellas en el nuevo siglo? Una cristalina lágrima corrió por mi pómulo deslizándose entre mis labios, me senté en el suelo al ver que las piernas me fallaban.

—Etienne. —Susurré al momento en que las lágrimas se desbordaban de mis ojos como los ríos tras una lluvia torrencial, inundando mi regazo de un intenso dolor que me desgarraba el corazón. Sentí unas tremendas ganas de acabar con mi vida, pero ¿cómo podía morir si ya estaba muerta? ¿cómo podía haberme enamorado de alguien tan puro como lo era como él?

Necesitaba despedirme de él, decirle lo que había soñado. Necesitaba decirle lo que sentía, tenía que hablar con él antes de irme. Lo necesitaba más que cualquier otra cosa. Mi mente divagó entre los dulces recuerdos que había vivido a su lado. Cuando el último de ellos se desvaneció cogí mi teléfono móvil y con extremo cuidado marqué los dígitos de su número. Esperé los tonos hasta que su adormilada voz me contestó.
—¿Etienne? Necesito hablar contigo... —noté la voz temblorosa, pero él debía estar demasiado dormido como para notarlo. Si algo sabía de Etienne Bachelard era que nunca prestaba atención cuando se despertaba.
—¿A estas horas?
—Es urgente, en el parque cercano a tu casa. —Colgué sin mediar más palabra, no quería que supiera que estaba llorando.

De nuevo sola. Sola en este inmenso mundo lleno de oscuridad, de almas errantes que necesitan ser purificadas… ojalá hubiese podido hacer algo por ellas, por esas pobres almas sin sol, sin vida, carentes de sentimientos al no haber  podido descansar en paz. Todos aquellos que habían sido convertidos de la misma manera que yo.
Me sentí rota. Nunca me había enfrentado al hecho de que me habían convertido contra mi voluntad. Había disfrutado de los placeres de la noche, de mi eterna juventud. Y en aquel momento me di cuenta de lo equivocada que estaba. Ojalá hubiese muerto cuando debí hacerlo. Mis padres, mi hermano pequeño, mis amigos... todos ellos habían pasado meses buscando un cadáver inexistente. Y yo... yo había sobrevivido al veneno de un vampiro y su sangre ahora corría por mis frías venas.

Llegué al parque, pues pese a que podía correr sin cansarme había ido andando con excesiva lentitud. Me limpié las lágrimas con el puño de la sudadera y ojeé la distancia que me separaba del lugar. Pestañeé un poco y lo vi sentado en el banco, despeinado y con el chándal puesto. Se notaba que no había reparado en arreglarse para verme. No pude evitar esbozar una sonrisa, su aspecto resultaba encantador. Incluso así, en el momento en el que debía alejarme de él conseguía que la simple visión de su rostro me alegrase.

—Hola. —Dije acercándome a él. Emití un suspiro ante su seca respuesta, pero era normal... lo había despertado. Me senté en el banco y comencé a decirle lo que planeaba hacer. Abracé mis piernas con los brazos, pegándolas a mi pecho en un intento de no echarme a llorar delante de él.
—¿Qué soñaste? —Preguntó interrumpiéndome cuando mis palabras se cortaron al hablar del sueño que había tenido... el sueño que me impedía quedarme a su lado ante la imposibilidad de tal hecho.
—Soñé contigo. —Respondí yo tratando de sonar cortante, seca.
—¿Qué soñaste
—Soñé que me querías.
—¿Te quería? ¿Cómo pudiste soñar esa estupidez?
—¡No lo sé! —No sabía si estaba enfadada por la forma que tenía de responderme o si aquello acababa de terminar por romperme el corazón. Cerré los puños apretándolos contra las rodillas. Apenas se había inmutado cuando le había dicho que me iba, apenas había hablado hasta que había dicho aquello. Me sentí pequeña e indefensa a pesar de la natural fuerza que me daban mis poderes.
—Jamás podría quererte, —Añadió como si su "pregunta" no hubiese sido demasiado para mí. ¿De quién me había enamorado? ¿Y por qué no había sido capaz de ver quién era hasta aquel momento?
—¿Por qué? —El temblor regresó a mi voz, sentía que algo en la garganta me asfixiaba ante la idea de que Etienne me odiaba por ser quién era. Estaba desesperada por hacerle entender que no era una asesina o una mala persona, que seguía siendo la misma Clarissa que él había conocido. Lo contemplé tratando de mantenerme serena, tarea imposible cuando te acaban de romper el corazón. Sus ojos verdes se reflejaron achispados, vivos. Una mueca que consideré una sonrisa se esbozó entre sus angulosos rasgos.
—Porque no te quiero, te amo. Jamás podría quererte porque nunca dejare de amarte.
El tono solemne de su voz hizo que me acabase derrumbando. Toda mi postura defensiva cedió ante el chantaje emocional de sus palabras. Me aferré a él. A su altura, a su sudadera y a la camiseta negra que llevaba puesta. Dejé que las lágrimas bañasen su ropa durante unos eternos segundos en los que su olor me inundó la nariz. Él sólo acarició mi pelo, esperó pacientemente a que los temblores dejasen de multiplicarse a través de mi columna vertebral. Nunca habría esperado esa respuesta de él: mi ángel, mi amigo, mi amado.

