Paranoyas célebres.

sábado, 9 de abril de 2011

Dream with you


—Tengo que marcharme, ya es la hora. —Miré por la ventana por última vez. El dolor de la imborrable pérdida de mi amado y de ese patético sueño aún perduraban como sonoras burlas en mi mente. ¿Qué sería de mí sin un príncipe que aún no sabía que lo era? El dolor me quemaba en el pecho, no podía respirar bien... ¿eran esos mis últimos momentos antes del final? ¿Era ese el destino que tenían las doncellas en el nuevo siglo? Una cristalina lágrima corrió por mi pómulo deslizándose entre mis labios, me senté en el suelo al ver que las piernas me fallaban.

—Etienne. —Susurré al momento en que las lágrimas se desbordaban de mis ojos como los ríos tras una lluvia torrencial, inundando mi regazo de un intenso dolor que me desgarraba el corazón. Sentí unas tremendas ganas de acabar con mi vida, pero ¿cómo podía morir si ya estaba muerta? ¿cómo podía haberme enamorado de alguien tan puro como lo era como él?

Necesitaba despedirme de él, decirle lo que había soñado. Necesitaba decirle lo que sentía, tenía que hablar con él antes de irme. Lo necesitaba más que cualquier otra cosa. Mi mente divagó entre los dulces recuerdos que había vivido a su lado. Cuando el último de ellos se desvaneció cogí mi teléfono móvil y con extremo cuidado marqué los dígitos de su número. Esperé los tonos hasta que su adormilada voz me contestó.
—¿Etienne? Necesito hablar contigo... —noté la voz temblorosa, pero él debía estar demasiado dormido como para notarlo. Si algo sabía de Etienne Bachelard era que nunca prestaba atención cuando se despertaba.
—¿A estas horas?
—Es urgente, en el parque cercano a tu casa. —Colgué sin mediar más palabra, no quería que supiera que estaba llorando.

De nuevo sola. Sola en este inmenso mundo lleno de oscuridad, de almas errantes que necesitan ser purificadas… ojalá hubiese podido hacer algo por ellas, por esas pobres almas sin sol, sin vida, carentes de sentimientos al no haber  podido descansar en paz. Todos aquellos que habían sido convertidos de la misma manera que yo.
Me sentí rota. Nunca me había enfrentado al hecho de que me habían convertido contra mi voluntad. Había disfrutado de los placeres de la noche, de mi eterna juventud. Y en aquel momento me di cuenta de lo equivocada que estaba. Ojalá hubiese muerto cuando debí hacerlo. Mis padres, mi hermano pequeño, mis amigos... todos ellos habían pasado meses buscando un cadáver inexistente. Y yo... yo había sobrevivido al veneno de un vampiro y su sangre ahora corría por mis frías venas.

Llegué al parque, pues pese a que podía correr sin cansarme había ido andando con excesiva lentitud. Me limpié las lágrimas con el puño de la sudadera y ojeé la distancia que me separaba del lugar. Pestañeé un poco y lo vi sentado en el banco, despeinado y con el chándal puesto. Se notaba que no había reparado en arreglarse para verme. No pude evitar esbozar una sonrisa, su aspecto resultaba encantador. Incluso así, en el momento en el que debía alejarme de él conseguía que la simple visión de su rostro me alegrase.

—Hola. —Dije acercándome a él. Emití un suspiro ante su seca respuesta, pero era normal... lo había despertado. Me senté en el banco y comencé a decirle lo que planeaba hacer. Abracé mis piernas con los brazos, pegándolas a mi pecho en un intento de no echarme a llorar delante de él.
—¿Qué soñaste? —Preguntó interrumpiéndome cuando mis palabras se cortaron al hablar del sueño que había tenido... el sueño que me impedía quedarme a su lado ante la imposibilidad de tal hecho.
—Soñé contigo. —Respondí yo tratando de sonar cortante, seca.
—¿Qué soñaste
—Soñé que me querías.
—¿Te quería? ¿Cómo pudiste soñar esa estupidez?
—¡No lo sé! —No sabía si estaba enfadada por la forma que tenía de responderme o si aquello acababa de terminar por romperme el corazón. Cerré los puños apretándolos contra las rodillas. Apenas se había inmutado cuando le había dicho que me iba, apenas había hablado hasta que había dicho aquello. Me sentí pequeña e indefensa a pesar de la natural fuerza que me daban mis poderes.
—Jamás podría quererte, —Añadió como si su "pregunta" no hubiese sido demasiado para mí. ¿De quién me había enamorado? ¿Y por qué no había sido capaz de ver quién era hasta aquel momento?
—¿Por qué? —El temblor regresó a mi voz, sentía que algo en la garganta me asfixiaba ante la idea de que Etienne me odiaba por ser quién era. Estaba desesperada por hacerle entender que no era una asesina o una mala persona, que seguía siendo la misma Clarissa que él había conocido. Lo contemplé tratando de mantenerme serena, tarea imposible cuando te acaban de romper el corazón. Sus ojos verdes se reflejaron achispados, vivos. Una mueca que consideré una sonrisa se esbozó entre sus angulosos rasgos.
—Porque no te quiero, te amo. Jamás podría quererte porque nunca dejare de amarte.
El tono solemne de su voz hizo que me acabase derrumbando. Toda mi postura defensiva cedió ante el chantaje emocional de sus palabras. Me aferré a él. A su altura, a su sudadera y a la camiseta negra que llevaba puesta. Dejé que las lágrimas bañasen su ropa durante unos eternos segundos en los que su olor me inundó la nariz. Él sólo acarició mi pelo, esperó pacientemente a que los temblores dejasen de multiplicarse a través de mi columna vertebral. Nunca habría esperado esa respuesta de él: mi ángel, mi amigo, mi amado.

Sus dedos cálidos acariciaron mi mejilla con extremada delicadeza. Sus increíbles ojos verdes se posaron sobre los míos. Todo había sido culpa de aquellos arrebatadores ojos esmeralda. Se apagaron durante unos instantes en los que sus labios se aproximaron a los míos, le imité. No había nadie bajo el manto de estrellas que fuese testigo de aquel pequeño, cálido, agradable y suave beso. No había nadie que pudiese hablar sobre la brevedad del contacto o de las mil cosas que me hizo sentir. Se separó de mí y volví a enfocar sus dulces rasgos. Me rodeó con los brazos y dejé que mi respiración se acompasara al diapasón que tenía por corazón.

—Me iré contigo. —Murmuró con voz ronca.

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