Paranoyas célebres.

miércoles, 3 de junio de 2015

Y ella, ella no debería haberlo sabido nunca

Le había roto el corazón por última vez, aquella era la última vez que la abandonaba sin decir a dónde iba o si regresaría junto a ella. Aquella era la última vez que soportaba la agonía de la soledad.
Las lágrimas brotaron de sus ojos azules con las primeras luces del alba, no podía sostenerlas más tiempo. Sin embargo, por primera vez no le importaba derramarlas pues todos estaban aún durmiendo. Nadie podía verla, así que seguiría siendo la chica de mármol, frío y suave. Comprobó, con gran pesar, que las gotas que caían de sus ojos no la libraban del dolor y eso hizo que éste se anidase aún más en el fondo de su pecho.

—No llores más, por favor—. El eco de una voz familiar hizo que se frotase los ojos con ambos puños, pero la hinchazón y el color rojo la declaraban culpable.

—¿Tú te habrías ido? ¿Me habrías abandonado?

—Yo jamás te habría dejado sola, me habría quedado contigo hasta el fin del mundo…

—Yo… yo no lo sabía.

—No deberías haberlo sabido nunca, no mientras Allan estuviese junto a ti para protegerte y hacerte feliz.

¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Cómo no había sido capaz de ver como la miraba? ¿Cómo no se había dado cuenta de que se había enamorado de ella? La convivencia había sido difícil aquellos últimos meses, pero Alaric había estado a su lado en todo momento. Había sido egoísta, no había sido capaz de ver los sentimientos de su mejor amigo a pesar de que siempre había estado junto a ella.

—Perdóname.

Él se rió y la estrechó con más fuerza entre los brazos. No podía evitar amarla, aquellos ojos a pesar de estar rojos e hinchados, daban color a su vida cada vez que le miraban. La amaba, era algo indiscutible. —No tengo nada que perdonarte, no es culpa tuya que me haya enamorado cuando tu corazón ya estaba ocupado.

—Pero yo… —las lágrimas no le permitían articular más de dos palabras seguidas y por primera vez, a pesar de tener un corazón hecho pedazos, se sentía a salvo; aunque Alaric sabía que jamás podría corresponderle.

lunes, 18 de mayo de 2015

Mi pequeño ángel

A veces era como una estrella fugaz, destinada a desvanecerse en el infinito de su propia y efímera existencia. Otras veces era como el ave fénix, renaciendo de sus cenizas tras cada error. Sin embargo, la mayor parte del tiempo era sólo ella y no un fénix o una estrella fugaz.

Era una aficionada a los rostros en blanco y negro, en color sepia. Una amante de la literatura que la había precedido varios siglos atrás. Una visionaria de imágenes en veloz movimiento. Una fugitiva del tiempo sin pasado ni presente. Era, desde luego, una adelantada a su tiempo, pues vislumbraba la paz en aciagos tiempos de guerra. Era, a su vez, una viajera a la que no le habría importado convivir con Jane Austen en sus orgullosos tiempos.

La mayor parte del tiempo sólo era ella, y le asustaba no ser nada más. Tenía miedo de ser poca cosa, de que nadie la quisiese porque no era nada especial. Sin embargo, he de admitir que ella era más que suficiente para mí y quizás por eso os hablo de ella si fuese la persona más interesante de toda la ciudad.

Ella era, mi pequeño ángel.