Sus dedos cálidos acariciaron mi mejilla con extremada delicadeza. Sus increíbles ojos verdes se posaron sobre los míos. Todo había sido culpa de aquellos arrebatadores ojos esmeralda. Se apagaron durante unos instantes en los que sus labios se aproximaron a los míos, le imité. No había nadie bajo el manto de estrellas que fuese testigo de aquel pequeño, cálido, agradable y suave beso. No había nadie que pudiese hablar sobre la brevedad del contacto o de las mil cosas que me hizo sentir. Se separó de mí y volví a enfocar sus dulces rasgos. Me rodeó con los brazos y dejé que mi respiración se acompasara al diapasón que tenía por corazón.

—Me iré contigo. —Murmuró con voz ronca.

La Princesa de ojos azules

Nota de Autor: Antes de empezar a leer quiero que sepan que según vayan avanzando encontrarán faltas de ortografía que están escritas con ese propósito.


—No puede ser. Tiene que haber una cura, un remedio. —Dije entristecido cuando el médico comentó que a Alice le quedaban escasos días de lucidez mental, incluso se olvidaría de mí. Sentía que me fallaba la respiración, sentía los pulmones hincharse y deshincharse sin sentido, no solo me olvidaría a mí, también olvidaría escribir, leer, incluso comer por ella misma. Olvidaría todo aquello que hacía diariamente.

—No, Daniel, por el momento no hay cura para el alzhéimer.—Respondió el joven doctor mirándome de forma entristecida, pero plácida. Nunca entenderé la habilidad de esos hombres para permanecer serenos en situaciones así.

—Cariño —comenzó mi querida Alice—, cuando pierda facultades envíame a una residencia de ancianos, he realizado el formulario para que tú no tengas que hacerlo, incluso lo enviaré si así lo deseas. No quiero ser una carga para alguien a quién amo.

—No. —Me negué en rotundo tirando la silla hacía atrás. Ella apretó mi mano y me suplico con sus gastados y sabios ojos azules. Aquellos arrebatadores ojos.

—Hemos sido felices, concédeme ese deseo antes de morir.

—Yo… —Repliqué. No podía decirle que lo haría, pero tampoco podía negarme ante aquella mirada suya.

—Por favor, prométemelo... prométemelo delante del doctor.

—No puedo… —Le respondí apartándole la mirada. Su mano seguía apretando la mía con la delicadeza que la caracterizaba, era agradable sentir el calor de su mano en aquel momento.

—Por favor…

—Lo prometo. —Dije al fin. No podía resistirme al silencioso ruido de sus lágrimas rozándole las mejillas para desembocar en sus pálidos y rosados labios, ahora maquillados por aquella capa de angustia.

—Señor Barcrof, mañana les enviaré el recetario de medicinas con mi ayudante.

Salimos del consultorio y volvimos a casa, si mi princesa moría, si ella ya no estaba… ¿Qué haría yo sin mi princesa? Un anciano gris y triste, eso sería cuando ella no estuviera junto a mí alegrando mis mañanas con ese suave murmullo al levantarse, riñéndome por dejar las cosas desordenas, riéndose con los telediarios, buscando las noticias más interesantes para darles su toque cómico cuando me las contará… ¿Qué podía hacer yo por mi princesa?

—¡Oh, Daniel! —Me respondió ella haciendo eco de mis pensamientos. —No puedes hacer nada por mí. Ámame hasta el final de mis días.

Le devolví la mirada con el labio superior tambaleándose, sentía unas irracionales ganas de echarme a llorar, y lo haría cuando ella ya no pudiera decirme nada. —El olvido no es excusa alguna para que deje de amarte, Señora Barcrof. —No pude evitar deslizar los dedos por una de sus mejillas, marcadas por el paso de las estaciones.

Pasaron los días y Alice comenzó a olvidarse de cosas, pero nunca de mí. Yo le leía poesías y le hice recordar cómo se leía o escribía cuando comenzó a olvidarse de hacerlo. Cada día olvidaba algo diferente, pero me amaba más y más cada día que pasaba. Yo sólo podía corresponderla del mismo modo. Apenas dos meses después lo recordó todo, me habló de nuevo con aquella suspicacia suya, con su sabiduría.

