Paranoyas célebres.

lunes, 12 de abril de 2021

El susurro de los álamos

El inmortal mago de ojos dorados se marchaba, esta vez para siempre. El ángel pensaba que se había acostumbrado a que se marchase, era un itinerante, no podía retenerlo a su lado y había decidido vivir con ello. Pero también pensaba que tarde o temprano, siempre regresaría a su lado. Que aquel hilo que los había entrelazo, nunca tiraba demasiado, pero sí lo suficiente para mantenerlos unidos a pesar del tiempo y el espacio. Por supuesto, no fue así.

Allan no podía permanecer junto a ella por más tiempo, no porque no la quisiese, pues su corazón se desgarraba con aquella última despedida, sino porque si continuaba despertando a su lado no sería capaz de volver a irse nunca más.   «¿Tan horrible sería?» Se había preguntado alguna vez, despertar todos los días al lado de la persona a la que más quería, con quien deseaba volver después de cada hazaña. La respuesta, siempre era la misma, «lo sería», se perdería para siempre. Pero aquello, aquello no era algo que pudiese decirle al ángel, si ella lo descubría no sería capaz de dejarle ir para siempre. No, debía romper su corazón, aquello era una hazaña propia del hombre de las mil caras, del director del circo de criaturas. Tenía que volver a ser aquel hombre. Aquellos álamos habían sido la voz que le faltaba.

Había perdido el corazón bajo el susurro de las hojas de los álamos que se estremecían en el bosque en el que se conocieron. El cautivador sonido de las hojas meciéndose bajo el céfiro, se antojaba una profecía de la catástrofe que estaba por suceder, de la tormenta. Dicen que cuando un ángel se rompe, todo lo que lo rodea se resquebraja con él. Dicen que cuando no son capaces de expresar ese padecimiento, sus poderes incitan desastres descomunales. Y probablemente, eso fue lo que provocó que aquella tarde el cielo se rompiese en llanto como no había sucedido en años.

El susurro de los álamos, ya no lo era, ahora gritaba, gritaba que aquella era la última despedida.