Alana nunca pensó que todo aquello fuese
real. Desde su punto de vista, no era más que un sueño, un terrible sueño. Algo
que se conocía como una pesadilla. Había leído que los seres humanos debían
dormir una media de entre seis y ocho horas, aunque ella no podía recordar
cuando había sido la última vez que sus ojos se habían cerrado en busca del
descanso de un sueño reparador. De hecho, cada vez que cerraba los ojos, la
invadía el pánico. La sensación de ahogo y el recuerdo de unos fríos ojos
amarillos vivían en su retina cada vez que sus párpados se cerraban presas del
agotamiento. También, la invadía el vacío, la sensación de no ser dueña de sí
misma y estuviese perdiéndose para siempre.
Quizás, esa era la razón que la llevaba a
pensar que todo aquello que vivía era una pesadilla. O quizás, era la falta de
cualquier sentimiento, de cualquier dolor… incluido el físico. Sí,
probablemente esa era una razón más que plausible y lógica para pensar que era
una pesadilla. Un sueño terrible del que conseguiría despertarse si hacía caso
a lo que había leído, tarde o temprano despertaría como todos los demás. Sin
embargo, Alana seguía preguntándose algunas cosas sobre aquellos sueños ¿Cuál
era el propósito de su pesadilla? ¿Despertarse la haría volver a sentir?
La noche se alzaba sobre ella y, a sus
pies, la ciudad iluminada. Contempló, desde lo alto del edificio, como las
farolas inundaban de luz la vacía noche sin luna. Algunas estrellas resistían
la contaminación lumínica y añadían un baño tenue de luz iridiscente al
firmamento en aquella noche densa, espesa y trágica. En silencio, se acercó al
resquicio y dio el paso al vacío.
Cayó.
Por un instante maravilloso, su mente se
despejó y lo contempló todo con claridad. Finalmente, podría despertarse. El
gozo, la calma y el final de su agonía se acercaban a la misma velocidad que el
suelo. El silencio se alzaría llamándola y llenándola como un ansiado deseo que
se hacía realidad. Era el recuerdo de una época pasada, una época en la que los
sentimientos le afloraban desde el interior y florecían sobre su piel y sus
expresiones. Casi creía poder alcanzarlos, pero a pesar de todo, aquello sólo duró
un instante.
Antes de que su cuerpo chocase abruptamente
con el suelo, dos enormes alas blancas brotaron de su espalda golpeando el aire
y evitando así, el ansiado impacto final. Se alzó, magnífica como era y desplegó
su velo en aquella noche estrellada. Alana se preguntó, cómo podría encontrar
su final alguien que era inmortal.