—Daniel, amor mío —comenzó—, te dije que me instalaras en una residencia. Puede que mañana no, quizás el otro tampoco… pero pronto me olvidaré de ti, aunque no quiera. Es el momento, no quiero que veas cómo me olvido de la persona que más amo. —Me rogó con la anhelante mirada de sus profundos ojos azules.

—Yo… no puedo Alice.

—Lo prometiste —lloriqueó ella—, lo prometiste Daniel.

Sabía que lo había prometido, no me había olvidado ni un sólo segundo de que la mujer que amaba me había pedido que la alejase de mí en cuanto sus facultades no fuesen las apropiadas. ¿No éramos un matrimonio? ¿Dónde había quedado el famoso "en la salud y en la enfermedad"? Ella me necesitaba, pero yo la necesitaba más de lo que ella a mí.

—Alice… —Asentí levemente sopesando la posibilidad del suicidio en cuanto ella no estuviera allí. Si teníamos que separarnos elegía el camino más oscuro, la muerte.

—No hagas nada que pueda herir tu salud: tanto física como mental. Lisa cuidará de mí en la residencia, ella te mantendrá informado. —Nunca he sabido como lo hacía, pero Alice tenía la habilidad de saber en qué pensaba con sólo mirarme una vez. Quizás era eso lo que había hecho que me enamorase de ella, que a pesar de lo que era capaz de hacer se hacía la sorprendida cuando le preparaba algo.

Al día siguiente la casa ya estaba vacía, mi princesa ya no estaba allí. Me sentía completamente solo, era como estar sumido en la oscuridad. Algo dentro de mí deseaba borrar todo recuerdo hermoso de Alice para evitar sufrir. Necesitaba respuestas, necesitaba mantener la cabeza activa para proteger la imagen que tenía de la mujer de mi vida.

Fui a ver al joven doctor, el cual me habló de un experimento en el que cogían ciertas células para luchar contra la enfermedad que padecía Alice. Luego experimentaban el resultado en los humanos. Fue suficiente. Busqué toda la información que me permitían mis reducidas fuentes y me fui al lugar del encuentro.

Un hombre vestido con una bata blanca me abrió la puerta del departamento.

—¿Señor Barcrof? —Preguntó el hombre arrastrando las sílabas. Asentí ante su pregunta sin mediar más palabra con él. —¿Sabe de qué se trata el experimento qué estamos llevando a cabo? —Cabeceé de nuevo sin articular palabra alguna ante el miedo de echar a correr si se me presentaba ocasión. Estaba allí por ella, tenía que quedarme hasta el final.

—Pase por aquí. —Me instó con un suave gesto de mano.

Lo seguí por un largo y sinuoso pasillo sin cuadros, aséptico. El pasillo desembocaba en dos únicas habitaciones. Una de ellas estaba tan limpia como el corredor en el que nos encontrábamos. Sólo podía apreciarse en su interior una camilla y material quirúrgico. La otra, a la que nos dirigíamos, parecía mucho más confortable que todo lo que habíamos dejado atrás. Tenía fotografías de familia, una mesa con un par de sillas e innumerables papeles desperdigados sobre ella, tenía toda la pinta de ser el despacho de aquel hombre.

Me señaló una de las sillas y él se sentó en la otra. Me habló del experimento, del resultado en ratones de laboratorio de la farmacéutica y de mil cosas que no llegué a entender. No importaba que me sucediese, deseaba poder ayudar a las personas como Alice. Antes de citarme para el día siguiente me entregó el certificado en el que autorizaba a los médicos a realizar el tratamiento, firmé con manos temblorosas y salí de allí guiado por el Doctor.

Una vez fuera dejé que el aire me inundase los pulmones. No sabía que iba a ser de mi vida en aquellas semanas o meses, tenía que aprovechar aquellos placeres mundanos. Me dirigí a la papelería que había junto al parque al lado de mi casa y compré un cuaderno de notas y un bolígrafo. Me senté en uno de los bancos y decidí que era el momento de escribir. ¿El qué? No lo sabía, simplemente lo necesitaba.

DÍA 0.

Mañana comienza el experimento. No estoy seguro de que vaya a gustarme, pero tampoco me importa demasiado. Lo cierto es que si a algo tengo miedo, además de no tener a Alice, es a las agujas quirúrgicas. Lo único importante para mí es que lo hago por mi princesa, quizás esto sea la cura que necesitan los que como ella padecen esta enfermedad. Volveremos a estar juntos, lo sé. No he conseguido avisar al doctor que atendió a mi querida Alice para avisarle de mis planes. Tampoco he podido hablar con Lisa, pero espero que todo salga bien.
DANIEL BARCROF.

DÍA 1.

Acabó de salir de la operación, me han comentado que todo parece ir bien. Dicen que mi cuerpo se ha adaptado bien tanto a las células que me han inyectado como a los medicamentos para combatir este mal. Sé las consecuencias que conlleva el hecho de que esté realizando esto, pero por Alice no me importa. 

Si algo tengo en claro es que no me olvidaré de ella. La amaré eternamente, incluso si me olvido de su nombre o su rostro, siempre quedará conmigo lo mucho que la amo.
DANIEL BARCROF.

DÍA 5

Ayer me encontraba mal. 

He empezado a notar que algo no va bien en mí, puede que las células estén empezando a hacer de mi cuerpo algo muerto. Además, para ser sinceros no he escrito nada en estos días porque me olvidé de donde había colocado el cuaderno. Tampoco he tenido tiempo, la verdad. 

Asimismo, esta mañana me pasó que perdí las llaves del coche. Luego resulto que las había dejado puestas en el mismo coche… siempre he sido muy despistado para esas cosas, pero tenía a Alice para ayudarme a mantener los pies en la tierra.
DANIEL BARCROF.

DÍA 20.

Me parece extraño no recordar dónde estaba mi casa, pero una hermosa jovencita de cabello rubio hasta la espalda me llevó a mi casa. Me dijo que su nombre era Lisa y pareció muy ofendida ante el hecho de que no recordase su nombre. Me ayudó a limpiar la casa y a preparar algo de comer. 

En un post-it en la pared pude ver que ponía que tenía que escribir en el cuaderno que estaba en el primer cajón de la cocina lo que me había pasado en el día, así que aquí estoy, escribiendo mis andanzas por el mundo. Me pregunto dónde estará Alice, hace un par de días que no la veo. Lo más seguro es que se haya ido con algunas amigas a pasar un tiempo en algún balneario, ella es así de imprevisible, pero podría haberme avisado. Cuando no está me preocupo mucho más.

Un dato curioso sobre mi día es que Lisa me llamó "Señor Barcrof", sé que soy mayor, pero podría haberme llamado Daniel. No me gusta sentirme como un abuelo.
DANIEL BARCROF. 

DÍA 31.

Según marca mi calendario hace un mes que me dejé llevar por el impulso de realizar el experimento. Aún conservo las capacidades de leer y escribir, pero no sé cuanto me durarán. Me recomendaron hacer sudokus y sopas de letras para no perder esa agilidad mental. No obstante, empiezo a tener dificultades a la hora de buscar sinónimos o palabras que digan lo que quiero expresar. 

No he vuelto a ver a la Lisa que describí hace once días. Tampoco he visto a Alice estos días, que yo recuerde. He leído que estaba enferma y pensé que estaría en el hospital, pero allí no había nadie con nuestro apellido.

¿Dónde estará mi princesa? Sé que me espera en algún lugar, no sé donde, pero sé que me espera.
DANIEL.

DÍA X.

Tengo la sensación de que se me olvida algo importante sobre lo que escribir, pero aún así hoy ha sido un día muy interesante. He conocido a un caballero llamado Alex, era un doctor muy simpático, alegre y vivaracho. Me ha recordado mucho a mí cuando apenas era un niño, aunque no hace mucho de eso. Alex comenzó a decirme que no era propio de mí, que había abandonado la única cordura que me quedaba, pero a pesar de que yo no lo recordaba ha realizado unos papeleos porque dice que no puedo vivir solo en estas condiciones. ¡YO NO PUEDO VIVIR SOLO! No sé quién le ha dado derecho a hacer lo que ha hecho, pero el caso es que ahora estoy en un nuevo hogar.

¡Ah, ya recuerdo lo importante! En mi nuevo hogar hay una joven preciosa. Tiene unos ojos. Ay, que ojos. Esos arrebatadores ojos azules me van a traer muchos problemas, lo sé.

 DÍA XX.

Al fin e ablado con ella. No me dijo su nombre, me dijo que no tenía ninguno que le gustase, yo la e llamado Alice… es bonito ¿verdad? Ella me llamó Daniel. A mí me gusta mucho como me llama, me gusta como lo pronuncia, como me mira con sus lindos ojos azules. Estoy enamorándome de ella, sus ojos me lo han mostrado. No sé porqué, pero me siento completo de nuevo. Estar junto a Alice me hace pensar que mi hogar está dónde ella esté. Ahora me siento en casa.

Daniel.

DÍA XXX.

Le e pedido salir a Alice. Y me ha dicho que sí. Soy completamente feliz. Ella dice que siempre me a esperado, que sabe que estábamos destinados a encontrarnos. Es inteligente y tiene una extraña habilidad para saber lo que estoy pensando. Le he dicho que ella es mi princesa, como las que aparecen en los cuentos. Mi princesa de ojos azules. Mi único amor por siempre jamás.

Daniel.